Sobre la inmortalidad del alma (y la apuesta de Pascal)
Estoy seguro de que mis lectores juzgarán el tema de esta anotación inoportuno y aun impertinente en estas fechas estivales. En efecto, durante las vacaciones estivales dormitamos en una modorra continua; vivimos, por decirlo así, inmersos en la ilusión de un “siempre eterno todavía”; en ese contexto, es muy apropiado como tema de conversación para la playa, la piscina o las terrazas de copas todo lo relativo a la ola de calor (sin parangón en los anales), los trabajos de alicatado del transbordador Discovery, los fichajes de futbolistas y los destinos veraniegos de los famosos.
Pero la vida –también la estival– debía ser una meditatio mortis (“meditación sobre la muerte”), según postularon los escritores del neoestoicismo cristiano. Y yo acabo de terminar de leer, me crean o no, como lectura veraniega efectuada al borde de las piscina el tratado De senectute ("Sobre la vejez") de Cicerón, uno de cuyos pasajes me ha inspirado la redacción de este post.
En el último capítulo (85) del De senectute me ha parecido detectar un precedente bastante claro del llamado teorema, apuesta (pari) o paradoja del filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662). Como se recordará, Pascal elaboró, en el fragmento 233de su libro Les Pensées (1670), una argumentación que pretendía, si no demostrar teóricamente la existencia de Dios, sí al menos persuadir a la humanidad de que era mucho más ventajoso ser creyente (creyente cristiano, según Pascal, que no era precisamente un multiculturalista) que ateo. En síntesis, su argumentación o apuesta afirma lo siguiente (el texto francés completo puede leerse aquí):
Aun partiendo de la premisa de que es imposible demostrar teóricamente la existencia de Dios, a efectos prácticos y por mero cálculo de posibilidades, tiene más sentido creer en Dios que no creer. Si crees, y Dios existe, serás recompensado eternamente tras la muerte; si crees, y Dios no existe, no has perdido nada. En cambio, si no crees en Dios, y existe, serás castigado eternamente; por último, si no crees en Dios, y en efecto no existe, no has ganado nada.No entraré en la crítica teórica, ética y pragmática del teorema de Pascal. Hacia el año 45 a.C., retirado de la vida política, Cicerón escribió su tratado De senectute. Está escrito en forma de diálogo o, más precisamente, de alocución puesta en boca del escritor latino arcaico Catón el Censor (que también fue un político muy destacado). Y constituye un elogio de la vejez. O, por mejor decir, más que un elogio, lo que leemos es la reivindicación de la vejez contra cuatro acusaciones o reproches que se achacaban a esta etapa vital: 1) que comporta el cese de la vida activa; 2) que conlleva debilidad y enfermedad física; 3) que priva al sujeto del disfrute de casi todos los placeres; y 4) que no dista mucho de la muerte.
Como refutación del cuarto reproche, Catón afirma que la muerte no es un mal, pues está convencido de que el alma del hombre es inmortal. Así, cuando morimos, pasamos a un estadio de vida o post-vida (afterlife), más glorioso y pleno. En este punto, Catón argumenta, en claro precedente de Pascal, que, si está equivocado en esta convicción suya, no ha perdido nada:
Quodsi in hoc erro, qui animos hominum immortales esse credam, libenter erro nec mihi hunc errorem, quo delector, dum vivo, extorqueri volo; sin mortuus, ut quidam minuti philosophi censent, nihil sentiam, non vereor, ne hunc errorem meum philosophi mortui irrideant.[Una nota de lectura: la expresión “filósofos insignificantes” (minuti philosophi) designa a los filósofos epicúreos, que sostenían que el alma humana es mortal, destruyéndose con la muerte del hombre. ]
Pero si estoy equivocado en esto, en creer que los espíritus de los hombres son inmortales, yerro gustosamente y no quiero que me saquen mientras viva de este error, en el que me complazco; en cambio, si una vez muerto, como postulan algunos insignificantes filósofos, no siento nada, no temo que esos filósofos, muertos, puedan burlarse de este error mío.
El pasaje constituye un claro modelo argumentativo de la apuesta de Pascal. Se podrá objetar que el paralelismo falla en un punto esencial: Cicerón (por boca de Catón) no se refiere específicamente a la existencia de Dios, sino a la inmortalidad del alma. Pero, a efectos prácticos, ambas creencias (existencia de Dios e inmortalidad del alma) son equivalentes, porque se implican mutuamente: Dios sólo puede castigar o recompensar a los hombres tras su muerte si éstos tienen un alma inmortal que pueda ser objeto de tales castigos o recompensas; y viceversa: sólo cobra sentido sostener la inmortalidad de las almas si se postula también que éstas, tras la muerte de los hombres, pueden ascender a un ámbito de vida (o de post-vida) administrado por una instancia sobrenatural, a la que, por definición, convenimos en llamar Dios.
Felices Vacaciones a todos.
Technorati tags: existence of God, Cicero, Pascal, De senectute, inmortality of soul, Cato the Elder
Actualización (7-Agosto-2005):
Dennis Mangan, autor de la bitácora Mangans' Miscellany, se hace eco y recomienda esta anotación. Muchas gracias, Dennis, por la deferencia. Y me alegro mucho de que hayas reanudado con energía renovada la publicación de posts, tras los pocos días de receso estival.