23.9.06

No me decepciones (Don’t let me down)

Desde nuestro nacimiento, y a lo largo de nuestra vida, las personas somos motivo de esperanza y expectativa para los que nos rodean. Somos una continua promesa. Cuando nacemos, nuestros progenitores abrigan la esperanza de que seremos hijos obedientes y afectuosos, estudiantes aplicados, ejemplares profesionales y ciudadanos, y, finalmente, un báculo para su vejez: en suma, hijos de los que sentirse orgullosos. Nuestros hermanos confían en que seremos compañeros de juegos, cómplices, bastiones fraternales. Según vamos creciendo, nuestros amigos esperarán de nosotros lealtad, ayuda mutua, amistad. Nuestros colegas confían en que podrán contar con nuestra colaboración diligente. Nuestra pareja espera amor, soporte mutuo, fidelidad, comprensión. Nuestros hijos esperan ávidamente recabar de nosotros cariño, educación equilibrada, dedicación generosa, protección. Y así en todos los ámbitos de las relaciones humanas.

Sin embargo, conforme crecemos y vivimos, vamos defraudando esas esperanzas; decepcionamos las expectativas e incumplimos las promesas que hicimos implícitamente por el mero hecho de existir. Esta decepción que suscitamos a nuestro paso tiene una vertiente positiva y otra negativa, como casi todo en la vida. La faceta negativa es el malestar que sentimos por el hecho de no estar a la altura de lo que esperaban y esperan los demás de nosotros. La parte positiva es que, al fin y al cabo, puesto que decepcionar es algo inherente al proceso mismo de vivir, si decepcionamos es porque estamos viviendo, porque seguimos vivos.

Yo al menos, que he alcanzado una mediana edad (a la que se podría calificar como verde madurez o madura juventud), a estas alturas de mi vida he tenido tiempo y ocasión para haber decepcionado ya a mis padres (a ellos, los primeros), a mis hermanos, a mis amigos, a mis antiguas novias, a mi mujer (especialmente a ella), a mis hijos (especialmente a ellos), a mis colegas y a mis alumnos; y ahora, como autor de este blog, supongo que también a mis lectores, de palabra, obra u omisión.

Consideremos un caso particular: la decepción que se infligen mutuamente los miembros de una pareja. Cuando se conocen, todo es expectativa de felicidad. Pero el paso del tiempo y la convivencia (la con-vivencia: la vida-en-común, el acto-de-vivir-juntos) hacen que afloren los defectos de carácter y de actitud que antes se mantenían ocultos o se disimulaban. Entonces se van erosionando las expectativas y esperanzas que se alentaban en los comienzos. Y cada uno de los miembros de la pareja empieza a decepcionar al otro (o visto al revés: cada uno empieza a sentirse decepcionado por la otra parte). Si la decepción se hace crítica, entonces caben dos opciones: o el conformismo y la adaptación; o la ruptura. En el fondo, siempre una ruptura se produce porque sentimos que nuestra pareja ha decepcionado las esperanzas que habíamos depositado en ella.

Curiosa pero comprensiblemente, el ser humano es mucho más proclive a acusar la decepción causada por los demás en sí mismo, que a reconocer la decepción que él mismo causa en los demás. En el caso de la ruptura de una pareja, cada uno de los miembros suele recordar mucho más la decepción sufrida que la decepción causada. Pero aduciré aquí ejemplos literarios de ambas posibilidades. El poeta latino Catulo decide poner fin a su relación con su amada Lesbia (poema 76). Se trata de un poema que englobamos en el género de la renuntiatio amoris (renuncia al amor, ruptura amorosa). Ahora bien, Catulo considera que su actitud ha sido impecable hacia Lesbia en todos los sentidos, y que ha sido ella la que, por deslealtad, ha defraudado las expectativas que él tenía sobre ella:

Si qua recordanti benefacta priora voluptas
est homini, cum se cogitat esse pium
nec sanctam violasse fidem, nec foedere nullo
divum ad fallendos numine abusum homines:
multa parata manent in longa aetate, Catulle,
ex hoc ingrato gaudia amore tibi.
nam quaecumque homines bene cuiquam aut dicere possunt
aut facere, haec a te dictaque factaque sunt:
omnia quae ingratae perierunt credita menti.
quare cur te iam amplius excrucies?
quin tu animo offirmas atque istinc teque reducis,
et dis invitis desinis esse miser?
difficilest longum subito deponere amorem,
difficilest, verum hoc, qua lubet, efficias:
una salus haec est, hoc est tibi pervincendum,
hoc facias, sive id non pote sive pote. -
o di, si vestrumst misereri, aut si quibus umquam
extremo, iam ipsa in morte, tulistis opem,
me miserum aspicite et, si vitam puriter egi,
eripite hanc pestem perniciemque mihi!
hei mihi, subrepens imos ut torpor in artus
expulit ex omni pectore laetitias.
non iam illud quaero, contra me ut diligat illa,
aut, quod non potis est, esse pudica velit:
ipse valere opto et taetrum hunc deponere morbum.
o di, reddite mi hoc pro pietate mea!

Si algún placer obtiene un hombre de recordar sus buenas
acciones, cuando rememora que ha sido leal,
que no ha transgredido la sagrada lealtad ni ha abusado en pacto alguno
de la santidad de los dioses para defraudar a las personas,
te aguardan muchas alegrías, Catulo, durante una larga vida,
a raíz de este amor que no ha correspondido.
Pues cuanto los hombres pueden hacer o decir bien,
todo eso ha sido dicho y hecho por ti.
todo lo cual cayó en saco roto, confiado a un corazón desleal:
por tanto, ¿por qué vas a atormentarte más,
por qué no cobras fuerzas y vuelves en ti,
y dejas de ser desdichado, contra la voluntad de los dioses?
Ardua tarea es deponer de pronto un largo amor,
ardua, pero hazlo a toda costa:
esa es la única salvación, eso debes superar,
eso debes hacer, tanto si es posible como si no.
¡Oh, dioses, si es propio de vosotros la compasión, si alguna vez a algunos
ofrecisteis ayuda ya en la misma muerte,
contempladme a mí, desdichado, y, si he vivido honradamente,
arrancadme esta enfermedad y esta perdición,
que, infiltrándose como una parálisis en mis médulas,
me ha arrancado de todo el pecho la alegría de vivir!
No pretendo ya esto, que me corresponda en amor,
o, lo que es imposible, que quiera ser honesta.
Deseo reponerme yo y curarme de esta penosa enfermedad:
oh, dioses, devolvedme esto a cambio de mi lealtad.
En cambio, documentamos la visión contraria (lo que es mucho más infrecuente) en un poema moderno de Felipe Benítez Reyes: aquí, el sujeto lírico argumenta que, cuando se produce una ruptura amorosa, uno debe recapacitar sobre la decepción que ha causado en su pareja. Esta decepción ha sido la causa de la ruptura o del abandono:

ADVERTENCIA

Si alguna vez sufres -y lo harás-
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.

Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.

(Del libro Los vanos mundos, 1985)

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13.9.06

Ensalmos de amor (o... qué hacer si no puedes vivir sin ella)

Imaginemos que estamos enamorados de alguien. La persona amada no nos corresponde, bien porque no acepta entablar una relación amorosa con nosotros, o bien porque ha puesto fin a la relación (un caso particular y frecuente es cuando nuestra pareja nos abandona por un tercero). Estamos padeciendo la peor enfermedad que se puede sufrir en el campo de los sentimientos: el amor no correspondido (ingratus amor).

¿Qué cabe ante esta situación? Quizá todavía podemos intentar disuadir a la persona amada de sus intenciones vejatorias y "dejatorias": escribirle poemas o canciones; enviarle flores con notitas obsequiosas, o cualquier otro tipo de regalos suntuosos; tocarle serenatas; intentar persuadirla, bombardeándola con llamadas, emails y sms; y, ya en último extremo, chantajearla emocionalmente, con la amenaza de suicidarnos si no nos corresponde (nos sorprendería conocer estadísticamente cuántas parejas y matrimonios se han constituido o se han salvado de una ruptura porque uno de los miembros amenazó al otro con quitarse la vida si era abandonado: yo conozco más de un caso).

Si todos nuestros esfuerzos y denuedos son inútiles, cabe poner en práctica algunas argucias para olvidar nuestro amor, sobre las que Ovidio disertó por extenso en su libro Remedia amoris ("Remedios contra el desamor"): podríamos reconducir nuestras energías hacia otras actividades, siempre intentando evitar la ociosidad (es lo que llamaba Freud sublimar la pulsión sexual); o poner tierra y tiempo por medio (¿no dicen que la distancia es el olvido?); o pensar mal de la persona amada y aquilatar sus defectos, para ir alentando odio y rencor por ella en nuestro fuero interno.

Otros recursos que se me ocurren a mí (pero que Ovidio excluye de sus recomendaciones) son: cortejar y seducir a otra persona (ya se sabe: a rey muerto, rey puesto); o drogarnos o emborracharnos para embotar el sufrimiento. Pero, en fin, si nuestro padecimiento es realmente extremo y desesperado, si es literalmente cierto eso de que “no podemos vivir sin ella”*, lo más congruente y digno es... sí, consumar las amenazas suicidas, para no ser de los que amagan el tiro y esconden la mano: y es que no se puede negar que no hay nada más elegante y romántico que un suicidio de amor. Los procedimientos para autoinmolarse que tienen pedigree clásico son muy variados (el método de Sócrates, que es la cicuta, aunque vale cualquier veneno; el baño turco con sangría, como Séneca; o una daga con que practicarse una especie de harakiri, como Peto), pero uno bastante apropiado en caso de motivación amorosa sería dejarse morir de inanición (para exhibir una agonía lenta y vistosa, y provocar más mella moral en la persona amada, causante de la misma).

Ahora bien, al menos desde el punto de vista de la tradición cultural, el suicidio de amor más típico consiste en precipitarse desde un acantilado o desfiladero, como según la leyenda hizo Safo desde un acantilado en la isla griega de Léucade, cuando no pudo soportar el desdén de Faón; y como después, en imitación de ella, hicieron numerosos enamorados desesperados (de todas formas, para quien no quiera o no pueda costearse un viaje a la isla jónica, sugiero tres emplazamientos adecuados en el sur peninsular: el mirador de Vejer de la Frontera (Cádiz); el tajo de Ronda (Málaga); o algún acantilado del Algarve portugués). Por cierto, el pintor modernista Gustave Moreau (1826-1898) estuvo obsesionado por el suicidio de Safo, hasta el punto de que pintó el episodio en varios estadios (Safo asomada al precipicio; Safo en plena caída; Safo ya abatida). Valga como ejemplo este cuadro, titulado La mort de Sappho:



También es cierto que, antes de llegar a ese extremo, cabría intentar un procedimiento que bastantes griegos y romanos consideraban efectivo: la magia (a pesar de que Ovidio disuadiera de esta práctica en Remedia amoris). Muchos griegos o romanos practicaban embrujos, ensalmos, sortilegios, para granjearse un amor refractario. Tenemos documentación de esto en griego y latín (de lo que no tenemos documentación es de si fueron efectivos o no en la consecución de sus objetivos).

Por ejemplo, un tal Félix quiere conseguir el amor de una tal Vetia. Conjura a las divinidades infernales, para que éstas instilen amor por él en Vetia, inscribiendo el ensalmo en una tablilla de plomo. El texto latino es lagunoso (y además, con faltas de ortografía y de gramática) y la traducción que yo ofrezco, sólo aproximada:
Ope commendo ...infernales ut non... me contemnere, sed faciat quodcumque desidero Vettia quem peperit Optata, vobis enim adiubantibus ut amoris mei causa non dormiat, non cebum non escam accipere possit. [...] obligo Vettie [quam] peperit Optata sensum sapientiam et intellectum et voluntantem, ut amet me Felicem quem peperit Fructa ex ha die ex hac ora, ut obliviscatur patris et matris et propinquorum suorum et amicorum omnium et aliorum virorum amoris mei autem Felicem quem peperit Fructa, Vettia quem peperit Optata solum me in mente habeat... dormiens vigilans uratur frigat... ardeat Vettia quam peperit Optata... amoris et desideri mei.

Con este rito os conjuro, dioses infernales, a que no consintáis que me desdeñe, sino que haga lo que yo ansío Vetia, a la que parió Optata; a que, gracias efectivamente a vuestra ayuda, no duerma por causa de mi amor, no pueda ingerir comida ni alimento. Enajeno, de Vetia, a la que parió Optata, el sentido, la prudencia, la mente y la voluntad, para que me ame a mí, Félix, a quien parió Fructa, desde este día y desde esta hora, para que se olvide de su padre y de su madre y de sus parientes y de sus amigos y de los otros hombres, por amor a mí, Félix, a quien parió Fructa. Que Vetia, a quien parió Optata, sólo a mí tenga en su mente, durmiendo o despierta, y se abrase, se hiele, se queme Vetia, a la que parió Optata, por amor y deseo de mí.
Esto es un ensalmo real, pero también se han conservado versiones literarias de estos embrujos de amor (carmina amoris). Por ejemplo, el Idilio II de Teócrito, donde Simeta, locamente enamorada de Delfis, pronuncia un elaborado ensalmo para atraer su amor. O la égloga VIII de Virgilio, donde Alfesibeo hace lo propio para recuperar el favor del jovencito Dafnis. Copio aquí sólo un extracto de este segundo poema (no se pierdan la belleza del símil de la vaca):

ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Necte tribus nodis ternos, Amarylli, colores;
necte, Amarylli, modo et «Veneris» dic «vincula necto».
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Limus ut hic durescit et haec ut cera liquescit
uno eodemque igni, sic nostro Daphnis amore.
sparge molam et fragilis incende bitumine lauros.
Daphnis me malus urit, ego hanc in Daphnide laurum.
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Talis amor Daphnim, qualis cum fessa iuvencum
per nemora atque altos quaerendo bucula lucos,
propter aquae rivum, viridi procumbit in ulva,
perdita, nec serae meminit decedere nocti,
talis amor teneat, nec sit mihi cura mederi.
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
(Virgilio, Églogas 8.72-90)

Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Ata tres hilos de colores distintos con tres nudos, Amarílide;
átalos, Amarílide, y di sólo: “Estoy atando los lazos de Venus”.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Lo mismo que este barro se endurece y esta cera se derrite
por obra de un único y mismo fuego, que así padezca Dafnis por mi amor.
Esparce harina y prende con betún las crujientes hojas de laurel;
el malvado Dafnis me abrasa, lo mismo abraso yo este laurel por Dafnis.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Que tal amor posea a Dafnis como cuando una vaca agotada
de buscar a su novillo por sotos y crecidos bosques
cae desfallecida junto a un río, junto a la verde ova,
perdida, y no se acuerda de regresar a la caída de la noche,
que un amor tal lo posea y no me preocupe yo de cuidarlo.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Por último, también he encontrado que estos ensalmos de amor tienen vigencia contemporánea, si no como ritos mágicos reales (que no lo sé), sí al menos como motivos poéticos (y esa es la razón por la que he elaborado este post, porque el motivo tiene actualidad). Luis García Montero (Granada, 1958) ha escrito una versión moderna del motivo del ensalmo amoroso en el siguiente poema (del libro Habitaciones separadas, 1994):

CANCIÓN DE BRUJERÍA

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que vuelva su rostro
quien no quiso mirarme.

Que sus ojos me busquen
sostenidos y azules
por detrás de la barra.

Que pregunte mi nombre
y se acerque despacio
a pedirme tabaco.

Si prefiere quedarse,
haz que todos se vayan
y este bar se despueble
para dejarnos solos
con la canción más lenta.

Si decide marcharse,
que la luna disponga
su luz en nuestro beso
y que las calles sepan
también dejarnos solos.

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que no cante el gallo
sobre los edificios,
que se retrase el día

y que duren tus sombras
el tiempo necesario.

El tiempo que ella tarde en decidirse.
Así que ya saben los lectores de este blog: si sufren de desamor y ya han perdido la esperanza, como último recurso no pierden nada por intentar un encantamiento amoroso (vale el texto latino anterior, el de Félix, sustituyendo los nombres del sujeto y de su amada), y ya me cuentan si es efectivo o no. Siempre será preferible a aplicar el método socrático o sáfico. Digo yo.

* Tomo prestada la frase del blog Si no puedes vivir sin mí... ¿cómo es que todavía no te has muerto? (Gracias, Eva).

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7.9.06

Todos a beber

Hoy toca un post más frívolo y ligero (espero), tras el dramatismo de la entrada sobre el miedo. Los griegos antiguos tenían también lo que podemos llamar "canciones de borrachos" (como nuestro "El vino que vende Asunción..."): es decir, cancioncillas para ser recitadas en contextos de banquetes y de reuniones de bebedores. El siguiente poemita pertenece a la colección de Anacreónticas. Esta colección es una compilación de poemas tardíos de temática convival que, sin ser de Anacreonte, se compusieron siguiendo el estilo y temática de este poeta lírico griego, y se adscribieron a su nombre:

Ἡ γῆ μέλαινα πίνει,
πίνει δένδρεα δ' αὖ γῆν
πίνει θάλασσ' ἀναύρους,
ὁ δ' ἥλιος θάλασσαν,
τὸν δ' ἥλιον σελήνη·
τί μοι μάχεσθ', ἑταῖροι,
καὐτῶι θέλοντι πίνειν;
(Anacreónticas 21)

La negra tierra bebe,
los árboles beben la tierra,
el mar bebe las fuentes,
y al sol, la luna.
¿Porque lucháis, compañeros, conmigo,
que también quiero beber?

En España, dos poetas cultivaron especialmente el género anacreóntico, mediante traducciones libres o adaptaciones de poemas griegos: Esteban Manuel de Villegas (1589-1699) en el siglo XVII; y Juan Meléndez-Valdés en el XVIII. El primero compuso una graciosa y sintética adaptación de la canción citada:

Monostrofe 20

Del beber

Bebe la tierra fértil
y a la tierra las plantas,
las aguas a los vientos,
los soles a las aguas,
y a los soles las lunas
y las estrellas claras.
¿Pues por qué la bebida
me vedáis, camaradas?

El poemita griego también ha conocido numerosas imitaciones en la poesía inglesa. Por ejemplo, ésta de Charles Cotton (1630-1687), publicada en 1689 (que es bastante más verbosa que la de Villegas):

Paraphras'd from Anacreon

The Earth with swallowing drunken showers
Reels a perpetual round,
And with their Healths the Trees and Flowers
Again drink up the Ground.

The Sea, of Liquor spuing full,
The ambient Air doth sup,
And thirsty Phoebus at a pull,
Quaffs off the Ocean's cup.

When stagg'ring to a resting place,
His bus'ness being done,
The Moon, with her pale platters face,
Comes and drinks up the Sun.

Since Elements and Planets then
Drinks an eternal round,
'Tis much more proper sure for men
Have better Liquor found.
Why may not I then, tell me pray,
Drink and be drunk as well as they?

Por otro lado, el poema siguiente, de Shelley, no versa sobre la bebida, sino sobre el amor, pero utiliza el mismo procedimiento retórico y argumentativo de la anacreóntica griega:

Love's Philosophy

THE fountains mingle with the river
And the rivers with the ocean,
The winds of heaven mix for ever
With a sweet emotion;
Nothing in the world is single,
All things by a law divine
In one another's being mingle—
Why not I with thine?

See the mountains kiss high heaven,
And the waves clasp one another;
No sister-flower would be forgiven
If it disdain'd its brother;
And the sunlight clasps the earth,
And the moonbeams kiss the sea—
What are all these kissings worth,
If thou kiss not me?

Y, ya puestos a rastrear la retórica de estos poemas, en la canción flamenca "Si Los Hombres Han Llegado Hasta La Luna", del grupo Bacilos, se aprecia el mismo modo de argumentación en un par de estrofas:

Si los hombres han llegado hasta la luna,
si desde Sevilla puedo hablar con alguien que esté en Nueva York,
si la medicina cura lo que antes era una muerte segura,
dime por qué no es posible nuestro amor.

Si la bella con un beso convirtió a la bestia en un galán,
si las flores se marchitan y más tarde vuelven a brotar,
si hay abuelos que se quieren,
y su amor es todo lo que tienen,
dime por qué no lo vamos a intentar.

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4.9.06

El miedo hace girar el mundo (Fear makes the world go round)

[Update 14-09-2006. For an English translation of this post by Richard Blazek, see here. Thanks, Richard!]

Es incontable la cantidad de cosas que el ser humano hace por miedo. No creo, con Freud, que la motivación de la especie humana sea única: la pulsión sexual. Tampoco me convence que la motivación del hombre sea doble, como ya sostenía el Arcipreste de Hita, la subsistencia (preservación del individuo) y la procreación (preservación de la especie):

Como dise Aristóteles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenençia; la otra era
por aver juntamiento con fembra plasentera. (Libro de Buen Amor, estrofa 71)
No, la motivación universal, el motor ubicuo del mundo, es el miedo.





El bebé de pecho reclama con su llanto el alimento y el arrullo de la madre, porque tiene miedo: a morir de inanición o a ser pisado o vapuleado por un congénere mayor. Los niños en la escuela abusan de los más débiles porque temen, ellos mismos, ser victimizados por los demás: dan miedo porque tienen miedo. Por miedo a la soledad o al ostracismo social trabamos amistad con otros individuos. Ese mismo miedo nos lleva a agruparnos (“la unión hace la fuerza”, se dice) en variadas asociaciones, clubes, partidos políticos o sindicatos (sindicatos: esas sociedades cuasi mafiosas de protección mutua, que blindan a sus afiliados contra el miedo a todo lo exterior). Estudiamos y desarrollamos carreras profesionales porque sentimos miedo a “no ser nadie” en la jungla humana y, por tanto, a no ser capaces, a lo largo de nuestra vida, de procurarnos sustento vital, atención médica y protección contra los elementos hostiles. Cuando estamos enamorados, incurrimos en las mayores indignidades y bajezas por miedo a que la persona amada nos rechace o nos abandone. La gente se empareja y se casa con la persona equivocada por miedo al aislamiento. Procreamos hijos porque nos asusta imaginarnos solos en nuestra senectud, o porque pretendemos neutralizar el miedo a que se disipe el recuerdo de nosotros una vez hayamos muerto.

A muchos atrae el poder y la riqueza (como veremos en Lucrecio), porque tales bienes nos colocan aparentemente en posición de seguridad y eximen del miedo. Nos embriagamos con drogas o alcohol para evadirnos, porque nos aterra encarar la realidad. Nos aferramos a la vida, porque tenemos miedo a la muerte, como Hamlet:

For in that sleepe of death, what dreames may come,
When we haue shuffel'd off this mortall coile,
Must giue vs pawse. There's the respect
That makes Calamity of so long life
For who would beare the Whips and Scornes of time, […]
When he himselfe might his Quietus make
With a bare Bodkin? Who would these Fardles beare
To grunt and sweat vnder a weary life,
But that the dread of something after death,
The vndiscouered Countrey, from whose Borne
No Traueller returnes, Puzels the will,
And makes vs rather beare those illes we haue,
Then flye to others that we know not of.
Thus Conscience does make Cowards of vs all,

Pues los ensueños que nos puedan acontecer durante el sueño de la muerte,
una vez que nos hayamos desprendido del mortal velo,
deben hacernos recapacitar. En ello consiste el miedo
que consiente la desgracia de una vida tan prolongada.
Pues ¿quién soportaría los azotes y desaires del tiempo, […]
cuando él mismo podría procurarse tranquilidad
con una simple daga? ¿Quién aguantaría sufrir estas taras,
para gemir y sudar bajo la carga de la vida,
si no fuera porque el miedo a algo tras la muerte,
a ese país desconocido, de cuyas lindes
ningún viajero regresa, confunde a la voluntad
y nos hace aguantar estos males que tenemos,
antes que escapar en pos de otros ignorados?
Así, la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes.
Y al revés: los desesperados optan por el suicidio: se aferran a la muerte por miedo a la vida. Por miedo se perpetran las mayores iniquidades e injusticias: se estafa, se roba, se mata, se denigra al prójimo, pues tememos ser víctimas nosotros mismos de esos abusos, y optamos por adelantarnos. Los miembros de los tribunales que juzgan en las oposiciones y habilitaciones de Universidad prevarican por miedo: prefieren promocionar a candidatos de confianza, que no les hagan sombra ni les asusten, mientras postergan a los más capaces, porque les dan miedo. Los tiranos tiranizan más cuanto más miedo sienten de sus súbditos. Cuando el tirano Creonte exilia a Medea del reino de Corinto, le espeta: libera cives metu (“libera a los ciudadanos del miedo”; Séneca, Medea 270). Y, por elevarse de la psicología individual a la colectiva, los estados emprenden guerras por miedo a que el enemigo tome la iniciativa.

Creo incluso que, antropológicamente, tanto la sonrisa como la depresión nacieron del miedo. La sonrisa era un rictus de la boca con que los primates débiles transmitían a los dominantes el mensaje de que no suponían una amenaza. Es decir, sonreían los tímidos (los que tenían miedo, del verbo latino timere, “temer”). La depresión, con la actitud pasiva y apocada que produce en el individuo, servía para transmitir idéntico mensaje de rendición e indefensión de cara a potenciales agresores. En definitiva, es el miedo es el que mueve al género humano a interaccionar con su entorno y con los demás individuos. Hasta creo que los "blogueros" escribimos artículos en nuestro blog por miedo a no ser nadie, a que nadie cuente con nosotros, en la blogosfera. Miedo, siempre el miedo.

Javier Marías, en su novela Tu rostro mañana. 2. Baile y sueño (Madrid: Alfaguara, 2004), describe cómo los criminales se defenderán en el juicio final de sus crímenes y tropelías:

Y los acusados responderían siempre: “Fue necesario, defendía a mi Dios, a mi Rey, mi patria, mi cultura, mi raza; mi bandera, mi leyenda, mi lengua, mi clase, mi espacio; mi honor, a los míos, mi caja fuerte, mi monedero y mis calcetines. Y en resumen, tuve miedo”. (p. 162)
Y Lucrecio, el apóstol en Roma de la filosofía epicúrea, desarrolla por extenso el tema de que es el temor a la muerte la razón por la que las personas cometen todo tipo de iniquidades y crímenes durante su vida (De rerum natura 3.59-73):

denique avarities et honorum caeca cupido,
quae miseros homines cogunt transcendere fines
iuris et inter dum socios scelerum atque ministros
noctes atque dies niti praestante labore
ad summas emergere opes, haec vulnera vitae
non minimam partem mortis formidine aluntur.
turpis enim ferme contemptus et acris egestas
semota ab dulci vita stabilique videtur
et quasi iam leti portas cunctarier ante;
unde homines dum se falso terrore coacti
effugisse volunt longe longeque remosse,
sanguine civili rem conflant divitiasque
conduplicant avidi, caedem caede accumulantes,
crudeles gaudent in tristi funere fratris
et consanguineum mensas odere timentque.

En fin, la avaricia y el deseo ciego de honores,
que obligan a los desdichados hombres a transgredir los límites de la justicia
y, a veces, como cómplices y colaboradores de crímenes,
a esforzarse las noches y los días, con esfuerzo ímprobo,
en alcanzar máximas riquezas, estos vicios de la vida
se alimentan en gran medida por el miedo a la muerte.
Pues el vergonzante desprecio y la dura pobreza
parecen incompatibles con una vida dulce y segura
y son como un estar ya a las puertas de la muerte.
Por ello, los hombres que, forzados por un terror gratuito,
pretenden escapar lejos y huir lejos,
mediante la sangre de sus conciudadanos acrecientan su patrimonio
y, ansiosos, duplican sus riquezas, acumulando muerte sobre muerte.
Crueles, se alegran en el luctuoso funeral de un hermano
y odian y temen los banquetes de sus parientes.

Siendo así, no cabe duda que la mayor virtud ética y cívica es la valentía. Pero qué pocos la tienen.

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1.9.06

Nada más dulce que el amor

De Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ya cité poemas aquí y aquí en este blog. He leído su último libro, titulado La vida en llamas (Madrid: Visor, 2006).

Ahí se incluye el siguiente poema:

ALICIA

Cuarenta grados a la sombra.
Una carretera vacía que se pierde en el horizonte.
Un Chevrolet prestado listo para el desguace.
Una poza rocosa donde tomar un baño.
Un vaso de cerveza helada en un McDonald's.
Dos o tres camioneros con quienes conversar.
Dos o tres camareras a las que vacilar.
Un vendedor de biblias con el que discutir.
Un crepúsculo alucinante.
Todo eso a cambio de una tarde de lluvia
con Alicia en un cobertizo.
La técnica retórica empleada es la que conocemos como priamel: primero (vv. 1-9), se enumeran una serie de elementos supuestamente gozosos para el sujeto; a continuación, se establece la superioridad del amor sobre esos otros placeres de la vida (vv. 10-11).

La técnica, con la misma implicación erótica, ya está en el epigramatista griego Asclepíades de Samos, del siglo III a.C., que fue considerado el inventor del epigrama erótico alejandrino (Antología Palatina 5.169):

Ἡδὺ θέρους διψῶντι χιὼν ποτόν, ἡδὺ δὲ ναύταις
ἐκ χειμῶνος ἰδεῖν εἰαρινὸν Στέφανον·
ἥδιον δ', ὁπόταν κρύψῃ μία τοὺς φιλέοντας
χλαῖνα καὶ αἰνῆται Κύπρις ὑπ' ἀμφοτέρων.


Dulce es para el sediento el agua fresca en el estío,
dulce para los marinos contemplar tras el invierno la primaveral Corona Boreal.
Pero más dulce es que una misma manta cubra
a dos enamorados que veneran a Afrodita.

No es implausible suponer que Luis Alberto de Cuenca, fino helenista, se haya inspirado en el poemita de Asclepíades para su propia composición.

Por cierto, es muy probable que también Jaime Gil de Biedma leyera e imitara ese epigrama de Asclepíades. Sabemos que Biedma, aunque no conocía el griego, leyó la Antología Palatina en traducción francesa, en los Clásicos Garnier. El poema en que Gil de Biedma presenta reminiscencias claras con el epigrama helenístico es «Vals del aniversario», perteneciente al libro Compañeros de viaje (Barcelona, 1959), y arranca así:

VALS DEL ANIVERSARIO

Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo,
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,

si no es esta ligera sensación
de irrealidad. Algo como el verano
en casa de mis padres, hace tiempo,
como viajes en tren por la noche. [...]
Curiosamente, en «Canción de aniversario», del libro Moralidades (1966), el poeta se cita a sí mismo, evocando de nuevo el epigrama de Asclepíades:

Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
He estudiado con más detenimiento la tradición clásica presente en Gil de Biedma en este artículo.

Me doy cuenta, por cierto, que casi siempre comento aquí a los mismos poetas, mis clásicos: Catulo, Horacio, Virgilio, Estacio, Fray Luis de León, Quevedo, Gabriel y Galán, Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma...

Deseo a mis lectores que disfruten del amor, de la poesía y de la vida.

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