28.5.06

Del amor y de sus indignidades

El eximio poeta Jaime Gil de Biedma (1929-1990) fue un hombre muy enamoradizo, que tuvo muchos amantes varones y una sola amante mujer (la famosa Bel). Pero Gil de Biedma era muy consciente de las indignidades a que el amor sometía al enamorado. Así, en una entrevista concedida en 1983 declaró:

"Porque cuando uno vive el ciclo completo de las relaciones amorosas siempre acaba recibiendo una mala noticia acerca de sí mismo; siempre acabas descubriendo que eres mucho más despreciable de lo que pensabas, capaz de mezquindad, de celos, de deseo de posesión, de cosas deleznables, horribles."
(J. Pérez Escohotado (ed.), Jaime Gil de Biedma. Conversaciones, Barcelona: El Aleph, 2002, 181-182)

Creo que la mayoría de los pensadores y escritores griegos y romanos compartían esta visión sombría sobre el amor: por ejemplo, el poeta latino Lucrecio, que en el siglo I a. C. se propuso difundir en Roma la filosofía epicúrea mediante un poema didáctico titulado De rerum natura. Lucrecio dedicó una amplísima sección, en el libro IV de su poema, a glosar los numerosos males del amor. Según Lucrecio, el amor expone al enamorado a la degradación personal y a muchísimas indignidades: se desperdicia la energía y el tiempo, se pierde la libertad, se derrocha la hacienda, se descuida el trabajo (otro tópico literario) y la fama, se sufre por el remordimiento y por los celos:

Adde quod absumunt viris pereuntque labore,
adde quod alterius sub nutu degitur aetas,
languent officia atque aegrotat fama vacillans.
labitur interea res et Babylonia fiunt
[...]
ne quiquam, quoniam medio de fonte leporum
surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus angat,
aut cum conscius ipse animus se forte remordet
desidiose agere aetatem lustrisque perire,
aut quod in ambiguo verbum iaculata reliquit,
quod cupido adfixum cordi vivescit ut ignis,
aut nimium iactare oculos aliumve tueri
quod putat in voltuque videt vestigia risus.
(4.1121-1124, 1133-1140)

[Añade que [los enamorados] desperdician sus fuerzas y mueren de sufrimiento,
añade que se pasa la vida bajo la voluntad de otra persona,
las tareas decaen y se resiente la reputación, débil.
Se dilapida además la hacienda y se producen derroches,[...]
Y en vano, pues de mitad de la fuente de los deleites,
surge una amargura que angustia entre los mismos donaires:
o bien porque la mente misma, consciente, quizá sufre remordimiento
de pasar la vida desidiosamente y de perder el tiempo,
o porque la amada emitió una palabra y la dejó ambigua,
y esa palabra permanece clavada en el corazón del enamorado como un fuego,
o porque se considera que la amada pasea demasiado sus ojos y mira a otro,
y se detectan en su rostro indicios de una sonrisa.]

Por su parte, la mayoría de los poetas de tradición petrarquista de los siglos XVI y XVII tocan el tema. Estos poetas son igualmente conscientes de que el amor es un factor muy degradante de sus personas. Y advierten a sus lectores, para que ellos no caigan también en las mismas indignidades en que ellos mismos han incurrido. Baste como ejemplo un exquisito soneto amoroso de Francisco de Quevedo (1580-1645):

[ADVIERTE CON SU PELIGRO A LOS QUE LEYEREN SUS LLAMAS]

Si fuere que después, al postrer día
Que negro y frío sueño desatare
Mi vida, se leyere o se cantare
Mi fatiga en amar, la pena mía,

Cualquier que de talante hermoso fía
Serena libertad, si me escuchare,
Si en mi perdido error escarmentare,
Deberá su quietud a mi porfía.

Atrás se queda, Lisi, el sexto año
De mi suspiro: yo, para escarmiento
De los que han de venir, paso adelante.

¡Oh en el Reino de Amor huésped extraño!,
Sé docto con la pena y el tormento
De un ciego y sin ventura fiel amante.

Por tanto, según Quevedo, enamorarse es hipotecar la libertad y la dignidad personal a cambio de casi nada: por un bello rostro. ¡Cuánto recuerda esto a la frase de Lucrecio reproducida antes: alterius sub nutu degitur aetas ("se pasa la vida bajo la voluntad de otra persona")! Y el poeta Luis Cernuda insistiría en la misma noción: «Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;»

Así que ya saben los lectores de este blog: si en algo estiman la opinión de Lucrecio, de Quevedo y de Biedma, eviten enamorarse, para no incurrir en la degradación e indignidad inherentes al amor.

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16.5.06

Para qué sirve el Latín (o... cómo decir en latín “te quiero”)

Antes de empezar, quizá debería pedir excusas a los lectores de este blog por mis largas e injustificadísimas ausencias. Resulta emotivo (y motivo de agradecimiento) que mi infidelidad contraste con la fidelidad de los lectores de este modesto sitio, lectores que continúan leyendo mis menudencias y, además, en número muy creciente. Algunos amigos incluso tienen la amabilidad de hacerse eco de y recomendar este blog: quiero individualizar y agradecer, porque me abruma, la afectuosa recomendación de Juan Pedro Quiñonero, cuya cultura humanística y prosa cincelada admiro mucho. Así que me siento un poco como la femme fatale de una historia de amor decimonónica: más querida y pretendida por su amante cuanto más incurre en desaires, ausencias e infidelidades.

A lo que iba. Aunque soy profesor de Filología Latina, soy de los que piensan que el latín no sirve para nada. No sirve para nada, de la misma manera que no sirve para nada el 99.9% de las numerosas y variadas actividades, aficiones, ciencias o querencias a las que los humanos nos dedicamos con afán para dar algún contenido y sentido al breve tiempo que media entre nuestro nacimiento y muerte: "Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos / e corremos" (Jorge Manrique). Todas estas ocupaciones, que nosotros juzgamos tan importantes, en realidad no son más que fruslerías: pasatiempos en los que nos entretenemos para sentirnos vivos; en fin: juegos para aplazar la muerte (según la hermosa expresión de Juan Luis Panero, a la que dediqué un post aquí).

Sin embargo, resulta sorprendente el elevado número de personas, no especialistas en filología clásica ni en ninguna rama de las humanidades, que consideran, por el contrario, que el latín sirve para algo: de hecho, para muchas cosas. Me explico. Yo en realidad no entiendo de latín, como de nada, pero hago como si, ya que en el gran teatro del mundo me toca representar el papel de “experto en latín”: y en calidad de tal experto estoy inscrito en un portal multitemático de Internet, al que pueden recurrir los cibernautas para consultar las más variopintas cuestiones, por ejemplo, en la categoría de Filología.

¿Y qué me preguntan sobre latín los cibernautas no especializados? Es decir, ¿para qué sirve el latín, según su opinión? Pues recibo consultas muy numerosas y variadas: ver aquí. Algunas no tienen mayor interés: estudiantes de latín elemental me piden que les traduzca frases o porciones de César (es decir, que les haga el trabajo escolar). Pero bastantes lectores me piden traducciones del español al latín con otros fines. Les cuento algunos casos curiosos.

Bastante gente solicita traducciones al latín para texto de tatuajes. Uno me pide la versión al latín de la frase “el sufrimiento lleva al placer”: así que sugerí PER LABOREM AD VOLVPTATEM.

Otra lectora, muy dispuesta y animosa ella, parece que quiere tatuarse “Estoy preparada para todo”, por lo que propuse AD OMNIA PARATA SVM.

Otro consultante, de carácter estoico, considera que “Lo que no me vence, me hace más fuerte”, que yo traduje al latín como QVOD NON ME VINCIT, FORTIOREM ME FACIT.

Un lector, de temperamento igualmente estoico, pero de estilo bastante más barroco y ampuloso, me ruega que le traduzca al latín la enrevesada frase “Seré resistente al dolor y a la fatiga, no diciendo nunca no puedo y pidiendo siempre más”. Fue un reto más complicado, y propuse DOLORI LABORIQVE RESISTAM, NVNQVAM "NON POSSVM" DICENS VLTROQVE AMPLIVS REPOSCENS. Con tantas letras, creo que le saldrá caro el tatuaje y le resultará bastante doloroso.

Por cierto, siempre suelo disuadir de hacerse tatuar textos en lenguas extranjeras, sean latín o chino. Nunca se tendrá la completa certeza de que la traducción a alguna de estas lenguas esté libre de errores. Un tatuaje es una cosa seria, y casi indeleble; y yo, desde luego, para lo que cobro no ofrezco garantía alguna sobre la corrección de las traducciones latinas que propongo.

Un especialista en rótulos necesitaba la traducción al latín, para aerografiarla en un casco, de la frase “Apartad de mi camino”. Mi respuesta fue: MEAM VIAM EXPEDITE.

Un grupo de dermatólogos y anatomopatólogos me pidió, para texto de un sello, un lema en latín que tradujera “Cuidan de la piel en la guerra y en la paz”. Propuse: AD CVTIS SALVTEM DOMI MILITIAEQVE VIGILAMVS.

Pero, según mis consultantes, el latín sirve también para el amor. Un lector me rogaba (y parecía tener mucho interés en ello) que le tradujera al latín una declaración de amor y consiguiente petición de matrimonio: “Cásate conmigo, princesa, y seamos felices para siempre”. Propuse: Utinam velis nubere mihi, mea regina, et simus felices in omne aevum. Sólo espero que tuviera suerte, y que si, finalmente, su princesa o reina accede al matrimonio, me invite a la boda. Qué menos.

¿Y cómo se dice “Te quiero” en latín? Claro que podría decirse, simplemente, TE AMO o TE DILIGO. Pero los tres poetas más especializados en cuestiones de amor en la literatura latina eran los elegíacos Tibulo, Propercio y Ovidio. Y ellos se lo dijeron a sus chicas de otra manera, un poco más elaborada:

Tu mihi sola places

(La frase está en Tibulo 3.19.3, Propercio 2.7.19 y Ovidio, Ars amatoria 1.42).

Así que prueben a decírselo así a sus amadas, y a ver si hay suerte. Yo lo he hecho con mi chica, con grato resultado. Atención: la frase anterior sólo vale para un chico requebrando a su amada. Para las chicas que quieran declararse a sus elegidos, la versión sería: Tu mihi solus places.

Salud, latín y amor.

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