22.10.06

Congreso sobre endogamia y acoso en la Universidad

Esta entrada ha sido suprimida de este blog, pero puede leerse aquí.

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16.10.06

Será como volver a casa

Podría haber titulado también este post “L’enfer c’est nous” (El infierno somos nosotros). El Infierno no existe, al menos como lo concibe el dogma católico: como el lugar de castigo donde las almas de los pecadores son condenadas, a su muerte, a eterno suplicio y sufrimiento. En otro post hablaré, quizá (o quizá no), sobre la historia del concepto de Infierno en Occidente, porque es una invención muy curiosa de algunos padres de la Iglesia Católica, con falsificación y manipulación desvergonzadas de los textos bíblicos.

Pero ahora quiero detenerme en un tópico filosófico y literario: el postulado de que el Infierno existe, sí, pero no en ningún lugar subterráneo ni tras la muerte de los hombres, sino aquí (en la tierra) y ahora (mientras vivimos). Somos nosotros los que nos forjamos nuestro propio Infierno (L’enfer, c’est nous), alentando actitudes, pensamientos y sentimientos que nos hacen sufrir; y también construimos el Infierno para los demás, cuando les hacemos la puñeta (y así lo sostuvo Jean Paul Sartre: L’enfer, c’est les autres).

En la novela El alquimista impaciente (2000), de Lorenzo Silva, los investigadores interrogan a un individuo, Críspulo Ochaita, sospechoso de asesinato. Ochaita, en realidad, es inocente del asesinato que se le imputa, y está sufriendo además una enfermedad en su estadio terminal (por lo que muere en la novela poco después de este diálogo):


–Mira, sargento –volvió a hablar Ochaita, sin dejar de enfrentarme–. No sé cuánto me queda. No sé si serán quince días, o diez, o dos. No he tenido mala vida: lo he pasado bien, me he salido con la mía muchas veces y he podido darme caprichos que muchos nunca consiguen. Pero ahora todo me la sopla, [...] Es más, si alguna vez hubiera matado a alguien, ahora me daría el gustazo de confesarlo. No es que no crea en el infierno. Vaya sí creo: he vivido allí. Por eso no me importa lo que me espera. Después de todo, será como volver a casa.

¿Cuál es el pedigree clásico de esta concepción? Lucrecio pretendió difundir en Roma la filosofía epicúrea, bajo el ropaje de la poesía didáctica: escribió un precioso poema titulado De rerum natura, sobre el que ya hemos comentado más de una vez en este blog. Uno de los postulados de la filosofía epicúrea es que el Infierno no existe, entre otras razones, porque las almas de los hombres no sobreviven a la muerte de las personas. En un largo pasaje del libro III (versos 978-1023), Lucrecio argumenta que los castigos convencionales del Infierno (los de Tántalo, Ticio, las Dánaides) en realidad son metáforas de los sufrimientos que experimentamos en vida, fruto de nuestros vicios morales. He aquí algunos versos (978-983, 992-997):


Atque ea ni mirum quae cumque Acherunte profundo
prodita sunt esse, in vita sunt omnia nobis.
nec miser inpendens magnum timet aëre saxum
Tantalus, ut famast, cassa formidine torpens;
sed magis in vita divom metus urget inanis
mortalis casumque timent quem cuique ferat fors. [...]

sed Tityos nobis hic est, in amore iacentem
quem volucres lacerant atque exest anxius angor
aut alia quavis scindunt cuppedine curae.
Sisyphus in vita quoque nobis ante oculos est,
qui petere a populo fasces saevasque secures
imbibit et semper victus tristisque recedit.

Y no cabe duda de que cuantos castigos del profundo Aqueronte
transmite la leyenda, todos los encontramos en vida.
No existe un Tántalo desdichado que tema la enorme roca
suspendida en el aire, como se cuenta, paralizado por vano terror;
sino más bien en vida, el vano temor a los dioses agobia
a los mortales, y temen la vicisitud que a cada uno les depare el azar.

En realidad, para nosotros Ticio es aquél a quien, abatido por el amor,
lo laceran los buitres y lo recome una ansiosa angustia,
o bien lo desgarran las cuitas de cualquier otra pasión.
Sísifo existe también, pero en vida y ante nuestros ojos:
es quien anhela conseguir del pueblo los haces y soberbias segures,
y se retira siempre derrotado y mohíno.

Lope de Vega desarrollará el mismo tópico en el Soneto 54 de su libro Rimas humanas (1609). Siguiendo claramente a Lucrecio, Lope compara a los condenados legendarios del Infierno (Dánaides, Tántalo, Ixión, Sísifo, Prometeo) con el sufrimiento íntimo provocado por los celos de amor:


Que eternamente las cuarenta y nueve
pretendan agotar el lago Averno;
que Tántalo del agua y árbol tierno
nunca el cristal ni las manzanas pruebe;

que sufra el curso que los ejes mueve
de su rueda Ixión, por tiempo eterno;
que Sísifo, llorando en el infierno,
el duro canto por el monte lleve;

que pague Prometeo el loco aviso
de ser ladrón de la divina llama,
en el Caucaso, que sus brazos liga;

terribles penas son, mas de improviso
ver otro amante en brazos de su dama,
si son mayores, quien los vio los diga.

También Quevedo considera que está sufriendo, en vida, el Infierno del amor en su corazón: “mi corazón es reino del espanto”.


PERSEVERA EN LA EXAGERACIÓN DE SU
AFECTO AMOROSO Y EN EL EXCESO DE SU PADECER

En los claustros del alma la herida
yace callada; mas consume hambrienta
la vida, que en mis venas alimenta
llama por las medulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida,
que ya ceniza amante y macilenta,
cadáver del incendio hermoso, ostenta
su luz en humo y noche fallecida.

La gente esquivo, y me es horror el día;
dilato en largas voces negro llanto,
que a sordo mar mi ardiente pena envía.

A los suspiros di la voz del canto,
la confusión inunda l'alma mía:
mi corazón es reino del espanto.

Tengo incluso una hipótesis sobre dónde concretamente leyeron Lope de Vega y Quevedo el texto de Lucrecio: seguramente en alguna de las antologías o polianteas de textos latinos que tanto éxito tuvieron durante el siglo XVI, en las que los extractos se englobaban bajo epígrafes que representaban tópicos y motivos. Los tópicos, a su vez, se organizaban en orden alfabético. Un probable candidato sería el libro Illustrium poetarum flores, de Octaviano Mirándula. Conoció muchas ediciones. Una joya de mi biblioteca es un ejemplar de este libro, de 1553, cuya portada es ésta:




Y el texto de Lucrecio (una porción) está reproducido en la página 347, bajo el tópico "De Inferno" y el epígrafe "An sit inferni poena aliqua & quod non sit, secundum quorundam insulsam opinionem" (Si existe algún castigo en el Infierno, y lo que no es, según la necia opinión de algunos):




Así que, ya saben, no hay nada que temer: si damos por buena la opinión de Lucrecio, el Infierno no existe; nos lo creamos nosotros mismos, en vida. Y si el Infierno existiera, no hay duda de que cuando lleguemos allí... será como volver a casa. Pues que tarde lo más posible...

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11.10.06

Contigo, pan y cebolla (o... ¿se puede vivir de amor y de agua fresca?)

La expresión “contigo, pan y cebolla” es mucho más que una trillada frase proverbial. Refleja una realidad de la naturaleza humana y resume, por otro lado, el contenido de un tópico literario.

Cuando el enamoramiento invade a un sujeto (un enamoramiento intenso, reciente), en el organismo del enamorado se desencadena una respuesta neurofisiológica, que incluye la liberación en el cerebro de una droga natural, generada por el propio organismo: la feniletilamina. Esta sustancia tiene las propiedades farmacológicas de la anfetamina: causa “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, y suprime la sensación de fatiga. El enamorado, dopado por esta droga del amor, se siente valiente e inmune a los peligros. Apelo ahora a la experiencia y recuerdos de mis lectores: ¿no hemos experimentado, cuando estamos enamorados y acompañamos a la novia a casa por la noche, la sensación de ser inmunes a los riesgos callejeros: por ejemplo, a ser asaltados por malhechores?

Pero, a lo que iba, la feniletilamina induce al sujeto a sentirse también resistente a la fatiga, a la sed y al hambre. Esa es la razón por la que “siente”, literalmente, que si está en compañía de la persona amada, no necesita medios materiales para sustentarse (comida, bebida). De ahí el refrán castellano: Contigo, pan y cebolla. Los franceses expresan la misma convicción más poéticamente: “vivre d’amour et d’eau fraîche” (vivir de amor y de agua fresca)*.

Ese sentimiento, esa convicción, es también un tópico literario con raíces clásicas. Como ya comenté en otro post, a propósito de la desidia que causa el amor, en este caso también los antiguos se limitan a desarrollar como tópico literario la descripción de un estado neurofisiológico. Así, los poetas elegíacos latinos proclaman repetidas veces que ellos prefieren el amor a las riquezas. Más concretamente, a veces especifican que, con tal de estar con la mujer amada, no les importa vivir en la penuria de medios materiales (pseudo-Tibulo 3.3.23-24, 29-32):

Sit mihi paupertas tecum iucunda, Neaera,
At sine te regum munera nulla volo. [...]

Nec me regna iuvant nec Lydius aurifer amnis
Nec quas terrarum sustinet orbis opes.
Haec alii cupiant, liceat mihi paupere cultu
Securo cara coniuge posse frui.

¡Viva yo contigo, Neera, en feliz pobreza,
pero sin ti no quiero ni los regalos de los reyes! [...]

No me complacen los reinos, ni el río lidio, rico en oro,
ni cuantas riquezas contiene el orbe terráqueo.
Que otros anhelen eso: ojalá pueda yo, con pobre sustento,
difrutar sin cuita de mi querida mujer.

Modernamente, el poeta francés Jacques Prévert (de quien ya cité otro poema aquí) elabora una fantasía o sueño erótico, con una atmósfera onírica y surrealista: se siente capaz de vivir en la pobreza absoluta, desnudo y en el desierto, con su amada, sustentándose sólo de ese amor... y de agua fresca (me preocupa dónde piensa encontrar agua fresca en el desierto, a no ser que se imagine cerquita de un oasis, pero los sueños, claro está, son libres y pueden permitirse el lujo de ser incongruentes):

À quoi rêvais-tu?

Vêtue puis revêtue
à quoi rêvais-tu
dévêtue

Je laissai mon vison au vestiaire
et nous partions dans le désert
Nous vivions d'amour et d'eau fraîche
nous nous aimions dans notre misère
nous mangions notre linge sale en famine
et sur la nappe de sable noir
tintait la vaisselle du soleil
Nous vivions d'amour et d'eau fraîche
J'étais ta nue propriété.


¿Con qué soñabas?

Vestida y vuelta a vestir,
¿con qué soñabas tú
desvestida?

Dejé mi visón en el guardarropa
y nos marchábamos al desierto
Vivíamos de amor y de agua fresca
nos amábamos en nuestra penuria
nos comíamos nuestra ropa sucia, de hambre
y sobre el mantel de arena negra
tintineaba la vajilla del sol
Vivíamos de amor y de agua fresca
Yo era tu desnuda propiedad


Y también el cantautor Joaquín Sabina retoma la expresión “pan y cebolla”, para caracterizar una relación de pareja, en su canción “Eva tomando al sol”, perteneciente al disco El hombre del traje gris (1988). La canción puede escucharse aquí (fichero mp3 de 5 megas), y la primera parte de la letra dice:

Todo empezó cuando aquella serpiente
me trajo una manzana y dijo: “prueba”
Yo me llamaba Adán, seguramente
tú te llamabas Eva.

Vivíamos de squatters en un piso
abandonado de Moratalaz,
si no has estado allí no has visto
el Paraíso Terrenal.

Cogimos un colchón de una basura,
dos sillas y una mesa con tres patas,
mientras yo emborronaba partituras
tú freías las patatas.

Plantamos cañamones de Ketama
y un tiesto nos creció ante el ventanal
con una rama de árbol de la ciencia
del bien y del mal.

A Eva le gustaba estar morena
y se tumbaba cada tarde al sol,
nadie vió nunca una sirena
tan desnuda en un balcón.

Pronto en cada ventana hubo un marido
a la hora en que montaba el show mi chica,
aunque la tele diera en diferido
el Real Madrid-Benfica.

Un día la víbora del entresuelo
en trance a su consorte sorprendió,
formó un revuelo y telefoneó
al cero noventa y dos.

Y como no teníamos apellidos,
ni hojas de parra, ni un tío concejal,
ni más Dios que Cupido
no sirvió de nada protestar.

Eva tomando el sol
bendito descontrol,
besos, cebolla y pan…
¿qué más quieres Adán?

* Gracias a Mónica M. Martínez por haberme recordado la expresión francesa, por haberme dado a conocer el poema de J. Prévert y, en definitiva, por sugerir el tema de este post.

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