Imaginemos que estamos enamorados de alguien. La persona amada no nos corresponde, bien porque no acepta entablar una relación amorosa con nosotros, o bien porque ha puesto fin a la relación (un caso particular y frecuente es cuando nuestra pareja nos abandona por un tercero). Estamos padeciendo la peor enfermedad que se puede sufrir en el campo de los sentimientos: el amor no correspondido (
ingratus amor).
¿Qué cabe ante esta situación? Quizá todavía podemos intentar disuadir a la persona amada de sus intenciones vejatorias y "dejatorias": escribirle poemas o canciones; enviarle flores con notitas obsequiosas, o cualquier otro tipo de regalos suntuosos; tocarle serenatas; intentar persuadirla, bombardeándola con llamadas, emails y sms; y, ya en último extremo, chantajearla emocionalmente, con la amenaza de suicidarnos si no nos corresponde (nos sorprendería conocer estadísticamente cuántas parejas y matrimonios se han constituido o se han salvado de una ruptura porque uno de los miembros amenazó al otro con quitarse la vida si era abandonado: yo conozco más de un caso).
Si todos nuestros esfuerzos y denuedos son inútiles, cabe poner en práctica algunas argucias para olvidar nuestro amor, sobre las que Ovidio disertó por extenso en su libro
Remedia amoris ("Remedios contra el desamor"): podríamos reconducir nuestras energías hacia otras actividades, siempre intentando evitar la ociosidad (es lo que llamaba Freud sublimar la pulsión sexual); o poner tierra y tiempo por medio (¿no dicen que la distancia es el olvido?); o pensar mal de la persona amada y aquilatar sus defectos, para ir alentando odio y rencor por ella en nuestro fuero interno.
Otros recursos que se me ocurren a mí (pero que Ovidio excluye de sus recomendaciones) son: cortejar y seducir a otra persona (ya se sabe: a rey muerto, rey puesto); o drogarnos o emborracharnos para embotar el sufrimiento. Pero, en fin, si nuestro padecimiento es realmente extremo y desesperado, si es literalmente cierto eso de que
“no podemos vivir sin ella”*, lo más congruente y digno es... sí, consumar las amenazas suicidas, para no ser de los que amagan el tiro y esconden la mano: y es que no se puede negar que no hay nada más elegante y romántico que un suicidio de amor. Los procedimientos para autoinmolarse que tienen
pedigree clásico son muy variados (el método de Sócrates, que es la cicuta, aunque vale cualquier veneno; el baño turco con sangría, como Séneca; o una daga con que practicarse una especie de harakiri, como Peto), pero uno bastante apropiado en caso de motivación amorosa sería dejarse morir de inanición (para exhibir una agonía lenta y vistosa, y provocar más mella moral en la persona amada, causante de la misma).
Ahora bien, al menos desde el punto de vista de la tradición cultural, el suicidio de amor más típico consiste en precipitarse desde un acantilado o desfiladero, como según la leyenda hizo
Safo desde un acantilado en la isla griega de Léucade, cuando no pudo soportar el desdén de Faón; y como después, en imitación de ella, hicieron numerosos enamorados desesperados (de todas formas, para quien no quiera o no pueda costearse un viaje a la isla jónica, sugiero tres emplazamientos adecuados en el sur peninsular: el mirador de Vejer de la Frontera (Cádiz); el tajo de Ronda (Málaga); o algún acantilado del Algarve portugués). Por cierto, el pintor modernista
Gustave Moreau (1826-1898) estuvo obsesionado por el suicidio de Safo, hasta el punto de que pintó el episodio en varios estadios (Safo asomada al precipicio; Safo en plena caída; Safo ya abatida). Valga como ejemplo este cuadro, titulado
La mort de Sappho:

También es cierto que, antes de llegar a ese extremo, cabría intentar un procedimiento que bastantes griegos y romanos consideraban efectivo: la magia (a pesar de que Ovidio disuadiera de esta práctica en
Remedia amoris). Muchos griegos o romanos practicaban embrujos, ensalmos, sortilegios, para granjearse un amor refractario. Tenemos documentación de esto en griego y latín (de lo que no tenemos documentación es de si fueron efectivos o no en la consecución de sus objetivos).
Por ejemplo, un tal Félix quiere conseguir el amor de una tal Vetia. Conjura a las divinidades infernales, para que éstas instilen amor por él en Vetia, inscribiendo el ensalmo en una tablilla de plomo. El texto latino es lagunoso (y además, con faltas de ortografía y de gramática) y la traducción que yo ofrezco, sólo aproximada:
Ope commendo ...infernales ut non... me contemnere, sed faciat quodcumque desidero Vettia quem peperit Optata, vobis enim adiubantibus ut amoris mei causa non dormiat, non cebum non escam accipere possit. [...] obligo Vettie [quam] peperit Optata sensum sapientiam et intellectum et voluntantem, ut amet me Felicem quem peperit Fructa ex ha die ex hac ora, ut obliviscatur patris et matris et propinquorum suorum et amicorum omnium et aliorum virorum amoris mei autem Felicem quem peperit Fructa, Vettia quem peperit Optata solum me in mente habeat... dormiens vigilans uratur frigat... ardeat Vettia quam peperit Optata... amoris et desideri mei.
Con este rito os conjuro, dioses infernales, a que no consintáis que me desdeñe, sino que haga lo que yo ansío Vetia, a la que parió Optata; a que, gracias efectivamente a vuestra ayuda, no duerma por causa de mi amor, no pueda ingerir comida ni alimento. Enajeno, de Vetia, a la que parió Optata, el sentido, la prudencia, la mente y la voluntad, para que me ame a mí, Félix, a quien parió Fructa, desde este día y desde esta hora, para que se olvide de su padre y de su madre y de sus parientes y de sus amigos y de los otros hombres, por amor a mí, Félix, a quien parió Fructa. Que Vetia, a quien parió Optata, sólo a mí tenga en su mente, durmiendo o despierta, y se abrase, se hiele, se queme Vetia, a la que parió Optata, por amor y deseo de mí.
Esto es un ensalmo real, pero también se han conservado versiones literarias de estos embrujos de amor (
carmina amoris). Por ejemplo, el
Idilio II de Teócrito, donde Simeta, locamente enamorada de Delfis, pronuncia un elaborado ensalmo para atraer su amor. O la
égloga VIII de Virgilio, donde Alfesibeo hace lo propio para recuperar el favor del jovencito Dafnis. Copio aquí sólo un extracto de este segundo poema (no se pierdan la belleza del símil de la vaca):
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Necte tribus nodis ternos, Amarylli, colores;
necte, Amarylli, modo et «Veneris» dic «vincula necto».
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Limus ut hic durescit et haec ut cera liquescit
uno eodemque igni, sic nostro Daphnis amore.
sparge molam et fragilis incende bitumine lauros.
Daphnis me malus urit, ego hanc in Daphnide laurum.
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Talis amor Daphnim, qualis cum fessa iuvencum
per nemora atque altos quaerendo bucula lucos,
propter aquae rivum, viridi procumbit in ulva,
perdita, nec serae meminit decedere nocti,
talis amor teneat, nec sit mihi cura mederi.
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
(Virgilio, Églogas 8.72-90)
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Ata tres hilos de colores distintos con tres nudos, Amarílide;
átalos, Amarílide, y di sólo: “Estoy atando los lazos de Venus”.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Lo mismo que este barro se endurece y esta cera se derrite
por obra de un único y mismo fuego, que así padezca Dafnis por mi amor.
Esparce harina y prende con betún las crujientes hojas de laurel;
el malvado Dafnis me abrasa, lo mismo abraso yo este laurel por Dafnis.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Que tal amor posea a Dafnis como cuando una vaca agotada
de buscar a su novillo por sotos y crecidos bosques
cae desfallecida junto a un río, junto a la verde ova,
perdida, y no se acuerda de regresar a la caída de la noche,
que un amor tal lo posea y no me preocupe yo de cuidarlo.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Por último, también he encontrado que estos ensalmos de amor tienen vigencia contemporánea, si no como ritos mágicos reales (que no lo sé), sí al menos como motivos poéticos (y esa es la razón por la que he elaborado este
post, porque el motivo tiene actualidad).
Luis García Montero (Granada, 1958) ha escrito una versión moderna del motivo del ensalmo amoroso en el siguiente poema (del libro
Habitaciones separadas, 1994):
CANCIÓN DE BRUJERÍA
Señor compañero, Señor de la noche,
haz que vuelva su rostro
quien no quiso mirarme.
Que sus ojos me busquen
sostenidos y azules
por detrás de la barra.
Que pregunte mi nombre
y se acerque despacio
a pedirme tabaco.
Si prefiere quedarse,
haz que todos se vayan
y este bar se despueble
para dejarnos solos
con la canción más lenta.
Si decide marcharse,
que la luna disponga
su luz en nuestro beso
y que las calles sepan
también dejarnos solos.
Señor compañero, Señor de la noche,
haz que no cante el gallo
sobre los edificios,
que se retrase el día
y que duren tus sombras
el tiempo necesario.
El tiempo que ella tarde en decidirse.
Así que ya saben los lectores de este
blog: si sufren de desamor y ya han perdido la esperanza, como último recurso no pierden nada por intentar un encantamiento amoroso (vale el texto latino anterior, el de Félix, sustituyendo los nombres del sujeto y de su amada), y ya me cuentan si es efectivo o no. Siempre será preferible a aplicar el método socrático o sáfico. Digo yo.
* Tomo prestada la frase del blog Si no puedes vivir sin mí... ¿cómo es que todavía no te has muerto? (Gracias, Eva).Technorati tags:
Virgil,
Theocritus,
love spell,
magic,
Luis García Montero,
eclogues,
suicide,
love,
Gustave Moreau,
Classical TraditionLabels: tópicos literarios, Tradición Clásica