25.4.08

¡Vaya par de manzanas!


Tanto la concha como la manzana son atributos de Afrodita (o de Venus) y, por tanto, símbolos eróticos para los antiguos griegos y romanos (*). Una posible motivación de este simbolismo es el parecido morfológico de la concha con los genitales femeninos y de la manzana con los senos. Así, en español de Sudamérica, “concha” es un término obsceno, y por eso los hispanohablantes latinos quedan realmente chocados cuando oyen tan frecuentemente en España este término como nombre propio de mujer; en el español de España, concha no tiene connotaciones obscenas, pero sí “almeja”. Por su parte, no es muy frecuente que llamemos “manzanas” a los pechos de la mujer en español: preferimos, no sé muy bien por qué, “peras”. En este post nos centraremos en la manzana (latín malum, griego μῆλον) como símbolo erótico.

En latín y en griego, “tirar manzanas a alguien” (normalmente, a una chica) equivale a declararle amor. En latín se diría petere malis quandam, y la expresión sería equivalente a la nuestra “tirar los tejos a alguien” (cuyo origen, por cierto, desconozco). Por otro lado, la manzana como símbolo erótico tiene bastante importancia en algunos episodios míticos de la Mitología Clásica, en los que no me voy a detener ahora: el de Hipómenes y Atalanta, el de Aconcio y Cidipe, y el Juicio de Paris, donde aparece la famosa manzana de la Discordia (sobre el Juicio de Paris sí conté algo aquí; y en el cuadro de Rubens puede apreciarse la manzana en la mano de Mercurio).

Me interesa recordar ahora el uso de la manzana como símbolo de belleza efímera, en el contexto del tópico literario del carpe diem. Lo que me ha evocado este tópico es el visionado de un curioso video, "Rotting apple" ("manzana pudriéndose"), que circula por Internet y muestra los estragos que el simple paso del tiempo provoca en una fresca y apetecible manzana:



No es muy descabellado ver en este video una parábola de que la vida humana (y, específicamente, la belleza femenina) es un bien efímero, igual que la frescura de la manzana. Pues bien, he rastreado si se documentaba la manzana en relación con el tópico del carpe diem en la literatura clásica. Como se recordará, el motivo del carpe diem insta a gozar de la juventud y de la belleza, antes de que lo impida el paso del tiempo, la llegada de la vejez y la muerte. Normalmente el tópico del carpe diem se presenta con imágenes y paralelos pertenecientes al ámbito vegetal: así, se suele comparar la belleza efímera con flores, rosas, cosechas, verduras. He encontrado dos epigramas (breves poemas escritos en dísticos elegíacos) en que el sujeto lírico recurre precisamente a la mención de la manzana como paralelo de belleza efímera, con el propósito de convencer a la destinataria del poema a corresponder a su amor y aprovechar la lozanía de la juventud. Ambos epigramas pertenecen al libro V de la Antología Palatina, y están atribuidos (probablemente sin fundamento) al mismísimo Platón, el filósofo:

A.P. V 79:

Τῷ μήλῳ βάλλω σε· σὺ δ' εἰ μὲν ἑκοῦσα φιλεῖς με,
δεξαμένη τῆς σῆς παρθενίης μετάδος.
εἰ δ' ἄρ', ὃ μὴ γίγνοιτο, νοεῖς, τοῦτ' αὐτὸ λαβοῦσα
σκέψαι τὴν ὥρην ὡς ὀλιγοχρόνιος.


Te lanzo una manzana: y tú, si accedes a quererme,
acéptala y entrégame a cambio tu virginidad.
Pero si piensas lo que ojalá no pienses, tómala igualmente
y reflexiona qué efímera es la mocedad.

A. P.
V 80:

Μῆλον ἐγώ· βάλλει με φιλῶν σέ τις. ἀλλ' ἐπίνευσον,
Ξανθίππη· κἀγὼ καὶ σὺ μαραινόμεθα.


"Soy una manzana: quien te ama me lanza a ti. Pues dile que sí,
Jantipa: yo, igual que tú, nos marchitamos."
Creo que los dos epigramas son comentarios precisos sobre el significado del video. O, dicho de otra forma, el video es una ilustración gráfica, moderna, de los dos poemas antiguos. Hay muy pocas cosas que los clásicos no pensaran antes que nosotros. Salud, y a comer todos manzanas ("an apple a day, keeps the doctor away").

(*) Puede verse on line, aquí, un estupendo artículo sobre el tema: Antonio Ruiz de Elvira, "La concha de Venus y la manzana de la Discordia", Cuadernos de Filología Clásica: Estudios Latinos 1 (2001), pp. 237-244.

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9.11.07

There is no sex life in the grave (II)


Dediqué ya un post, hace tiempo, al tópico literario que podríamos etiquetar como "No hay vida sexual tras la tumba" ("There is no sexual life in the grave"), al hilo de una cita de Jaime Gil de Biedma. Ver aquí. Comentaba entonces que había localizado un texto, supuestamente de Auden, sobre el tema. Pero, dado el estilo poco sutil del poema, me inclinaba por pensar que no era de este autor. Una investigación más cuidadosa ha aportado resultados: el poema es de Auden, pero en realidad es un pasaje procedente de una "antimasque" (especie de sainete grotesco o esperpento) titulada The Entertainment of the Senses. Además, el texto está puesto en boca de un mono (sí, un mono). De ahí, quizá, su vulgaridad. A continuación reproduzco en este post un breve artículo que sobre la cuestión he publicado en la revista CA News 36 (June 2007), págs. 7-8 (con la colaboración de Mónica M. Martínez), en el que trazamos la historia del motivo en la poesía clásica e inglesa.

Nota: CA News es el órgano de The Classical Association (la Sociedad de Estudios Clásicos británica).


THERE IS NO SEX LIFE IN THE GRAVE:
FROM THE GREEK ANTHOLOGY
TO W. H. AUDEN

The carpe diem is one of the most ancient and celebrated tropes in Western Literature. It is an epicurean exhortation to seize the day and to enjoy love and wine as a kind of solace for the brevity of human life. This invitation becomes an instrument of seduction when the poet attempts to convince the female addressee that she should love him now, while she is still young and fresh like a rose, being her beauty as ephemeral as that of the flower. As an argument to strengthen his case, the poet may adduce then the post mortem nulla voluptas argument: there is no sex life in the grave. Statements of this kind did already occur in the Anacreontea (IV, IX, XXXVI) and in the Greek Anthology. Among the many epigrams on love and death in the latter, the following (V 85), written by the Hellenistic poet Asclepiades of Samos, is by far the most meaningful:

Φείδῃ παρθενίης. καὶ τί πλέον; οὐ γὰρ ἐς Ἅιδην
ἐλθοῦσ' εὑρήσεις τὸν φιλέοντα, κόρη.
ἐν ζωοῖσι τὰ τερπνὰ τὰ Κύπριδος· ἐν δ' Ἀχέροντι
ὀστέα καὶ σποδιή, παρθένε, κεισόμεθα.
Around 1888, Andrew Lang wrote an English version of the Greek epigram:

TO A GIRL

Believe me, love, it is not good
To hoard a mortal maidenhood;
In Hades thou wilt never find,
Maiden, a lover to thy mind;
Love’s for the living! presently
Ashes and dust in death are we.
This motif is developed in English Literature. Andrew Marvell (1621-1678) resorts to it in his famous “To his coy Mistress”, a poem included in many compilations of seventeenth-century poetry. In the first part of this poem (ll. 1-20), Marvell pictures the hypothesis that he and his lady could enjoy their love without limits of space and time: in that case there would be no need to hurry or seize the day. In the second part (ll. 21-32), Marvell envisages the corruption of the tomb, developing the post mortem nulla voluptas argument:

But at my back I alwaies hear
Times winged Charriot hurrying near:
And yonder all before us lye
Desarts of vast Eternity.
Thy Beauty shall no more be found;
Nor, in thy marble Vault, shall sound
My echoing Song: then Worms shall try
That long preserv’d Virginity:
And your quaint Honour turn to dust;
And into ashes all my Lust.
The Grave’s a fine and private place,
But none I think do there embrace.
As death is not only inevitable but joyless, the pleasures of life, specially love and sex, must be boldly seized. This is the conclusion reached by the poem’s speaker in the third part (ll. 33-46).

There are other occurrences of the post mortem nulla voluptas motif in English literature. One quite famous in contemporary poetry appears in The Entertainment of the Senses (1973), an antimasque written by W. H. Auden (1907-1973) and Chester Kallman (1921-1975). The characters of this play are five apes, who represent the five senses and speak by turns, and a CHAMBERLAIN, who introduces and closes the antimasque. All of them encourage the audience to enjoy the pleasures of the senses before the arrival of Death. The FIRST APE, who represents Touch, asserts:

When you see a fair form, chase it
And if possible embrace it,
Be it a girl or boy.
Don’t be bashful: be brash, be fresh.
Life is short, so enjoy
Whatever contact your flesh
May at the moment crave:
There’s no sex-life in the grave.
Incidentally, this passage is quoted in the film Gruppo di Famiglia in un Interno (1974), by L. Visconti. Where Marvell had warned his lady of time’s fleeting nature and the imminence of death, urging her to physically consummate their love, these contemporary poets urge their audience to seize the day promiscuously. In both we can see the refusal to exchange the pleasures of the present for a dubious promise of happiness in a world to come. They knew for sure: there is no sex life in the grave.

Gabriel Laguna Mariscal (University of Córdoba)
Mónica María Martínez-Sariego (University of Las Palmas de Gran Canaria
)

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23.9.07

Esto también pasará


Durante la Edad Media, era tal el prestigio de que gozaba Virgilio, que se le consideraba un mago. Se practicaba un método de adivinación, conocido como Sortes Vergilianae. La persona que deseaba escudriñar su futuro formulaba una consulta. El adivino escogía al azar un pasaje de la Eneida de Virgilio, lo leía y lo interpretaba a manera de respuesta a la consulta.

En estos momentos, me gusta imaginar que soy el consultante que, agobiado por el presente ingrato y ansioso por el porvenir incierto, quiere indagar en lo que (le) deparará el futuro. A mi consulta, un adivino (o yo mismo) abre el texto de Virgilio al azar, y lee el siguiente pasaje, del libro I de la Eneida. Eneas y sus compañeros troyanos acaban de arribar a la costa de Libia, tras su derrota en Troya y un agotador periplo por el mar. Eneas, aunque compungido él mismo, consuela a sus compañeros así, con palabras que son de lo más emocionante y conmovedor de la obra:

'O socii—neque enim ignari sumus ante malorum—
O passi graviora, dabit deus his quoque finem.
Vos et Scyllaeam rabiem penitusque sonantis 200
accestis scopulos, vos et Cyclopea saxa
experti: revocate animos, maestumque timorem
mittite: forsan et haec olim meminisse iuvabit.
Per varios casus, per tot discrimina rerum
tendimus in Latium; sedes ubi fata quietas 205
ostendunt; illic fas regna resurgere Troiae.
Durate, et vosmet rebus servate secundis.'

Compañeros de viaje (pues no somos ajenos a desgracias anteriores):
peores males hemos sufrido: un dios pondrá fin también a estos.
Vosotros os topásteis con la rabia de Escila y los escollos que resuenan
desde las profundidades, vosotros habéis sufrido también las rocas de los Cíclopes:
levantad los ánimos y alejad ese triste temor;
quizá incluso algún día nos alegrará recordar esto.
Entre vicisitudes varias, entre tantos peligros
nos dirigimos al Lacio, donde el destino nos promete
una morada estable; allí está escrito que renacerá el reino de Troya.
Resistid, y preservaros a vosotros mismos para momentos felices.
Eneas, tras un breve vocativo (O socii) organiza maravillosamente su alocución de consuelo en tres movimientos: pasado, presente y futuro.
  1. En el pasado (versos 198-202a), recuerda a su compañeros que han sufrido desgracias peores. Palabra clave: ante (v. 198).

  2. Para el presente, les pide presencia de ánimo y valentía (versos 202b-203a).

  3. Y, para el futuro, les augura momentos felices (203b-207). Palabra clave: olim (v. 203).

Las secciones de pasado y de futuro tienen exactamente la misma extensión (cuatro versos y medio).

Me ha recordado este pasaje a un cuento, de origen oriental, procedente de los cuentos de Las mil y una noches, que está accesible en Internet y que se titula "Esto también pasará". Muestra la misma convicción de que los momentos penumbrosos pasarán, y vendrá un futuro mejor.

Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total...

Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:

- No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas –le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARA”.

Quiero agradecer a los lectores de este blog sus palabras de ánimo y valoración. Especialmente, algunos comentarios han verbalizado deseos de que volviera a publicar más anotaciones, de que no dejara que el polvo y la desidia cubrieran el blog. Gracias por el apoyo, por el aprecio, por el ser y el estar. Compañeros de viaje: nos vemos por aquí.

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31.5.07

De donde nadie regresa

Ahora que parece que la Iglesia Católica ha suprimido el dogma del limbo, no sé si estará igualmente en discusión la creencia en el infierno, como lugar donde las almas de los pecadores van, tras la muerte, para sufrir un castigo eterno. Estoy convencido de que la Iglesia Católica asimiló, en gran medida, su concepción del Infierno de las creencias paganas clásicas, y no (o no tanto) de las Sagradas Escrituras. Por supuesto, adaptándolas a su propósito. Pero no me voy a detener en esto hoy.

Los griegos y romanos no tenían una concepción única y unívoca sobre la vida ultraterrena, sobre cuál era el destino que esperaba a las almas de los hombres, cuando morían. La creencia más generalizada es que las almas de los muertos iban a un paraje, ubicado en el subsuelo, llamado Hades (o Averno). Allí los espíritus llevan un tipo de “vida” (si es que se puede llamar así a lo que, en realidad, es no-vida) bastante anodina y desvaída. Sí, “desvaída” en un doble sentido: porque su estado de ánimo es triste, abatido y desesperanzado; y porque la apariencia física y óptica de estos fantasmas es traslúcida y oscura. Es decir, los griegos y romanos pensaban lo mismo que Joaquín Sabina: “hay vida más allá, pero no es vida”.

Una peculiaridad del Hades es que es muy fácil acceder a este emplazamiento, pero que resulta muy difícil, o prácticamente imposible, regresar de allí, una vez que se ha bajado. Este detalle se convirtió en un motivo literario. Veamos algunos ejemplos.

Cuando Catulo lamenta la muerte del pajarito de Lesbia (en su poema 3), se queja de que el animal marcha ahora por un camino del que nadie regresa (vv. 11-18):


qui nunc it per iter tenebricosum
illuc, unde negant redire quemquam.

at vobis male sit, malae tenebrae
Orci, quae omnia bella devoratis:
tam bellum mihi passerem abstulistis.
o factum male, o miselle passer,
tua nunc opera meae puellae
flendo turgiduli rubent ocelli.

Éste ahora avanza por aquel camino tenebroso
de donde dicen que nadie regresa.

¡Malditas seáis, malditas tinieblas
del Orco, que engullís todas las cosas bellas!
¡Me habéis robado a un pájaro tan bello!
¡Qué desgracia, qué pena de pajarillo!
Por tu culpa ahora los ojillos de mi niña
enrojecen y se hinchan de tanto llorar.
Como es sabido, en el libro VI de la Eneida de Virgilio, Eneas solicita a la sibila de Cumas instrucciones para bajar al Hades, con la intención de recabar información de los muertos, y regresar después al mundo de arriba, el de los vivos. La sibila le advierte que el descenso es fácil, porque el Averno, como si se tratara de una tienda "after-hours", está abierto las 24 horas del día. Lo que resulta realmente complicado es regresar (vv. 124-129):


Talibus orabat dictis arasque tenebat,
cum sic orsa loqui vates: «sate sanguine divum,
Tros Anchisiade, facilis descensus Averno:
noctes atque dies patet atri ianua Ditis;
sed revocare gradum superasque evadere ad auras,
hoc opus, hic labor est.

Con tales palabras [Eneas] le imploraba y tocaba los altares,
cuando la sibila tomó la palabra, así: "Linaje de sangre de dioses,
troyano hijo de Anquises, es fácil la bajada al Averno:
las noches y los días permanece abierta la puerta de Dite;
pero hacer el camino de regreso y escapar a los aires de arriba,
eso cuesta trabajo, eso conlleva sufrimiento."


En el famoso monólogo “To be or not to be” (del que hablé aquí), de Hamlet, en la tragedia homónima de Shakespeare, el protagonista confiesa que se suicidaría, para no tener que seguir soportando los males de la vida, si no fuera porque teme al más allá, que define como un “país no descubierto, de cuya frontera ningún viajero regresa”:


For who would beare the Whips and Scornes of time, […]
When he himselfe might his Quietus make
With a bare Bodkin? Who would these Fardles beare
To grunt and sweat vnder a weary life,
But that the dread of something after death,
The vndiscouered Countrey, from whose Borne
No Traueller returnes,
Puzels the will,
And makes vs rather beare those illes we haue,
Then flye to others that we know not of.
(vv. 70, 75-82)

Pues ¿quién soportaría los azotes y desaires del tiempo, […]
cuando él mismo podría procurarse tranquilidad
con una simple daga? ¿Quién aguantaría sufrir estas taras,
para gemir y sudar bajo la carga de la vida,
si no fuera porque el miedo a algo tras la muerte,
a ese país desconocido, de cuya linde
ningún viajero regresa,
confunde a la voluntad
y nos hace aguantar estos males que tenemos,
antes que escapar en pos de otros ignorados?
El poeta contemporáneo Luis Alberto de Cuenca, de quien he citado ya varios textos en este blog (ver aquí, aquí y aquí), porque asimila y desarrolla estupendamente varios temas clásicos, trata el mismo motivo en un sentido poema, publicado originariamente en el libro Versos (1995), y al que el cantante de rock Loquillo ha puesto música:


CUANDO PIENSO EN LOS VIEJOS AMIGOS

Cuando pienso en los viejos amigos que se han ido
de mi vida, pactando con terribles mujeres
que alimentan su miedo y los cubren de hijos
para tenerlos cerca, controlados e inermes.

Cuando pienso en los viejos amigos que se fueron
al país de la muerte, sin viaje de vuelta,
sólo porque buscaron el placer en los cuerpos
y el olvido en las drogas que alivian la tristeza.

Cuando pienso en los viejos amigos que, en el fondo
del mar de la memoria, me ofrecieron un día
la extraña sensación de no sentirme solo
y la complicidad de una franca sonrisa…
Para la imagen, posiblemente de Cuenca se inspiró en el poema 3 de Catulo, que él había traducido así, en los versos relevantes: “Ahora marcha por un camino tenebroso / hacia el país de donde nadie regresa”. Es curioso que en Catulo no leemos ningún equivalente a la palabra “país”, pero Luis Alberto de Cuenca introduce la palabra “país”, tanto en su traducción de Catulo como en la imitación libre del motivo en un poema original. No hay que ser muy perspicaz para sospechar que ese término lo tomó Luis Alberto de Cuenca (quizá inconscientemente) del parlamento de Hamlet, donde, en el contexto del mismo motivo, se usa el sustantivo “country”. Y es que, a veces, las líneas de influencia de la tradición clásica son complejas y sinuosas.

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16.4.07

Cuando el amor quita el sueño

Los clásicos concebían el amor como una auténtica enfermedad, con su correspondiente etiología, síntomas y tratamiento. Se consideraba que entre los síntomas habituales de este síndrome se encontraban la palidez, la calentura, la inapetencia, la agitación y... sí, el insomnio. Toda esta concepción se manifiesta y documenta, por supuesto, en los textos literarios, pero no sólo era una convención literaria, sino una convicción presente en la vida cotidiana y en la ciencia médica (ya hablé de esto en este artículo).

Hoy la moderna medicina (y, especialmente, la especialidad de la neurología) ha intentado explicar sobre bases más científicas estos síntomas del amor. Parece que el enamoramiento suscita la secreción y liberación en el cerebro de drogas endógenas, como la feniletilamina o la dopamina, que tienen efectos fisiológicos en el organismo del enamorado. En concreto, la feniletilamina es similar en sus efectos a la anfetamina, y como tal es responsable de síntomas de amor tales como la taquicardia y los sudores, la inapetencia y (lo que nos interesa aquí) el insomnio.

Hablando de insomnio de amor, he acabado de leer recientemente el libro Los cien golpes, de la joven italiana Melissa P. (la novela se está llevando al cine actualmente). Ahí la autora cuenta sus vivencias erótico-sentimentales. Un joven enamorado de ella le canta una serenata (se trata, por lo visto, de una canción tradicional siciliana). He aquí el texto:

Mi votu e mi rivotu suspirannu,
passu li notti 'nteri senza sonnu,
e li biddizzi tò vaju cuntimplannu,
tipenzu de la notti fino a jornu.
Pi tia non pozzu n'ura ripusari,
paci non havi chiù st'afflittu cori.
Lu vò sapiri quannu t'aju a lassari?
Quannu la vita mia finisci e mori.

Doy vueltas y más vueltas suspirando,
paso las noches enteras en vela,
contemplando tu belleza,
pienso en ti de la noche a la mañana.
Por ti no puedo reposar ni un momento,
no tengo sosiego, de tan triste que está el corazón.
¿Quieres saber cuándo te dejaré?:
Cuando mi vida acabe y muera.
Esta canción (en versión ligeramente distinta) se puede ver y escuchar en este video:



En la literatura clásica grecolatina se documenta muy frecuentemente el tópico del insomnio de amor, ya desde Homero. Pero el pasaje más significativo (en sí mismo, y por la influencia ulterior que ha tenido) y el que más me conmueve a mí es un famoso texto del libro IV de la Eneida. La reina cartaginesa Dido, enamorada del príncipe troyano Eneas, tiene conocimiento de la intención del héroe de abandonarla, y la angustia amorosa la desvela. Nótese el contraste entre el sosiego del entorno y el insomnio de la infeliz enamorada (Eneida 4.522-532):

Nox erat et placidum carpebant fessa soporem
corpora per terras, siluaeque et saeua quierant
aequora, cum medio uoluuntur sidera lapsu,
cum tacet omnis ager, pecudes pictaeque uolucres, 525
quaeque lacus late liquidos quaeque aspera dumis
rura tenent, somno positae sub nocte silenti.
at non infelix animi Phoenissa, neque umquam 529
soluitur in somnos oculisue aut pectore noctem 530
accipit: ingeminant curae rursusque resurgens
saeuit amor magnoque irarum fluctuat aestu.

Era de noche y los seres, agotados, disfrutaban
por las tierras de plácido sueño; los bosques y los bravos mares reposaban,
cuando las estrellas se deslizan por mitad de su órbita, (525)
cuando todo el campo calla, los ganados y los pájaros variopintos,
los animales que viven en los lagos transparentes en toda su extensión
y en los campos erizados de zarzas, yaciendo bajo la noche silenciosa. (529)
En cambio, la fenicia, desdichada en su corazón, nunca (530)
entrega sus ojos al sueño ni acoge la noche en su pecho:
sus cuitas crecen y su amor, regresando de nuevo,
se enfurece y fluctúa en el inmenso oleaje de su ira.


Sachi Andrea (1599-1661): Dido abandonée ou Didon sur le bûcher.

Saludos, y felices sueños (o insomnios).

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10.3.07

No me tapéis el sol



Diógenes de Sínope fue el filósofo griego más famoso de la secta cínica. Vivió en el siglo IV antes de Cristo. Fue una figura muy interesante y controvertida. Vivía como un mendigo, tenía unas necesidades mínimas, era sincero con los poderosos hasta la impertinencia. Se le atribuyen muchas anécdotas, recogidas en diferentes fuentes, muy especialmente en la obra Vidas de filósofos ilustres, escrita por su tocayo Diógenes Laercio en el siglo III d.C.

La anécdota más curiosa y famosa de entre las atribuidas al filósofo se refiere a su encuentro con el emperador Alejandro Magno. Se cuenta que, estando Diógenes en Corinto, dormía en un tonel o tinaja. Una vez llegó a la ciudad Alejandro, con su aparatoso ejército. Toda la población de Corinto fue a recibir al emperador, pero Diógenes era absolutamente indiferente al boato del rey, y se quedó sesteando ante su tonel. Entonces fue el propio Alejandro Magno quien, conocedor de la fama del filósofo, buscó a Diógenes. Le ofreció obsequiarle con los dones que el filósofo le solicitara. Pero Diógenes sólo le pidió una cosa: que el emperador se apartara, para que no le tapara el sol. El episodio es narrado o aludido en numerosas fuentes antiguas grecolatinas, incluyendo a Cicerón (Tusculanae Disputationes 5.32), Valerio Máximo (4.3.ext.4) y Plutarco (Vida de Alejandro 14). He aquí el relato más completo de los tres, el de Plutarco, en traducción castellana:

Congregados los griegos en el Istmo, decretaron marchar con Alejandro a la guerra contra Persia, nombrándole general; y como fuesen muchos los hombres de Estado y los filósofos que le visitaban y le daban el parabién, esperaba que haría otro tanto Diógenes el de Sínope, que residía en Corinto. Mas éste ninguna cuenta hizo de Alejandro, sino que pasaba tranquilamente su vida en el barrio llamado Craneto; y así hubo de pasar Alejandro a verle. Hallábase casualmente tendido al sol, y habiéndose incorporado un poco a la llegada de tantos personajes, fijó la vista en Alejandro. Saludóle éste, y preguntándole enseguida si se le ofrecía alguna cosa, "muy poco —le respondió—; que te quites del sol". Dícese que Alejandro con aquella especie de menosprecio quedó tan admirado de semejante elevación y grandeza de ánimo, que, cuando retirados de allí empezaron los que le acompañaban a reírse y burlarse, él les dijo: "Pues yo a no ser Alejandro, de buena gana fuera Diógenes".
He recibido hoy un libro adquirido en un portal de subastas de Internet: Ramón de Campoamor, Poesías, Madrid: Talleres Tipográficos Velasco, 1930.



En esta antología se recoge el poema “Las dos grandezas” de Campoamor (perteneciente al grupo de poemas Doloras). Este poema relata por extenso la anécdota citada:

Las dos grandezas

Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están.
–Yo soy Alejandro el rey.
–Y yo Diógenes el can.

–Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? – Yo, nada;
que no me quites el sol.

–Mi poder... –Es asombroso,
pero a mí nada me asombra.
–Yo puedo hacerte dichoso.
–Lo sé, no haciéndome sombra.

–Tendrás riquezas sin tasa,
un palacio y un dosel.
–¿Y para qué quiero casa
más grande que este tonel?

– Mantos reales gastarás
de oro y seda. –¡Nada, nada!
¿No ves que me abriga más
esta capa remendada?

–Ricos manjares devoro.
–Yo con pan duro me allano.
–Bebo el Chipre en copas de oro.
–Yo bebo el agua en la mano.

–¿Mandaré cuanto tú mandes?
–¡Vanidad de cosas vanas!
¿Y a unas miserias tan grandes
las llamáis dichas humanas?

– Mi poder a cuantos gimen,
va con gloria a socorrer.
–¡La gloria! capa del crimen;
crimen sin capa ¡el poder!

– Toda la tierra, iracundo,
tengo postrada ante mí.
–¿Y eres el dueño del mundo,
no siendo dueño de ti?

– Yo sé que, del orbe dueño,
seré del mundo el dichoso.
– Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.

–Yo impongo a mi arbitrio leyes.
–¿Tanto de injusto blasonas?
–Llevo vencidos cien reyes.
–¡Buen bandido de coronas!

–Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado.
–Viviré desconocido,
mas nunca moriré odiado.

–¡Adiós! pues romper no puedo
de tu cinismo el crisol.
–¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol!–

Y al partir, con mutuo agravio,
uno altivo, otro implacable,
–¡Miserable! dice el sabio;
y el rey dice: –¡Miserable!

El motivo del encuentro entre Diógenes y Alejandro fue objeto igualmente de variadas representaciones iconográficas, ya desde la Antigüedad. El siguiente bajorrelieve en mármol es de época antigua, si bien su mitad derecha (incluyendo la figura de Alejandro) fue restaurada en el siglo XVIII:


El siguiente cuadro fue pintado por el pintor italiano Sebastiano Ricci (1659-1734):



Al redactar este post, he pensado que no deseo más de lo que tengo: no más dinero, influencia, reconocimiento, medro profesional. Muchas veces aspiro, tan solo, a que los numerosos mediocres, mafiosos, maledicentes, envidiosos y prevaricadores que pululan en este mezquino mundo universitario me dejen, simplemente, en paz; dejen de hacer(me) sombra; me concedan, en fin, el supremo privilegio de no taparme los rayos del sol.

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2.3.07

Ab ipso ferro

Sí, sí, estoy de regreso, a pesar de la larga ausencia y de los sinsabores vividos en los últimos meses. Simplemente, no quería seguir decepcionando a mis lectores, que durante este paréntesis de silencio han seguido posteando comentarios elogiosos o de ánimo en este blog. Gracias a todos por no desistir, por continuar ahí, por seguir mostrando algún aprecio o concediendo algún valor a estas bagatelas. Gracias, de verdad, por el ser y el estar. Por cierto, este blog cumplió su segundo año de publicación el año pasado (2006), en Diciembre. Dos años, ya, de marcha, pero no ininterrumpida y fluida, sino con altibajos, lagunas (nomen omen, jeje), períodos febriles de publicación y otros de desidia, alegrías y tristezas, éxitos (pocos) y fracasos (bastantes): ¿acaso no ese el ritmo, en definitiva, habitual de la vida?

Diré, de pasada, que se volvió a celebrar el concurso de méritos (de cuya primera edición di cuenta aquí y aquí) para acceso a una plaza como profesor titular de la Universidad de Jaén, en Diciembre de 2006. Y los eximios miembros de la comisión, instigados y adoctrinados por el ilustrísimo rector de la Universidad, volvieron a aplicar la ley del encaje, como en la primera edición, si bien esta vez de manera corregida y aumentada. No voy a pasar en silencio este ominoso y grave asunto, pero demoro el relato de los detalles para otra ocasión. Ahora quiero hablar de un tema cultural (de los que a mí me gustan), aunque relacionado por su contenido con la vicisitud sufrida.

Ab ipso ferro: “del hierro mismo”. Ese fue el lema que se adscribió Fray Luis de León. Como emblema (esto es, acompañando el texto latino con un gráfico) se usó en las portadas de varias ediciones antiguas de su poesía. En el emblema aparece un escudo, con un árbol con ramas podadas y del que salen frescos brotes de hojas. Al pie del árbol, yace un hacha (la que se supone acaba de ser usada para la poda). La leyenda rodea todo el motivo:

AB IPSO FERRO
El sintagma latino procede de la Oda 4.4 de Horacio, versos 57-60. Ahí el poeta latino expone que los romanos se recuperan de sus derrotas, y emergen con fuerzas renovadas, al igual que la encina rebrota con vigor redoblado tras ser podada a hierro:

duris ut ilex tonsa bipennibus
nigrae feraci frondis in Algido,
per damna, per caedis ab ipso
ducit opes animumque ferro

Como la encina, podada por las duras hachas,
de negra fronda, en el fértil Álgido,
a pesar de daños y cortes, del mismo
hierro toma fuerzas y vigor
Fray Luis de León parafraseó y comentó estos versos horacianos en varios lugares de su obra. En su Oda XII (A Felipe Ruiz), vv. 31-35, introduce una traducción parafrástica de los versos horacianos:
Bien como la ñudosa
carrasca, en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada;
No es descabellado suponer que Antonio Machado tuvo en cuenta la estrofa de Horacio o la versión de Fray Luis (o ambas) cuando escribió el famoso poema “A un olmo seco”, del libro Campos de Castilla (1912). La motivación biográfica de este poema es clara. Machado escribió el poema en Mayo de 1912, cuando Leonor, su joven esposa, estaba muy enferma (moriría en julio). El olmo moribundo simboliza a Leonor. Pero el poeta abriga un rayo de esperanza: al igual que el olmo puede reverdecer en primavera, Leonor puede recuperarse del "hachazo" de su enfermedad. No me resisto a copiar aquí, una vez más, el texto completo de este maravilloso poema:

A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verde le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los alamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas de alguna misera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Soria, 1912

Obviamente, hay diferencias entre el poema de Machado y sus fuentes. En el texto machadiano, el árbol está prácticamente seco, pero no de resultas de una poda, sino por efecto del rayo y del abandono (adviértase, no obstante, que Machado también alude al hacha en el verso 16, como probable reminiscencia de Horacio y de Fray Luis). Y ese árbol, medio muerto ya y antes de perecer del todo, rebrota por efecto de la primavera. Esa primavera para don Antonio simboliza la recuperación que él anhela para su joven esposa.

Por cierto, una primavera muy real, y no figurada, es la que va brotando, asomando y despuntando, por la naturaleza. Como humilde celebración de esta primavera incipiente, como agradecimiento a mis lectores y como ya hice una vez (hace ahora justo un año), despido este post con un haiku “primaveral” en latín, con traducción castellana:

Nec aestum nec
hiemem: aeternum ver
tecum ago.

Ni verano ni invierno:
estar contigo es vivir
eterna primavera.

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16.10.06

Será como volver a casa

Podría haber titulado también este post “L’enfer c’est nous” (El infierno somos nosotros). El Infierno no existe, al menos como lo concibe el dogma católico: como el lugar de castigo donde las almas de los pecadores son condenadas, a su muerte, a eterno suplicio y sufrimiento. En otro post hablaré, quizá (o quizá no), sobre la historia del concepto de Infierno en Occidente, porque es una invención muy curiosa de algunos padres de la Iglesia Católica, con falsificación y manipulación desvergonzadas de los textos bíblicos.

Pero ahora quiero detenerme en un tópico filosófico y literario: el postulado de que el Infierno existe, sí, pero no en ningún lugar subterráneo ni tras la muerte de los hombres, sino aquí (en la tierra) y ahora (mientras vivimos). Somos nosotros los que nos forjamos nuestro propio Infierno (L’enfer, c’est nous), alentando actitudes, pensamientos y sentimientos que nos hacen sufrir; y también construimos el Infierno para los demás, cuando les hacemos la puñeta (y así lo sostuvo Jean Paul Sartre: L’enfer, c’est les autres).

En la novela El alquimista impaciente (2000), de Lorenzo Silva, los investigadores interrogan a un individuo, Críspulo Ochaita, sospechoso de asesinato. Ochaita, en realidad, es inocente del asesinato que se le imputa, y está sufriendo además una enfermedad en su estadio terminal (por lo que muere en la novela poco después de este diálogo):


–Mira, sargento –volvió a hablar Ochaita, sin dejar de enfrentarme–. No sé cuánto me queda. No sé si serán quince días, o diez, o dos. No he tenido mala vida: lo he pasado bien, me he salido con la mía muchas veces y he podido darme caprichos que muchos nunca consiguen. Pero ahora todo me la sopla, [...] Es más, si alguna vez hubiera matado a alguien, ahora me daría el gustazo de confesarlo. No es que no crea en el infierno. Vaya sí creo: he vivido allí. Por eso no me importa lo que me espera. Después de todo, será como volver a casa.

¿Cuál es el pedigree clásico de esta concepción? Lucrecio pretendió difundir en Roma la filosofía epicúrea, bajo el ropaje de la poesía didáctica: escribió un precioso poema titulado De rerum natura, sobre el que ya hemos comentado más de una vez en este blog. Uno de los postulados de la filosofía epicúrea es que el Infierno no existe, entre otras razones, porque las almas de los hombres no sobreviven a la muerte de las personas. En un largo pasaje del libro III (versos 978-1023), Lucrecio argumenta que los castigos convencionales del Infierno (los de Tántalo, Ticio, las Dánaides) en realidad son metáforas de los sufrimientos que experimentamos en vida, fruto de nuestros vicios morales. He aquí algunos versos (978-983, 992-997):


Atque ea ni mirum quae cumque Acherunte profundo
prodita sunt esse, in vita sunt omnia nobis.
nec miser inpendens magnum timet aëre saxum
Tantalus, ut famast, cassa formidine torpens;
sed magis in vita divom metus urget inanis
mortalis casumque timent quem cuique ferat fors. [...]

sed Tityos nobis hic est, in amore iacentem
quem volucres lacerant atque exest anxius angor
aut alia quavis scindunt cuppedine curae.
Sisyphus in vita quoque nobis ante oculos est,
qui petere a populo fasces saevasque secures
imbibit et semper victus tristisque recedit.

Y no cabe duda de que cuantos castigos del profundo Aqueronte
transmite la leyenda, todos los encontramos en vida.
No existe un Tántalo desdichado que tema la enorme roca
suspendida en el aire, como se cuenta, paralizado por vano terror;
sino más bien en vida, el vano temor a los dioses agobia
a los mortales, y temen la vicisitud que a cada uno les depare el azar.

En realidad, para nosotros Ticio es aquél a quien, abatido por el amor,
lo laceran los buitres y lo recome una ansiosa angustia,
o bien lo desgarran las cuitas de cualquier otra pasión.
Sísifo existe también, pero en vida y ante nuestros ojos:
es quien anhela conseguir del pueblo los haces y soberbias segures,
y se retira siempre derrotado y mohíno.

Lope de Vega desarrollará el mismo tópico en el Soneto 54 de su libro Rimas humanas (1609). Siguiendo claramente a Lucrecio, Lope compara a los condenados legendarios del Infierno (Dánaides, Tántalo, Ixión, Sísifo, Prometeo) con el sufrimiento íntimo provocado por los celos de amor:


Que eternamente las cuarenta y nueve
pretendan agotar el lago Averno;
que Tántalo del agua y árbol tierno
nunca el cristal ni las manzanas pruebe;

que sufra el curso que los ejes mueve
de su rueda Ixión, por tiempo eterno;
que Sísifo, llorando en el infierno,
el duro canto por el monte lleve;

que pague Prometeo el loco aviso
de ser ladrón de la divina llama,
en el Caucaso, que sus brazos liga;

terribles penas son, mas de improviso
ver otro amante en brazos de su dama,
si son mayores, quien los vio los diga.

También Quevedo considera que está sufriendo, en vida, el Infierno del amor en su corazón: “mi corazón es reino del espanto”.


PERSEVERA EN LA EXAGERACIÓN DE SU
AFECTO AMOROSO Y EN EL EXCESO DE SU PADECER

En los claustros del alma la herida
yace callada; mas consume hambrienta
la vida, que en mis venas alimenta
llama por las medulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida,
que ya ceniza amante y macilenta,
cadáver del incendio hermoso, ostenta
su luz en humo y noche fallecida.

La gente esquivo, y me es horror el día;
dilato en largas voces negro llanto,
que a sordo mar mi ardiente pena envía.

A los suspiros di la voz del canto,
la confusión inunda l'alma mía:
mi corazón es reino del espanto.

Tengo incluso una hipótesis sobre dónde concretamente leyeron Lope de Vega y Quevedo el texto de Lucrecio: seguramente en alguna de las antologías o polianteas de textos latinos que tanto éxito tuvieron durante el siglo XVI, en las que los extractos se englobaban bajo epígrafes que representaban tópicos y motivos. Los tópicos, a su vez, se organizaban en orden alfabético. Un probable candidato sería el libro Illustrium poetarum flores, de Octaviano Mirándula. Conoció muchas ediciones. Una joya de mi biblioteca es un ejemplar de este libro, de 1553, cuya portada es ésta:




Y el texto de Lucrecio (una porción) está reproducido en la página 347, bajo el tópico "De Inferno" y el epígrafe "An sit inferni poena aliqua & quod non sit, secundum quorundam insulsam opinionem" (Si existe algún castigo en el Infierno, y lo que no es, según la necia opinión de algunos):




Así que, ya saben, no hay nada que temer: si damos por buena la opinión de Lucrecio, el Infierno no existe; nos lo creamos nosotros mismos, en vida. Y si el Infierno existiera, no hay duda de que cuando lleguemos allí... será como volver a casa. Pues que tarde lo más posible...

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11.10.06

Contigo, pan y cebolla (o... ¿se puede vivir de amor y de agua fresca?)

La expresión “contigo, pan y cebolla” es mucho más que una trillada frase proverbial. Refleja una realidad de la naturaleza humana y resume, por otro lado, el contenido de un tópico literario.

Cuando el enamoramiento invade a un sujeto (un enamoramiento intenso, reciente), en el organismo del enamorado se desencadena una respuesta neurofisiológica, que incluye la liberación en el cerebro de una droga natural, generada por el propio organismo: la feniletilamina. Esta sustancia tiene las propiedades farmacológicas de la anfetamina: causa “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, y suprime la sensación de fatiga. El enamorado, dopado por esta droga del amor, se siente valiente e inmune a los peligros. Apelo ahora a la experiencia y recuerdos de mis lectores: ¿no hemos experimentado, cuando estamos enamorados y acompañamos a la novia a casa por la noche, la sensación de ser inmunes a los riesgos callejeros: por ejemplo, a ser asaltados por malhechores?

Pero, a lo que iba, la feniletilamina induce al sujeto a sentirse también resistente a la fatiga, a la sed y al hambre. Esa es la razón por la que “siente”, literalmente, que si está en compañía de la persona amada, no necesita medios materiales para sustentarse (comida, bebida). De ahí el refrán castellano: Contigo, pan y cebolla. Los franceses expresan la misma convicción más poéticamente: “vivre d’amour et d’eau fraîche” (vivir de amor y de agua fresca)*.

Ese sentimiento, esa convicción, es también un tópico literario con raíces clásicas. Como ya comenté en otro post, a propósito de la desidia que causa el amor, en este caso también los antiguos se limitan a desarrollar como tópico literario la descripción de un estado neurofisiológico. Así, los poetas elegíacos latinos proclaman repetidas veces que ellos prefieren el amor a las riquezas. Más concretamente, a veces especifican que, con tal de estar con la mujer amada, no les importa vivir en la penuria de medios materiales (pseudo-Tibulo 3.3.23-24, 29-32):

Sit mihi paupertas tecum iucunda, Neaera,
At sine te regum munera nulla volo. [...]

Nec me regna iuvant nec Lydius aurifer amnis
Nec quas terrarum sustinet orbis opes.
Haec alii cupiant, liceat mihi paupere cultu
Securo cara coniuge posse frui.

¡Viva yo contigo, Neera, en feliz pobreza,
pero sin ti no quiero ni los regalos de los reyes! [...]

No me complacen los reinos, ni el río lidio, rico en oro,
ni cuantas riquezas contiene el orbe terráqueo.
Que otros anhelen eso: ojalá pueda yo, con pobre sustento,
difrutar sin cuita de mi querida mujer.

Modernamente, el poeta francés Jacques Prévert (de quien ya cité otro poema aquí) elabora una fantasía o sueño erótico, con una atmósfera onírica y surrealista: se siente capaz de vivir en la pobreza absoluta, desnudo y en el desierto, con su amada, sustentándose sólo de ese amor... y de agua fresca (me preocupa dónde piensa encontrar agua fresca en el desierto, a no ser que se imagine cerquita de un oasis, pero los sueños, claro está, son libres y pueden permitirse el lujo de ser incongruentes):

À quoi rêvais-tu?

Vêtue puis revêtue
à quoi rêvais-tu
dévêtue

Je laissai mon vison au vestiaire
et nous partions dans le désert
Nous vivions d'amour et d'eau fraîche
nous nous aimions dans notre misère
nous mangions notre linge sale en famine
et sur la nappe de sable noir
tintait la vaisselle du soleil
Nous vivions d'amour et d'eau fraîche
J'étais ta nue propriété.


¿Con qué soñabas?

Vestida y vuelta a vestir,
¿con qué soñabas tú
desvestida?

Dejé mi visón en el guardarropa
y nos marchábamos al desierto
Vivíamos de amor y de agua fresca
nos amábamos en nuestra penuria
nos comíamos nuestra ropa sucia, de hambre
y sobre el mantel de arena negra
tintineaba la vajilla del sol
Vivíamos de amor y de agua fresca
Yo era tu desnuda propiedad


Y también el cantautor Joaquín Sabina retoma la expresión “pan y cebolla”, para caracterizar una relación de pareja, en su canción “Eva tomando al sol”, perteneciente al disco El hombre del traje gris (1988). La canción puede escucharse aquí (fichero mp3 de 5 megas), y la primera parte de la letra dice:

Todo empezó cuando aquella serpiente
me trajo una manzana y dijo: “prueba”
Yo me llamaba Adán, seguramente
tú te llamabas Eva.

Vivíamos de squatters en un piso
abandonado de Moratalaz,
si no has estado allí no has visto
el Paraíso Terrenal.

Cogimos un colchón de una basura,
dos sillas y una mesa con tres patas,
mientras yo emborronaba partituras
tú freías las patatas.

Plantamos cañamones de Ketama
y un tiesto nos creció ante el ventanal
con una rama de árbol de la ciencia
del bien y del mal.

A Eva le gustaba estar morena
y se tumbaba cada tarde al sol,
nadie vió nunca una sirena
tan desnuda en un balcón.

Pronto en cada ventana hubo un marido
a la hora en que montaba el show mi chica,
aunque la tele diera en diferido
el Real Madrid-Benfica.

Un día la víbora del entresuelo
en trance a su consorte sorprendió,
formó un revuelo y telefoneó
al cero noventa y dos.

Y como no teníamos apellidos,
ni hojas de parra, ni un tío concejal,
ni más Dios que Cupido
no sirvió de nada protestar.

Eva tomando el sol
bendito descontrol,
besos, cebolla y pan…
¿qué más quieres Adán?

* Gracias a Mónica M. Martínez por haberme recordado la expresión francesa, por haberme dado a conocer el poema de J. Prévert y, en definitiva, por sugerir el tema de este post.

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23.9.06

No me decepciones (Don’t let me down)

Desde nuestro nacimiento, y a lo largo de nuestra vida, las personas somos motivo de esperanza y expectativa para los que nos rodean. Somos una continua promesa. Cuando nacemos, nuestros progenitores abrigan la esperanza de que seremos hijos obedientes y afectuosos, estudiantes aplicados, ejemplares profesionales y ciudadanos, y, finalmente, un báculo para su vejez: en suma, hijos de los que sentirse orgullosos. Nuestros hermanos confían en que seremos compañeros de juegos, cómplices, bastiones fraternales. Según vamos creciendo, nuestros amigos esperarán de nosotros lealtad, ayuda mutua, amistad. Nuestros colegas confían en que podrán contar con nuestra colaboración diligente. Nuestra pareja espera amor, soporte mutuo, fidelidad, comprensión. Nuestros hijos esperan ávidamente recabar de nosotros cariño, educación equilibrada, dedicación generosa, protección. Y así en todos los ámbitos de las relaciones humanas.

Sin embargo, conforme crecemos y vivimos, vamos defraudando esas esperanzas; decepcionamos las expectativas e incumplimos las promesas que hicimos implícitamente por el mero hecho de existir. Esta decepción que suscitamos a nuestro paso tiene una vertiente positiva y otra negativa, como casi todo en la vida. La faceta negativa es el malestar que sentimos por el hecho de no estar a la altura de lo que esperaban y esperan los demás de nosotros. La parte positiva es que, al fin y al cabo, puesto que decepcionar es algo inherente al proceso mismo de vivir, si decepcionamos es porque estamos viviendo, porque seguimos vivos.

Yo al menos, que he alcanzado una mediana edad (a la que se podría calificar como verde madurez o madura juventud), a estas alturas de mi vida he tenido tiempo y ocasión para haber decepcionado ya a mis padres (a ellos, los primeros), a mis hermanos, a mis amigos, a mis antiguas novias, a mi mujer (especialmente a ella), a mis hijos (especialmente a ellos), a mis colegas y a mis alumnos; y ahora, como autor de este blog, supongo que también a mis lectores, de palabra, obra u omisión.

Consideremos un caso particular: la decepción que se infligen mutuamente los miembros de una pareja. Cuando se conocen, todo es expectativa de felicidad. Pero el paso del tiempo y la convivencia (la con-vivencia: la vida-en-común, el acto-de-vivir-juntos) hacen que afloren los defectos de carácter y de actitud que antes se mantenían ocultos o se disimulaban. Entonces se van erosionando las expectativas y esperanzas que se alentaban en los comienzos. Y cada uno de los miembros de la pareja empieza a decepcionar al otro (o visto al revés: cada uno empieza a sentirse decepcionado por la otra parte). Si la decepción se hace crítica, entonces caben dos opciones: o el conformismo y la adaptación; o la ruptura. En el fondo, siempre una ruptura se produce porque sentimos que nuestra pareja ha decepcionado las esperanzas que habíamos depositado en ella.

Curiosa pero comprensiblemente, el ser humano es mucho más proclive a acusar la decepción causada por los demás en sí mismo, que a reconocer la decepción que él mismo causa en los demás. En el caso de la ruptura de una pareja, cada uno de los miembros suele recordar mucho más la decepción sufrida que la decepción causada. Pero aduciré aquí ejemplos literarios de ambas posibilidades. El poeta latino Catulo decide poner fin a su relación con su amada Lesbia (poema 76). Se trata de un poema que englobamos en el género de la renuntiatio amoris (renuncia al amor, ruptura amorosa). Ahora bien, Catulo considera que su actitud ha sido impecable hacia Lesbia en todos los sentidos, y que ha sido ella la que, por deslealtad, ha defraudado las expectativas que él tenía sobre ella:

Si qua recordanti benefacta priora voluptas
est homini, cum se cogitat esse pium
nec sanctam violasse fidem, nec foedere nullo
divum ad fallendos numine abusum homines:
multa parata manent in longa aetate, Catulle,
ex hoc ingrato gaudia amore tibi.
nam quaecumque homines bene cuiquam aut dicere possunt
aut facere, haec a te dictaque factaque sunt:
omnia quae ingratae perierunt credita menti.
quare cur te iam amplius excrucies?
quin tu animo offirmas atque istinc teque reducis,
et dis invitis desinis esse miser?
difficilest longum subito deponere amorem,
difficilest, verum hoc, qua lubet, efficias:
una salus haec est, hoc est tibi pervincendum,
hoc facias, sive id non pote sive pote. -
o di, si vestrumst misereri, aut si quibus umquam
extremo, iam ipsa in morte, tulistis opem,
me miserum aspicite et, si vitam puriter egi,
eripite hanc pestem perniciemque mihi!
hei mihi, subrepens imos ut torpor in artus
expulit ex omni pectore laetitias.
non iam illud quaero, contra me ut diligat illa,
aut, quod non potis est, esse pudica velit:
ipse valere opto et taetrum hunc deponere morbum.
o di, reddite mi hoc pro pietate mea!

Si algún placer obtiene un hombre de recordar sus buenas
acciones, cuando rememora que ha sido leal,
que no ha transgredido la sagrada lealtad ni ha abusado en pacto alguno
de la santidad de los dioses para defraudar a las personas,
te aguardan muchas alegrías, Catulo, durante una larga vida,
a raíz de este amor que no ha correspondido.
Pues cuanto los hombres pueden hacer o decir bien,
todo eso ha sido dicho y hecho por ti.
todo lo cual cayó en saco roto, confiado a un corazón desleal:
por tanto, ¿por qué vas a atormentarte más,
por qué no cobras fuerzas y vuelves en ti,
y dejas de ser desdichado, contra la voluntad de los dioses?
Ardua tarea es deponer de pronto un largo amor,
ardua, pero hazlo a toda costa:
esa es la única salvación, eso debes superar,
eso debes hacer, tanto si es posible como si no.
¡Oh, dioses, si es propio de vosotros la compasión, si alguna vez a algunos
ofrecisteis ayuda ya en la misma muerte,
contempladme a mí, desdichado, y, si he vivido honradamente,
arrancadme esta enfermedad y esta perdición,
que, infiltrándose como una parálisis en mis médulas,
me ha arrancado de todo el pecho la alegría de vivir!
No pretendo ya esto, que me corresponda en amor,
o, lo que es imposible, que quiera ser honesta.
Deseo reponerme yo y curarme de esta penosa enfermedad:
oh, dioses, devolvedme esto a cambio de mi lealtad.
En cambio, documentamos la visión contraria (lo que es mucho más infrecuente) en un poema moderno de Felipe Benítez Reyes: aquí, el sujeto lírico argumenta que, cuando se produce una ruptura amorosa, uno debe recapacitar sobre la decepción que ha causado en su pareja. Esta decepción ha sido la causa de la ruptura o del abandono:

ADVERTENCIA

Si alguna vez sufres -y lo harás-
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.

Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.

(Del libro Los vanos mundos, 1985)

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13.9.06

Ensalmos de amor (o... qué hacer si no puedes vivir sin ella)

Imaginemos que estamos enamorados de alguien. La persona amada no nos corresponde, bien porque no acepta entablar una relación amorosa con nosotros, o bien porque ha puesto fin a la relación (un caso particular y frecuente es cuando nuestra pareja nos abandona por un tercero). Estamos padeciendo la peor enfermedad que se puede sufrir en el campo de los sentimientos: el amor no correspondido (ingratus amor).

¿Qué cabe ante esta situación? Quizá todavía podemos intentar disuadir a la persona amada de sus intenciones vejatorias y "dejatorias": escribirle poemas o canciones; enviarle flores con notitas obsequiosas, o cualquier otro tipo de regalos suntuosos; tocarle serenatas; intentar persuadirla, bombardeándola con llamadas, emails y sms; y, ya en último extremo, chantajearla emocionalmente, con la amenaza de suicidarnos si no nos corresponde (nos sorprendería conocer estadísticamente cuántas parejas y matrimonios se han constituido o se han salvado de una ruptura porque uno de los miembros amenazó al otro con quitarse la vida si era abandonado: yo conozco más de un caso).

Si todos nuestros esfuerzos y denuedos son inútiles, cabe poner en práctica algunas argucias para olvidar nuestro amor, sobre las que Ovidio disertó por extenso en su libro Remedia amoris ("Remedios contra el desamor"): podríamos reconducir nuestras energías hacia otras actividades, siempre intentando evitar la ociosidad (es lo que llamaba Freud sublimar la pulsión sexual); o poner tierra y tiempo por medio (¿no dicen que la distancia es el olvido?); o pensar mal de la persona amada y aquilatar sus defectos, para ir alentando odio y rencor por ella en nuestro fuero interno.

Otros recursos que se me ocurren a mí (pero que Ovidio excluye de sus recomendaciones) son: cortejar y seducir a otra persona (ya se sabe: a rey muerto, rey puesto); o drogarnos o emborracharnos para embotar el sufrimiento. Pero, en fin, si nuestro padecimiento es realmente extremo y desesperado, si es literalmente cierto eso de que “no podemos vivir sin ella”*, lo más congruente y digno es... sí, consumar las amenazas suicidas, para no ser de los que amagan el tiro y esconden la mano: y es que no se puede negar que no hay nada más elegante y romántico que un suicidio de amor. Los procedimientos para autoinmolarse que tienen pedigree clásico son muy variados (el método de Sócrates, que es la cicuta, aunque vale cualquier veneno; el baño turco con sangría, como Séneca; o una daga con que practicarse una especie de harakiri, como Peto), pero uno bastante apropiado en caso de motivación amorosa sería dejarse morir de inanición (para exhibir una agonía lenta y vistosa, y provocar más mella moral en la persona amada, causante de la misma).

Ahora bien, al menos desde el punto de vista de la tradición cultural, el suicidio de amor más típico consiste en precipitarse desde un acantilado o desfiladero, como según la leyenda hizo Safo desde un acantilado en la isla griega de Léucade, cuando no pudo soportar el desdén de Faón; y como después, en imitación de ella, hicieron numerosos enamorados desesperados (de todas formas, para quien no quiera o no pueda costearse un viaje a la isla jónica, sugiero tres emplazamientos adecuados en el sur peninsular: el mirador de Vejer de la Frontera (Cádiz); el tajo de Ronda (Málaga); o algún acantilado del Algarve portugués). Por cierto, el pintor modernista Gustave Moreau (1826-1898) estuvo obsesionado por el suicidio de Safo, hasta el punto de que pintó el episodio en varios estadios (Safo asomada al precipicio; Safo en plena caída; Safo ya abatida). Valga como ejemplo este cuadro, titulado La mort de Sappho:



También es cierto que, antes de llegar a ese extremo, cabría intentar un procedimiento que bastantes griegos y romanos consideraban efectivo: la magia (a pesar de que Ovidio disuadiera de esta práctica en Remedia amoris). Muchos griegos o romanos practicaban embrujos, ensalmos, sortilegios, para granjearse un amor refractario. Tenemos documentación de esto en griego y latín (de lo que no tenemos documentación es de si fueron efectivos o no en la consecución de sus objetivos).

Por ejemplo, un tal Félix quiere conseguir el amor de una tal Vetia. Conjura a las divinidades infernales, para que éstas instilen amor por él en Vetia, inscribiendo el ensalmo en una tablilla de plomo. El texto latino es lagunoso (y además, con faltas de ortografía y de gramática) y la traducción que yo ofrezco, sólo aproximada:
Ope commendo ...infernales ut non... me contemnere, sed faciat quodcumque desidero Vettia quem peperit Optata, vobis enim adiubantibus ut amoris mei causa non dormiat, non cebum non escam accipere possit. [...] obligo Vettie [quam] peperit Optata sensum sapientiam et intellectum et voluntantem, ut amet me Felicem quem peperit Fructa ex ha die ex hac ora, ut obliviscatur patris et matris et propinquorum suorum et amicorum omnium et aliorum virorum amoris mei autem Felicem quem peperit Fructa, Vettia quem peperit Optata solum me in mente habeat... dormiens vigilans uratur frigat... ardeat Vettia quam peperit Optata... amoris et desideri mei.

Con este rito os conjuro, dioses infernales, a que no consintáis que me desdeñe, sino que haga lo que yo ansío Vetia, a la que parió Optata; a que, gracias efectivamente a vuestra ayuda, no duerma por causa de mi amor, no pueda ingerir comida ni alimento. Enajeno, de Vetia, a la que parió Optata, el sentido, la prudencia, la mente y la voluntad, para que me ame a mí, Félix, a quien parió Fructa, desde este día y desde esta hora, para que se olvide de su padre y de su madre y de sus parientes y de sus amigos y de los otros hombres, por amor a mí, Félix, a quien parió Fructa. Que Vetia, a quien parió Optata, sólo a mí tenga en su mente, durmiendo o despierta, y se abrase, se hiele, se queme Vetia, a la que parió Optata, por amor y deseo de mí.
Esto es un ensalmo real, pero también se han conservado versiones literarias de estos embrujos de amor (carmina amoris). Por ejemplo, el Idilio II de Teócrito, donde Simeta, locamente enamorada de Delfis, pronuncia un elaborado ensalmo para atraer su amor. O la égloga VIII de Virgilio, donde Alfesibeo hace lo propio para recuperar el favor del jovencito Dafnis. Copio aquí sólo un extracto de este segundo poema (no se pierdan la belleza del símil de la vaca):

ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Necte tribus nodis ternos, Amarylli, colores;
necte, Amarylli, modo et «Veneris» dic «vincula necto».
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Limus ut hic durescit et haec ut cera liquescit
uno eodemque igni, sic nostro Daphnis amore.
sparge molam et fragilis incende bitumine lauros.
Daphnis me malus urit, ego hanc in Daphnide laurum.
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
Talis amor Daphnim, qualis cum fessa iuvencum
per nemora atque altos quaerendo bucula lucos,
propter aquae rivum, viridi procumbit in ulva,
perdita, nec serae meminit decedere nocti,
talis amor teneat, nec sit mihi cura mederi.
ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim.
(Virgilio, Églogas 8.72-90)

Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Ata tres hilos de colores distintos con tres nudos, Amarílide;
átalos, Amarílide, y di sólo: “Estoy atando los lazos de Venus”.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Lo mismo que este barro se endurece y esta cera se derrite
por obra de un único y mismo fuego, que así padezca Dafnis por mi amor.
Esparce harina y prende con betún las crujientes hojas de laurel;
el malvado Dafnis me abrasa, lo mismo abraso yo este laurel por Dafnis.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Que tal amor posea a Dafnis como cuando una vaca agotada
de buscar a su novillo por sotos y crecidos bosques
cae desfallecida junto a un río, junto a la verde ova,
perdida, y no se acuerda de regresar a la caída de la noche,
que un amor tal lo posea y no me preocupe yo de cuidarlo.
Traed de la ciudad a casa, traed, ensalmos míos, a Dafnis.
Por último, también he encontrado que estos ensalmos de amor tienen vigencia contemporánea, si no como ritos mágicos reales (que no lo sé), sí al menos como motivos poéticos (y esa es la razón por la que he elaborado este post, porque el motivo tiene actualidad). Luis García Montero (Granada, 1958) ha escrito una versión moderna del motivo del ensalmo amoroso en el siguiente poema (del libro Habitaciones separadas, 1994):

CANCIÓN DE BRUJERÍA

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que vuelva su rostro
quien no quiso mirarme.

Que sus ojos me busquen
sostenidos y azules
por detrás de la barra.

Que pregunte mi nombre
y se acerque despacio
a pedirme tabaco.

Si prefiere quedarse,
haz que todos se vayan
y este bar se despueble
para dejarnos solos
con la canción más lenta.

Si decide marcharse,
que la luna disponga
su luz en nuestro beso
y que las calles sepan
también dejarnos solos.

Señor compañero, Señor de la noche,
haz que no cante el gallo
sobre los edificios,
que se retrase el día

y que duren tus sombras
el tiempo necesario.

El tiempo que ella tarde en decidirse.
Así que ya saben los lectores de este blog: si sufren de desamor y ya han perdido la esperanza, como último recurso no pierden nada por intentar un encantamiento amoroso (vale el texto latino anterior, el de Félix, sustituyendo los nombres del sujeto y de su amada), y ya me cuentan si es efectivo o no. Siempre será preferible a aplicar el método socrático o sáfico. Digo yo.

* Tomo prestada la frase del blog Si no puedes vivir sin mí... ¿cómo es que todavía no te has muerto? (Gracias, Eva).

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7.9.06

Todos a beber

Hoy toca un post más frívolo y ligero (espero), tras el dramatismo de la entrada sobre el miedo. Los griegos antiguos tenían también lo que podemos llamar "canciones de borrachos" (como nuestro "El vino que vende Asunción..."): es decir, cancioncillas para ser recitadas en contextos de banquetes y de reuniones de bebedores. El siguiente poemita pertenece a la colección de Anacreónticas. Esta colección es una compilación de poemas tardíos de temática convival que, sin ser de Anacreonte, se compusieron siguiendo el estilo y temática de este poeta lírico griego, y se adscribieron a su nombre:

Ἡ γῆ μέλαινα πίνει,
πίνει δένδρεα δ' αὖ γῆν
πίνει θάλασσ' ἀναύρους,
ὁ δ' ἥλιος θάλασσαν,
τὸν δ' ἥλιον σελήνη·
τί μοι μάχεσθ', ἑταῖροι,
καὐτῶι θέλοντι πίνειν;
(Anacreónticas 21)

La negra tierra bebe,
los árboles beben la tierra,
el mar bebe las fuentes,
y al sol, la luna.
¿Porque lucháis, compañeros, conmigo,
que también quiero beber?

En España, dos poetas cultivaron especialmente el género anacreóntico, mediante traducciones libres o adaptaciones de poemas griegos: Esteban Manuel de Villegas (1589-1699) en el siglo XVII; y Juan Meléndez-Valdés en el XVIII. El primero compuso una graciosa y sintética adaptación de la canción citada:

Monostrofe 20

Del beber

Bebe la tierra fértil
y a la tierra las plantas,
las aguas a los vientos,
los soles a las aguas,
y a los soles las lunas
y las estrellas claras.
¿Pues por qué la bebida
me vedáis, camaradas?

El poemita griego también ha conocido numerosas imitaciones en la poesía inglesa. Por ejemplo, ésta de Charles Cotton (1630-1687), publicada en 1689 (que es bastante más verbosa que la de Villegas):

Paraphras'd from Anacreon

The Earth with swallowing drunken showers
Reels a perpetual round,
And with their Healths the Trees and Flowers
Again drink up the Ground.

The Sea, of Liquor spuing full,
The ambient Air doth sup,
And thirsty Phoebus at a pull,
Quaffs off the Ocean's cup.

When stagg'ring to a resting place,
His bus'ness being done,
The Moon, with her pale platters face,
Comes and drinks up the Sun.

Since Elements and Planets then
Drinks an eternal round,
'Tis much more proper sure for men
Have better Liquor found.
Why may not I then, tell me pray,
Drink and be drunk as well as they?

Por otro lado, el poema siguiente, de Shelley, no versa sobre la bebida, sino sobre el amor, pero utiliza el mismo procedimiento retórico y argumentativo de la anacreóntica griega:

Love's Philosophy

THE fountains mingle with the river
And the rivers with the ocean,
The winds of heaven mix for ever
With a sweet emotion;
Nothing in the world is single,
All things by a law divine
In one another's being mingle—
Why not I with thine?

See the mountains kiss high heaven,
And the waves clasp one another;
No sister-flower would be forgiven
If it disdain'd its brother;
And the sunlight clasps the earth,
And the moonbeams kiss the sea—
What are all these kissings worth,
If thou kiss not me?

Y, ya puestos a rastrear la retórica de estos poemas, en la canción flamenca "Si Los Hombres Han Llegado Hasta La Luna", del grupo Bacilos, se aprecia el mismo modo de argumentación en un par de estrofas:

Si los hombres han llegado hasta la luna,
si desde Sevilla puedo hablar con alguien que esté en Nueva York,
si la medicina cura lo que antes era una muerte segura,
dime por qué no es posible nuestro amor.

Si la bella con un beso convirtió a la bestia en un galán,
si las flores se marchitan y más tarde vuelven a brotar,
si hay abuelos que se quieren,
y su amor es todo lo que tienen,
dime por qué no lo vamos a intentar.

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4.9.06

El miedo hace girar el mundo (Fear makes the world go round)

[Update 14-09-2006. For an English translation of this post by Richard Blazek, see here. Thanks, Richard!]

Es incontable la cantidad de cosas que el ser humano hace por miedo. No creo, con Freud, que la motivación de la especie humana sea única: la pulsión sexual. Tampoco me convence que la motivación del hombre sea doble, como ya sostenía el Arcipreste de Hita, la subsistencia (preservación del individuo) y la procreación (preservación de la especie):

Como dise Aristóteles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenençia; la otra era
por aver juntamiento con fembra plasentera. (Libro de Buen Amor, estrofa 71)
No, la motivación universal, el motor ubicuo del mundo, es el miedo.





El bebé de pecho reclama con su llanto el alimento y el arrullo de la madre, porque tiene miedo: a morir de inanición o a ser pisado o vapuleado por un congénere mayor. Los niños en la escuela abusan de los más débiles porque temen, ellos mismos, ser victimizados por los demás: dan miedo porque tienen miedo. Por miedo a la soledad o al ostracismo social trabamos amistad con otros individuos. Ese mismo miedo nos lleva a agruparnos (“la unión hace la fuerza”, se dice) en variadas asociaciones, clubes, partidos políticos o sindicatos (sindicatos: esas sociedades cuasi mafiosas de protección mutua, que blindan a sus afiliados contra el miedo a todo lo exterior). Estudiamos y desarrollamos carreras profesionales porque sentimos miedo a “no ser nadie” en la jungla humana y, por tanto, a no ser capaces, a lo largo de nuestra vida, de procurarnos sustento vital, atención médica y protección contra los elementos hostiles. Cuando estamos enamorados, incurrimos en las mayores indignidades y bajezas por miedo a que la persona amada nos rechace o nos abandone. La gente se empareja y se casa con la persona equivocada por miedo al aislamiento. Procreamos hijos porque nos asusta imaginarnos solos en nuestra senectud, o porque pretendemos neutralizar el miedo a que se disipe el recuerdo de nosotros una vez hayamos muerto.

A muchos atrae el poder y la riqueza (como veremos en Lucrecio), porque tales bienes nos colocan aparentemente en posición de seguridad y eximen del miedo. Nos embriagamos con drogas o alcohol para evadirnos, porque nos aterra encarar la realidad. Nos aferramos a la vida, porque tenemos miedo a la muerte, como Hamlet:

For in that sleepe of death, what dreames may come,
When we haue shuffel'd off this mortall coile,
Must giue vs pawse. There's the respect
That makes Calamity of so long life
For who would beare the Whips and Scornes of time, […]
When he himselfe might his Quietus make
With a bare Bodkin? Who would these Fardles beare
To grunt and sweat vnder a weary life,
But that the dread of something after death,
The vndiscouered Countrey, from whose Borne
No Traueller returnes, Puzels the will,
And makes vs rather beare those illes we haue,
Then flye to others that we know not of.
Thus Conscience does make Cowards of vs all,

Pues los ensueños que nos puedan acontecer durante el sueño de la muerte,
una vez que nos hayamos desprendido del mortal velo,
deben hacernos recapacitar. En ello consiste el miedo
que consiente la desgracia de una vida tan prolongada.
Pues ¿quién soportaría los azotes y desaires del tiempo, […]
cuando él mismo podría procurarse tranquilidad
con una simple daga? ¿Quién aguantaría sufrir estas taras,
para gemir y sudar bajo la carga de la vida,
si no fuera porque el miedo a algo tras la muerte,
a ese país desconocido, de cuyas lindes
ningún viajero regresa, confunde a la voluntad
y nos hace aguantar estos males que tenemos,
antes que escapar en pos de otros ignorados?
Así, la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes.
Y al revés: los desesperados optan por el suicidio: se aferran a la muerte por miedo a la vida. Por miedo se perpetran las mayores iniquidades e injusticias: se estafa, se roba, se mata, se denigra al prójimo, pues tememos ser víctimas nosotros mismos de esos abusos, y optamos por adelantarnos. Los miembros de los tribunales que juzgan en las oposiciones y habilitaciones de Universidad prevarican por miedo: prefieren promocionar a candidatos de confianza, que no les hagan sombra ni les asusten, mientras postergan a los más capaces, porque les dan miedo. Los tiranos tiranizan más cuanto más miedo sienten de sus súbditos. Cuando el tirano Creonte exilia a Medea del reino de Corinto, le espeta: libera cives metu (“libera a los ciudadanos del miedo”; Séneca, Medea 270). Y, por elevarse de la psicología individual a la colectiva, los estados emprenden guerras por miedo a que el enemigo tome la iniciativa.

Creo incluso que, antropológicamente, tanto la sonrisa como la depresión nacieron del miedo. La sonrisa era un rictus de la boca con que los primates débiles transmitían a los dominantes el mensaje de que no suponían una amenaza. Es decir, sonreían los tímidos (los que tenían miedo, del verbo latino timere, “temer”). La depresión, con la actitud pasiva y apocada que produce en el individuo, servía para transmitir idéntico mensaje de rendición e indefensión de cara a potenciales agresores. En definitiva, es el miedo es el que mueve al género humano a interaccionar con su entorno y con los demás individuos. Hasta creo que los "blogueros" escribimos artículos en nuestro blog por miedo a no ser nadie, a que nadie cuente con nosotros, en la blogosfera. Miedo, siempre el miedo.

Javier Marías, en su novela Tu rostro mañana. 2. Baile y sueño (Madrid: Alfaguara, 2004), describe cómo los criminales se defenderán en el juicio final de sus crímenes y tropelías:

Y los acusados responderían siempre: “Fue necesario, defendía a mi Dios, a mi Rey, mi patria, mi cultura, mi raza; mi bandera, mi leyenda, mi lengua, mi clase, mi espacio; mi honor, a los míos, mi caja fuerte, mi monedero y mis calcetines. Y en resumen, tuve miedo”. (p. 162)
Y Lucrecio, el apóstol en Roma de la filosofía epicúrea, desarrolla por extenso el tema de que es el temor a la muerte la razón por la que las personas cometen todo tipo de iniquidades y crímenes durante su vida (De rerum natura 3.59-73):

denique avarities et honorum caeca cupido,
quae miseros homines cogunt transcendere fines
iuris et inter dum socios scelerum atque ministros
noctes atque dies niti praestante labore
ad summas emergere opes, haec vulnera vitae
non minimam partem mortis formidine aluntur.
turpis enim ferme contemptus et acris egestas
semota ab dulci vita stabilique videtur
et quasi iam leti portas cunctarier ante;
unde homines dum se falso terrore coacti
effugisse volunt longe longeque remosse,
sanguine civili rem conflant divitiasque
conduplicant avidi, caedem caede accumulantes,
crudeles gaudent in tristi funere fratris
et consanguineum mensas odere timentque.

En fin, la avaricia y el deseo ciego de honores,
que obligan a los desdichados hombres a transgredir los límites de la justicia
y, a veces, como cómplices y colaboradores de crímenes,
a esforzarse las noches y los días, con esfuerzo ímprobo,
en alcanzar máximas riquezas, estos vicios de la vida
se alimentan en gran medida por el miedo a la muerte.
Pues el vergonzante desprecio y la dura pobreza
parecen incompatibles con una vida dulce y segura
y son como un estar ya a las puertas de la muerte.
Por ello, los hombres que, forzados por un terror gratuito,
pretenden escapar lejos y huir lejos,
mediante la sangre de sus conciudadanos acrecientan su patrimonio
y, ansiosos, duplican sus riquezas, acumulando muerte sobre muerte.
Crueles, se alegran en el luctuoso funeral de un hermano
y odian y temen los banquetes de sus parientes.

Siendo así, no cabe duda que la mayor virtud ética y cívica es la valentía. Pero qué pocos la tienen.

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1.9.06

Nada más dulce que el amor

De Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ya cité poemas aquí y aquí en este blog. He leído su último libro, titulado La vida en llamas (Madrid: Visor, 2006).

Ahí se incluye el siguiente poema:

ALICIA

Cuarenta grados a la sombra.
Una carretera vacía que se pierde en el horizonte.
Un Chevrolet prestado listo para el desguace.
Una poza rocosa donde tomar un baño.
Un vaso de cerveza helada en un McDonald's.
Dos o tres camioneros con quienes conversar.
Dos o tres camareras a las que vacilar.
Un vendedor de biblias con el que discutir.
Un crepúsculo alucinante.
Todo eso a cambio de una tarde de lluvia
con Alicia en un cobertizo.
La técnica retórica empleada es la que conocemos como priamel: primero (vv. 1-9), se enumeran una serie de elementos supuestamente gozosos para el sujeto; a continuación, se establece la superioridad del amor sobre esos otros placeres de la vida (vv. 10-11).

La técnica, con la misma implicación erótica, ya está en el epigramatista griego Asclepíades de Samos, del siglo III a.C., que fue considerado el inventor del epigrama erótico alejandrino (Antología Palatina 5.169):

Ἡδὺ θέρους διψῶντι χιὼν ποτόν, ἡδὺ δὲ ναύταις
ἐκ χειμῶνος ἰδεῖν εἰαρινὸν Στέφανον·
ἥδιον δ', ὁπόταν κρύψῃ μία τοὺς φιλέοντας
χλαῖνα καὶ αἰνῆται Κύπρις ὑπ' ἀμφοτέρων.


Dulce es para el sediento el agua fresca en el estío,
dulce para los marinos contemplar tras el invierno la primaveral Corona Boreal.
Pero más dulce es que una misma manta cubra
a dos enamorados que veneran a Afrodita.

No es implausible suponer que Luis Alberto de Cuenca, fino helenista, se haya inspirado en el poemita de Asclepíades para su propia composición.

Por cierto, es muy probable que también Jaime Gil de Biedma leyera e imitara ese epigrama de Asclepíades. Sabemos que Biedma, aunque no conocía el griego, leyó la Antología Palatina en traducción francesa, en los Clásicos Garnier. El poema en que Gil de Biedma presenta reminiscencias claras con el epigrama helenístico es «Vals del aniversario», perteneciente al libro Compañeros de viaje (Barcelona, 1959), y arranca así:

VALS DEL ANIVERSARIO

Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo,
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,

si no es esta ligera sensación
de irrealidad. Algo como el verano
en casa de mis padres, hace tiempo,
como viajes en tren por la noche. [...]
Curiosamente, en «Canción de aniversario», del libro Moralidades (1966), el poeta se cita a sí mismo, evocando de nuevo el epigrama de Asclepíades:

Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
He estudiado con más detenimiento la tradición clásica presente en Gil de Biedma en este artículo.

Me doy cuenta, por cierto, que casi siempre comento aquí a los mismos poetas, mis clásicos: Catulo, Horacio, Virgilio, Estacio, Fray Luis de León, Quevedo, Gabriel y Galán, Luis Cernuda, Jaime Gil de Biedma...

Deseo a mis lectores que disfruten del amor, de la poesía y de la vida.

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24.8.06

Omnes feriunt, ultima necat

Visita nostálgica y ya vespertina a la Playa del Palmar, cerca de Conil (Cádiz, España). Por qué nostágica: recuerdos personales, que me reservo. Martes, 22 de Agosto del 2006. Son las siete y media de la tarde, pero aún queda tiempo (tiempo, tiempo, tiempo) para una zambullida en las aguas cristalinas, mientras el sol busca también sumergirse en el mar, allá en lontananza:



Antes contemplo un reloj de sol, ya sin sombras proyectadas por el gnomon (como dice un lema latino, también aplicado a los relojes solares: absque sole, absque usu, “sin sol, sin utilidad”). Una inscripción latina corona la esfera:

OMNES FERIVNT VLTIMA NECAT




El sujeto de las dos oraciones está elidido. Debe ser las “horas”. Por tanto, la inscripción, en traducción castellana, dice:

Todas (las horas) hieren, la última mata

El tiempo (su transcurso, su aprovechamiento, su fugacidad, su pérdida) es el factor que otorga y a la vez quita todo su sentido a la vida humana. Así que el paso del tiempo ha sido contemplado tradicionalmente en la literatura y en la poesía desde una doble perspectiva: como factor negativo (el transcurso del tiempo acaba finalmente con nosotros; es el concepto que el lema del reloj recoge); y también como factor positivo: hay que aprovechar el tiempo, como si el momento presente fuera el último que nos tocara vivir. Esta segunda reflexión sobre el tiempo constituye todo un tópico literario que se viene denominando con la etiqueta CARPE DIEM, según feliz denominación de Horacio (en Odas 1.11.8; enseguida cito el texto).

No he podido documentar la sentencia del reloj, ni similar, en la literatura latina clásica. Debe ser una frase de acuñación neolatina (quizá de época medieval o renacentista). Pero sí encontramos en la poesía latina alusiones a la “última hora / estación / tiempo / día”, en contextos de desarrollo del motivo del carpe diem. Traigo aquí a colación dos pasajes de Horacio, ayudándome del repertorio de citas latinas sobre el tema que nos regala el blog Laudator temporis acti:

1) Horacio, Odas 1.11:

Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati.
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum: sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem quam minimum credula postero.

Tú no pretendas sonsacar, Leuconoe, qué fin a mí o qué fin a ti
los dioses nos han deparado, ni practiques las cábalas
babilonias. ¡Cuánto mejor es soportar lo que venga,
tanto si Júpiter nos ha concedido más inviernos, como si es éste
el último que enerva al Mar Tirreno, con el parapeto de rocas!
Sé sabia, filtra el vino y, dada la brevedad de nuestro camino,
no abrigues largas esperanzas. Mientras hablamos, habrá huido
el envidioso tiempo. Cosecha la flor del día, sin fiarte lo más mínimo del mañana.
2) Horacio, Epístolas 1.4.11-14.

inter spem curamque, timores inter et iras
omnem crede diem tibi diluxisse supremum:
grata superveniet quae non sperabitur hora.

Entre la esperanza y la ansiedad, entre miedos y enfados,
considera que todo día que alborea para ti es el postrero:
grata vendrá por añadidura la hora que no se espere.
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