25.4.08

¡Vaya par de manzanas!


Tanto la concha como la manzana son atributos de Afrodita (o de Venus) y, por tanto, símbolos eróticos para los antiguos griegos y romanos (*). Una posible motivación de este simbolismo es el parecido morfológico de la concha con los genitales femeninos y de la manzana con los senos. Así, en español de Sudamérica, “concha” es un término obsceno, y por eso los hispanohablantes latinos quedan realmente chocados cuando oyen tan frecuentemente en España este término como nombre propio de mujer; en el español de España, concha no tiene connotaciones obscenas, pero sí “almeja”. Por su parte, no es muy frecuente que llamemos “manzanas” a los pechos de la mujer en español: preferimos, no sé muy bien por qué, “peras”. En este post nos centraremos en la manzana (latín malum, griego μῆλον) como símbolo erótico.

En latín y en griego, “tirar manzanas a alguien” (normalmente, a una chica) equivale a declararle amor. En latín se diría petere malis quandam, y la expresión sería equivalente a la nuestra “tirar los tejos a alguien” (cuyo origen, por cierto, desconozco). Por otro lado, la manzana como símbolo erótico tiene bastante importancia en algunos episodios míticos de la Mitología Clásica, en los que no me voy a detener ahora: el de Hipómenes y Atalanta, el de Aconcio y Cidipe, y el Juicio de Paris, donde aparece la famosa manzana de la Discordia (sobre el Juicio de Paris sí conté algo aquí; y en el cuadro de Rubens puede apreciarse la manzana en la mano de Mercurio).

Me interesa recordar ahora el uso de la manzana como símbolo de belleza efímera, en el contexto del tópico literario del carpe diem. Lo que me ha evocado este tópico es el visionado de un curioso video, "Rotting apple" ("manzana pudriéndose"), que circula por Internet y muestra los estragos que el simple paso del tiempo provoca en una fresca y apetecible manzana:



No es muy descabellado ver en este video una parábola de que la vida humana (y, específicamente, la belleza femenina) es un bien efímero, igual que la frescura de la manzana. Pues bien, he rastreado si se documentaba la manzana en relación con el tópico del carpe diem en la literatura clásica. Como se recordará, el motivo del carpe diem insta a gozar de la juventud y de la belleza, antes de que lo impida el paso del tiempo, la llegada de la vejez y la muerte. Normalmente el tópico del carpe diem se presenta con imágenes y paralelos pertenecientes al ámbito vegetal: así, se suele comparar la belleza efímera con flores, rosas, cosechas, verduras. He encontrado dos epigramas (breves poemas escritos en dísticos elegíacos) en que el sujeto lírico recurre precisamente a la mención de la manzana como paralelo de belleza efímera, con el propósito de convencer a la destinataria del poema a corresponder a su amor y aprovechar la lozanía de la juventud. Ambos epigramas pertenecen al libro V de la Antología Palatina, y están atribuidos (probablemente sin fundamento) al mismísimo Platón, el filósofo:

A.P. V 79:

Τῷ μήλῳ βάλλω σε· σὺ δ' εἰ μὲν ἑκοῦσα φιλεῖς με,
δεξαμένη τῆς σῆς παρθενίης μετάδος.
εἰ δ' ἄρ', ὃ μὴ γίγνοιτο, νοεῖς, τοῦτ' αὐτὸ λαβοῦσα
σκέψαι τὴν ὥρην ὡς ὀλιγοχρόνιος.


Te lanzo una manzana: y tú, si accedes a quererme,
acéptala y entrégame a cambio tu virginidad.
Pero si piensas lo que ojalá no pienses, tómala igualmente
y reflexiona qué efímera es la mocedad.

A. P.
V 80:

Μῆλον ἐγώ· βάλλει με φιλῶν σέ τις. ἀλλ' ἐπίνευσον,
Ξανθίππη· κἀγὼ καὶ σὺ μαραινόμεθα.


"Soy una manzana: quien te ama me lanza a ti. Pues dile que sí,
Jantipa: yo, igual que tú, nos marchitamos."
Creo que los dos epigramas son comentarios precisos sobre el significado del video. O, dicho de otra forma, el video es una ilustración gráfica, moderna, de los dos poemas antiguos. Hay muy pocas cosas que los clásicos no pensaran antes que nosotros. Salud, y a comer todos manzanas ("an apple a day, keeps the doctor away").

(*) Puede verse on line, aquí, un estupendo artículo sobre el tema: Antonio Ruiz de Elvira, "La concha de Venus y la manzana de la Discordia", Cuadernos de Filología Clásica: Estudios Latinos 1 (2001), pp. 237-244.

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6.4.08

Para qué sirve el Latín (II)

Pretendo continuar ahora el post que publiqué, hace bastante tiempo, sobre el tema "Para qué sirve el latín (...o cómo decir en latín te quiero)". Comentaba allí que el latín, a pesar de que se conoce y estudia cada vez menos, goza paradójicamente de mucho prestigio en la sociedad moderna, si bien en los aspectos más insospechados. Se usa, sobre todo, como lengua vehicular de tatuajes. Para ese fin suelo recibir muchas solicitudes de traducción. Y ponía algunos ejemplos en aquel post.

Pues bien, resulta curioso que cuánto más nuestras eximias autoridades políticas pretenden defenestrar el latín de los planes de estudios (tanto en la universidad como en bachillerato), más se recurre al latín, con conocimiento de causa o sin él, para las más variopintas acciones humanas.
Por ejemplo, para nombrar empresas y productos comerciales. Últimamente se han puesto de moda los nombres de empresas con terminación en -alia: Localia, Navegalia, Envialia, Aceralia. Pero la cosa viene de antiguo. La emblemática marca de coches de Suecia no usó un vocablo en su hermosa y difícil lengua patria para denominar sus coches, sino uno latino, y además bastante banal: VOLVO (que significa simplemente "yo ruedo"; pues qué bien, qué menos en un coche). Siguiendo en el sector automovilístico, una marca de piezas de automóviles se llama VALEO, otro verbo en primera persona del singular del presente de indicativo: "yo valgo" (es un alivio saber que esas piezas efectivamente "valgan" como recambios en nuestros coches). Los relojes FESTINA están declarando que adelantan o, al menos, están provocando prisa y estrés en sus acelerados portadores, si tomamos FESTINA como el imperativo del verbo festinare, "apresurarse". Una cadena de empresas inmobiliarias se llama DANAE: me parece muy elegante este nombre, que en la mitología griega es el de la princesa argiva hija del rey Acrisio (ya conté la historia), pero no puedo evitar sospechar que los pisos que venden estas inmobiliarias tengan goteras. Y hablando de aguas y de baños, se suele denominar SPA a un establecimiento de baños o balneario, y circula el bulo de que este término es supuestamente un acrónimo de la expresión latina SALVS PER AQVAM ("salud [obtenida] a través del agua"); en realidad, Spa es el nombre de una ciudad belga, famosa como centro termal desde la época romana. Por extensión y antonomasia, el nombre SPA ha pasado a designar este tipo de establecimientos, ya desde que a finales del siglo XVI el doctor Timothy Bright llamara el "Spa inglés" ("The English Spaw") a un emplazamiento termal en Yorkshire.

A veces, la publicidad no duda en usar mal expresiones o términos latinos para anunciar productos y marcas. Un caso curioso que he visto últimamente se basa en la celebérrima expresión atribuida a Julio César: veni, vidi, vici. César, tras derrotar en el año 47 a.C. en la batalla de Zela a Farnaces II, rey del Ponto, envió un mensaje lapidario al senado romano, en lo que es probablemente el parte de guerra más corto que se haya redactado en la historia:

VENI VIDI VICI
("llegué, vi, vencí")

La anécdota la cuenta Plutarco (Vida de César 50.3-4), transmitiendo las palabras de César en griego (no porque César las pronunciara en griego, sino porque Plutarco escribió en griego). Y Suetonio informa (Vida de César 37.2) más bien que César hizo desfilar un cartel con esa inscripción (ahora sí, en latín) en el triunfo que celebró en Roma por la victoria citada. Popularmente, en el entorno hispánico, se suele citar la frase incorrectamente: vini vidi vinci (o algo así). Pues bien, los sesudos publicistas recurren a esta deformación para anunciar un medicamento antigripal:



En fin, como el latín es una lengua muerta, no sirve (NON VALET) para nada, según nuestros próceres educativos, y siendo así, su estudio debe ser proscrito de los planes de estudios, ya que su aprendizaje no contribuye a que el país vaya sobre ruedas (VOLVAT) o se apresure (FESTINET) a alcanzar el ansiado progreso económico y cultural del primer mundo. En lugar de aprender latín, démonos un baño calentito en un SPA, para conseguir la tan ansiada SALVS PER AQVAM y así vencer (VINCERE) el resfriado. Y si necesitamos el latín para tatuajes o anuncios publicitarios, pues nada, a usarlo a troche y moche, bien o macarrónicamente: total, como es una lengua muerta, no va a levantar la cabeza para quejarse.

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16.5.06

Para qué sirve el Latín (o... cómo decir en latín “te quiero”)

Antes de empezar, quizá debería pedir excusas a los lectores de este blog por mis largas e injustificadísimas ausencias. Resulta emotivo (y motivo de agradecimiento) que mi infidelidad contraste con la fidelidad de los lectores de este modesto sitio, lectores que continúan leyendo mis menudencias y, además, en número muy creciente. Algunos amigos incluso tienen la amabilidad de hacerse eco de y recomendar este blog: quiero individualizar y agradecer, porque me abruma, la afectuosa recomendación de Juan Pedro Quiñonero, cuya cultura humanística y prosa cincelada admiro mucho. Así que me siento un poco como la femme fatale de una historia de amor decimonónica: más querida y pretendida por su amante cuanto más incurre en desaires, ausencias e infidelidades.

A lo que iba. Aunque soy profesor de Filología Latina, soy de los que piensan que el latín no sirve para nada. No sirve para nada, de la misma manera que no sirve para nada el 99.9% de las numerosas y variadas actividades, aficiones, ciencias o querencias a las que los humanos nos dedicamos con afán para dar algún contenido y sentido al breve tiempo que media entre nuestro nacimiento y muerte: "Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos / e corremos" (Jorge Manrique). Todas estas ocupaciones, que nosotros juzgamos tan importantes, en realidad no son más que fruslerías: pasatiempos en los que nos entretenemos para sentirnos vivos; en fin: juegos para aplazar la muerte (según la hermosa expresión de Juan Luis Panero, a la que dediqué un post aquí).

Sin embargo, resulta sorprendente el elevado número de personas, no especialistas en filología clásica ni en ninguna rama de las humanidades, que consideran, por el contrario, que el latín sirve para algo: de hecho, para muchas cosas. Me explico. Yo en realidad no entiendo de latín, como de nada, pero hago como si, ya que en el gran teatro del mundo me toca representar el papel de “experto en latín”: y en calidad de tal experto estoy inscrito en un portal multitemático de Internet, al que pueden recurrir los cibernautas para consultar las más variopintas cuestiones, por ejemplo, en la categoría de Filología.

¿Y qué me preguntan sobre latín los cibernautas no especializados? Es decir, ¿para qué sirve el latín, según su opinión? Pues recibo consultas muy numerosas y variadas: ver aquí. Algunas no tienen mayor interés: estudiantes de latín elemental me piden que les traduzca frases o porciones de César (es decir, que les haga el trabajo escolar). Pero bastantes lectores me piden traducciones del español al latín con otros fines. Les cuento algunos casos curiosos.

Bastante gente solicita traducciones al latín para texto de tatuajes. Uno me pide la versión al latín de la frase “el sufrimiento lleva al placer”: así que sugerí PER LABOREM AD VOLVPTATEM.

Otra lectora, muy dispuesta y animosa ella, parece que quiere tatuarse “Estoy preparada para todo”, por lo que propuse AD OMNIA PARATA SVM.

Otro consultante, de carácter estoico, considera que “Lo que no me vence, me hace más fuerte”, que yo traduje al latín como QVOD NON ME VINCIT, FORTIOREM ME FACIT.

Un lector, de temperamento igualmente estoico, pero de estilo bastante más barroco y ampuloso, me ruega que le traduzca al latín la enrevesada frase “Seré resistente al dolor y a la fatiga, no diciendo nunca no puedo y pidiendo siempre más”. Fue un reto más complicado, y propuse DOLORI LABORIQVE RESISTAM, NVNQVAM "NON POSSVM" DICENS VLTROQVE AMPLIVS REPOSCENS. Con tantas letras, creo que le saldrá caro el tatuaje y le resultará bastante doloroso.

Por cierto, siempre suelo disuadir de hacerse tatuar textos en lenguas extranjeras, sean latín o chino. Nunca se tendrá la completa certeza de que la traducción a alguna de estas lenguas esté libre de errores. Un tatuaje es una cosa seria, y casi indeleble; y yo, desde luego, para lo que cobro no ofrezco garantía alguna sobre la corrección de las traducciones latinas que propongo.

Un especialista en rótulos necesitaba la traducción al latín, para aerografiarla en un casco, de la frase “Apartad de mi camino”. Mi respuesta fue: MEAM VIAM EXPEDITE.

Un grupo de dermatólogos y anatomopatólogos me pidió, para texto de un sello, un lema en latín que tradujera “Cuidan de la piel en la guerra y en la paz”. Propuse: AD CVTIS SALVTEM DOMI MILITIAEQVE VIGILAMVS.

Pero, según mis consultantes, el latín sirve también para el amor. Un lector me rogaba (y parecía tener mucho interés en ello) que le tradujera al latín una declaración de amor y consiguiente petición de matrimonio: “Cásate conmigo, princesa, y seamos felices para siempre”. Propuse: Utinam velis nubere mihi, mea regina, et simus felices in omne aevum. Sólo espero que tuviera suerte, y que si, finalmente, su princesa o reina accede al matrimonio, me invite a la boda. Qué menos.

¿Y cómo se dice “Te quiero” en latín? Claro que podría decirse, simplemente, TE AMO o TE DILIGO. Pero los tres poetas más especializados en cuestiones de amor en la literatura latina eran los elegíacos Tibulo, Propercio y Ovidio. Y ellos se lo dijeron a sus chicas de otra manera, un poco más elaborada:

Tu mihi sola places

(La frase está en Tibulo 3.19.3, Propercio 2.7.19 y Ovidio, Ars amatoria 1.42).

Así que prueben a decírselo así a sus amadas, y a ver si hay suerte. Yo lo he hecho con mi chica, con grato resultado. Atención: la frase anterior sólo vale para un chico requebrando a su amada. Para las chicas que quieran declararse a sus elegidos, la versión sería: Tu mihi solus places.

Salud, latín y amor.

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5.7.05

Jardín de Flores Curiosas

Si la función metalingüística consiste en usar el lenguaje para analizar / comentar / discutir sobre el lenguaje mismo, creo que yo ahora estoy usando la función metablogiana o metabitacórica (vaya trabalenguas), pues me dispongo a redactar este post para comentar sobre otros blogs.

Pero no para comentar los contenidos u orientaciones ideológicas de otros blogs (me sustraigo, así, a polémicas: j' en ai eu assez a propósito del post "Otra vez las dos Españas"). No, prefiero hablar sólo sobre los títulos de otras bitácoras.

No me negarán que algunos títulos son para quitarse el sombrero. Por ejemplo, el del blog Laudator Temporis Acti, que toma el título de una frase de Horacio, Ars poetica 173. Significa, literalmente, "elogiador del tiempo pasado", como era precisamente Jorge Manrique: "cómo, a nuestro parescer,/ cualquiera tiempo pasado / fue mejor.". En el contenido, excelente también: recoge ecos de la literatura clasica en el mundo moderno (en la misma línea de lo que intento hacer yo, pero con más regularidad y sistema).

Muy bonito también el título Edad de Oro, del blog de mi amigo Javier Álvarez. Supongo que se refiere al tiempo primigenio e idílico que imaginaron y describieron Hesíodo, Arato, Ovidio y Virgilio, pero aludiendo simultáneamente a la edad de oro de las letras españolas (siglos XVI y XVII).

Los responsables de blog Après moi le déluge, que incluye todavía pocas flores (pero algunas muy interesantes y con gran nivel) tuvieron la amabilidad y deferencia de invitarme como colaborador ("contributor"), cosa que acepté muy gustosamente, aunque no he contribuido nada (por lo que les pido perdón desde aquí). Así que consto ahí como invitado... de piedra. Precioso y original título también, aprovechando la famosa frase atribuida al rey francés Luis XV.

Pero quizá uno de mis títulos favoritos sea el del blog Jardín de flores curiosas. Este título es el de una obra de Antonio de Torquemada, publicada en 1570, "en que se tratan algunas materias de humanidad, philosophia, theologia y geographia, con otras curiosas y apacibles". El libro de Torquemada es mencionado, por cierto, en el Quijote de Cervantes. Pero el título retoma una metáfora vegetal y floral que fue aplicada frecuentemente desde antiguo para designar libros que consistían en una selección o recopilación de pasajes o poemas. En el fondo, eso son los blogs o bitácoras: cada uno de ellos un jardín (una recopilación) constituido por una gran variedad de flores (cada uno de los posts o anotaciones).

Ya puestos, hagamos un poco de historia a propósito de esta metáfora. Ya el poeta griego Meleagro de Gadara compiló hacia el año 100 a. C. un libro con selecciones de epigramas griegos, al que tituló Stéphanos ("Guirnalda"). Y compuso un poema, a manera de prólogo de su libro, donde identificaba a cada poeta contribuidor con una flor distinta. Esa antología de Meleagro está hoy perdida como tal, pero es una de las bases fundamentales de lo que conocemos hoy como Antología Griega o Antología Palatina.

Se atribuye a Suetonio una obra, hoy perdida, titulada Prata ("prados, praderas"). El poeta latino Estacio, de época imperial, escribió cinco libros de poemas de temática variada, a los que llamó Silvae (literalmente: "bosques, matorrales"). Apuleyo recopiló en el siglo II d. C. un conjunto de pasajes de oratoria, y tituló a la recopilación Florida ("paisajes floridos").

Por supuesto, las denominaciones antología (literalmente: "selección de flores, bouqué") y florilegio (lo mismo, pero con raíces latinas en vez de griegas) se mueven en la misma línea.

Desde principios del siglo XVI se publicó por toda Europa una antología de pasajes poéticos latinos, obra del fraile Octaviano Mirándula. Este libro se llamó primero Viridarium (literalmente: "jardín / selección de hierbas") y luego, más frecuentemente, Illustrium poetarum flores. Fue un auténtico best-seller durante los siglos XVI y XVII, con numerosísimas ediciones y reimpresiones. Yo tengo la suerte de poseer un ejemplar de una edición de 1553 (cuya portada mostraré aquí más adelante; ahora estoy fuera de casa). Posteriormente, una antología, mucho más amplia, que tuvo un gran éxito en Europa ya en el siglo XVII, fue la Polyanthea Magna (literalmente: "Gran ramo variado") de Joseph Langius.

En España, el poeta antequerano Pedro de Espinosa (1578-1650) publicó en 1605 una excelente antología de poesía española, titulada Flores de poetas ilustres de España. Quizá no se recuerda que este libro supuso la primera edición de algunas poesías de autores como Góngora o Quevedo.

En fin, eso es lo que quería contar hoy. Estoy fuera, como he dicho antes, así que no cuento a mano con el material y la bibliografía necesarios. Es posible por ello que haya incurrido en alguna imprecisión o inexactitud. ¿Que donde estoy? En Zahara de los Atunes (Cádiz, España), tomando baños de mar, como se decía antes (en otro post hablaré, quizá, de esto). Dejo aquí una foto, tomada anteayer, para envidia de mis lectores:

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20.4.05

Nuntio vobis magnum gaudium

Habemus Papam. Ya tenemos Papa, elegido ayer (19-Abril-2005): Joseph Ratzinger. No me voy a manifestar sobre la impresión que me suscita la personalidad, ideología y trayectoria del nuevo Papa. Desde que empecé a redactar este blog, me propuse hacer primar los temas de cultura y literatura; y obviar cuanto pudiera cuestiones de política y religión.

Pero sí diré que la elección (o, más bien, la proclamación) del nuevo Papa me ha conmovido lingüísticamente. Sí: lingüísticamente. Porque el cardenal protodiácono Jorge Arturo Medina Estévez (chileno), cuando se asomó al balcón de las bendiciones, dio el anuncio en latín. Como debe ser. Me alegró presenciar que el latín, por una vez, se usa para dar noticias al mundo entero, por tanto como lingua franca (lengua internacional de comunicación). El protodiácono habló latín, obviamente, con pronunciación eclesiástica o italiana (esperable, pero qué pena), no clásica o erasmiana. Y dijo esto, que copié al vuelo en una libreta (perdón por algún posible fallo de transcripción):

Nuntio vobis gaudium magnum, habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Iosephum, Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger, qui sibi nomen imposuit Benedicti Decimi Sexti.

Os anuncio a vosotros una gran motivo de alegría, tenemos Papa: el eminentísimo y reverendísimo Don, Don José, Cardenal de la Santa Romana Iglesia Ratzinger, quien se impuso a sí mismo el nombre de Benedicto Décimo Sexto.

Fue curioso que la multitud de personas que se apiñaban en la Plaza de San Pedro todavía no identificaba al nuevo Papa cuando oyeron hasta ...Dominum Iosephum, es decir, el nombre de pila del Cardenal, en latín. Y sólo cuando se escuchó el inequívoco apellido, ...Ratzinger, la gente identificó al elegido y aclamó el nombramiento.

Algunas observaciones lingüísticas sobre el mensaje:

1) La frase "Nuntio vobis gaudium magnum" es prácticamente una paráfrasis de la expresión que usa el ángel en el Evangelio de Lucas (versión de la Biblia Vulgata) para anunciar a los pastores el nacimiento de Jesús:

Et dixit illis angelus: “ Nolite timere; ecce enim evangelizo vobis gaudium magnum, quod erit omni populo, quia natus est vobis hodie Salvator, qui est Christus Dominus, in civitate David. (Luc 2, 10-11)

Y le dijo a ellos el ángel: "No temáis; pues he aquí que os anuncio a vosotros lo que será motivo de gran gozo para todo el pueblo, que ha nacido hoy vuestro Salvador, el que es el Señor Ungido, en la ciudad de David.

2) El sustantivo Iosephum, para el nombre de pila del Cardenal Ratzinger, aparece declinado (aquí, en acusativo) en la alocución de Medina Estévez. Es correcto, pero en la Biblia Vulgata el nombre Ioseph (nombre del padre putativo de Jesús de Nazareth) aparece siempre indeclinado, en esa forma (Ioseph), con independencia del caso en que vaya. Es, en efecto, muy habitual en el latín de la Biblia Vulgata que los sustantivos que son producto de la transcripción de antropónimos hebreos sean indeclinables: Abraham, Isaac, Jacob, David.

3) También la frase "qui sibi nomen imposuit Benedicti Decimi Sexti" es correctísima en latín (no, como algunos medios de comunicación transcriben, Benedictum). Pero en el latín de la Biblia Vulgata se habría dicho algo así como qui vocavit nomen sui Benedictum Decimum Sextum. Compárese:

Exsurgens autem Ioseph a somno fecit, sicut praecepit ei angelus Domini, et accepit coniugem suam; et non cognoscebat eam, donec peperit filium, et vocavit nomen eius Iesum. (Matt 1, 24-25)

Por su parte, José, tras despertar del sueño, hizo como le había ordenado a él el ángel del Señor, y aceptó a su esposa; y no tenía relación sexual con ella hasta que parió a un hijo, y lo llamó con el nombre de Jesús.

Pero reconozco que queda mucho mejor (suena más "latín clásico") la expresión del protodiácono que la que yo he perpetrado aquí.

Suerte y ánimo para el nuevo Papa. Valeat et fortunatus sit recens Papa.

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13.4.05

More on nomen omen

My recent post entitled nomen omen, kindly translated to English by Dennis Mangan (the author of the blog Mangans' Miscellany), has found some echo in the blogosphere. Horace Jeffery Hodges, author of the blog Gypsy Scholar, has published a long, personal and extremely interesting post on the issue. Thanks, Jeffery.

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30.3.05

nomen omen (English version)

I have just finished reading the novel Oracle Night by Paul Auster (b. 1947, New Jersey), in a Spanish translation (Barcelona: Anagrama, 2004). A novel which is well constructed using the technique of Russian dolls: a novel within another novel within another novel…

But what interests me here is that the protagonist, the author’s alter ego, reflects upon a curious belief which I have shared since my youth: the enunciation of a future deed may occasion its fulfillment in reality. That is to say, a verbal enunciation, a word, a name (nomen), can have a performative force, conjuring the destiny (omen) and therefore determining the future. Here are some comments on the matter in Auster’s novel:

“Thoughts are real,” he pronounced. “Words are real. Everything human is real, and at times we know things before they occur, even when we are not conscious of it. We live in the present, but the future is always in us. It may be that writing is reduced to that, Sid. Not to set down the deeds of the past, but to cause things to happen in the future. (p. 235) […]

After more than twenty years of those events, I think that Trause was right. Sometimes we know things before they happen, even though we never find out.” (p. 236)
The Romans shared this superstition. They blindly believed that a verbal enunciation could determine the future. The very word for “fate” in Latin is fatum, which literally means “that which is said” (linguistically fatum is the neuter form of the passive perfect participle of the defective verb *for, “to speak, to say”).

Let us now evoke a relevant episode from the history of Rome.

We are in the year 230 B.C. The Illyrian kingdom (located on the Adriatic coast, facing Italy, in the territory that today is Albania) follows an expansionist policy under the reign of the queen Teuta. In addition, the kingdom sponsors piracy in the Adriatic, which harms Rome’s sea-borne commerce (just as in the 16th century the kingdom of England sponsored pirates who attacked Spanish galleons in the Atlantic). The Romans, after attempting a diplomatic settlement, undertake a war against the Illyrian kingdom. And in the year 229 they conquer the cities of Corcyra (modern Corfu), Apollonia, and Epidamnos. They do not depose Queen Teuta, but force her to submit to tribute and limit the expansion of her kingdom, and establish a protectorate in the occupied territories:

Illyricum

But the name of the city of Epidamnos raises a bad omen for the Romans, since they fear that their occupation would prove “to the harm” (epi-damnum) of Rome. The solution?: they change the name, introducing the already existing denomination Dyrrachium (modern Durrës, in Albania, some 30 km west of Tirana). The Latin writer Pomponius Mela, whose origin was in Hispania and the author of the geographic compendium De chorographia, alludes to this change of name:

Dein sunt quos proprie Illyrios vocant, tum Piraei et Liburni et Histri. urbium prima est Oricum, secunda Dyrrachium, Epidamnos ante erat, Romani nomen mutavere, quia velut in damnum ituris omen id visum est. (2.56)

Then they come those who are called Illyrians, and also Piraeans, Liburnians, and Histrians. The most important of their cities is Oricum, the second Dyrrachium, which was previously called Epidamnos, but the Romans changed its name, for it seemed to them an augury that would be a misfortune for those who arrived.
One final detail. As the Romans considered that the mere mention of a misfortune could cause it to take place, they frequently used a linguistic and rhetorical formula which they called aversio, in order to prevent its fulfillment (therefore with an apotropaic character, in order to ward off misfortune). The basic formula is quod di omen avertant (“may the gods avert such an omen”), although there can be variants (see Oxford Latin Dictionary s.v. omen, 2b). For example, in his fourth Philippic, Cicero mentions Mark Anthony’s intention to militarily conquer Rome and to share out the booty among his henchmen. To prevent that which is pronounced as a possibility from reaching fulfillment, Cicero adds the corresponding formula of aversio:

Quibus M. Antonius –o di inmortales, avertite et detestamini, quaeso, hoc omen!– urbem se divisurum esse promisit. (Cic. Phil. 4.9)

With these, Mark Anthony –oh immortal gods, drive away and detest, I beg you, this augury!– has promised that he would share Rome.

[English translation: Dennis Mangan]

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29.3.05

nomen omen

Acabo de terminar de leer la novela La noche del oráculo (Título original: Oracle night), de Paul Auster (New Jersey, 1947), en traducción castellana (Barcelona: Anagrama, 2004). Una novela bien construida con la técnica de las muñecas rusas: novela dentro de otra novela dentro de otra novela...

Pero lo que me interesa aquí es que el protagonista, alter ego del autor, reflexiona sobre una curiosa creencia que yo he compartido desde mi juventud: el enunciado de un hecho futuro pueda ocasionar su cumplimiento en la realidad. Es decir, un enunciado verbal, una palabra, un nombre (nomen) pueden tener una fuerza performativa, conjurando el destino (omen) y determinando, por tanto, el futuro. He aquí algunos comentarios sobre la cuestión en la novela de Auster:

“Los pensamientos son reales –sentenció-. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros. Puede que el escribir se reduzca a eso, Sid. No a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro. (p. 235) [...]

Al cabo de más de veinte años de aquellos hechos, creo que Trause estaba en lo cierto. A veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aunque no lo sepamos.” (p. 236)
Los romanos compartían esa superstición. Creían ciegamente que un enunciado verbal podía determinar el futuro. La misma palabra para “destino” en latín es fatum, que significa literalmente “lo dicho” (lingüísticamente fatum es forma neutra del participio de perfecto pasivo del verbo defectivo *for, “hablar, decir”).

Evoquemos ahora un episodio relevante de la historia de Roma. Estamos en el año 230 a. C. El reino del Ilírico (emplazado en la costa adriática, frente a Italia, en el territorio que hoy es Albania) practica una política expansionista, bajo el reinado de la reina Teuta. El reino patrocina, además, la piratería en el Adriático, que perjudica el comercio marítimo de Roma (igual que en el siglo XVI el reino de Inglaterra patrocina a los piratas que atacan los galeones españoles en el Atlántico). Los romanos, tras intentar un arreglo diplomático, emprenden una guerra contra el reino Ilírico. Y en el año 229 conquistan las ciudades de Corcyra (moderna Corfú), Apollonia y Epidamnos. No deponen a la reina Teuta, pero la someten a tributo y limitan la expansión de su reino, estableciendo un protectorado en los territorios ocupados.

Illyricum

Pero el nombre de la ciudad de Epidamnos suscita un mal agüero para los romanos, ya que temen que su ocupación vaya a resultar “para-daño” (epi-damnum) de Roma. ¿Solución?: cambian el nombre, implantando la denominación ya existente de Dyrrachium (moderna Durrës, en Albania, a unos 30 km. al oeste de Tirana). El escritor latino Pomponio Mela, de origen hispano y autor del compendio geográfico De chorographia, alude a este cambio de nombre:

Dein sunt quos proprie Illyrios vocant, tum Piraei et Liburni et Histri. urbium prima est Oricum, secunda Dyrrachium, Epidamnos ante erat, Romani nomen mutavere, quia velut in damnum ituris omen id visum est. (2.56)

Luego vienen a los que llaman propiamente ilirios, y también pireos, liburnos e histros. La más importante de sus ciudades es Orico, la segunda Dirraquio, que antes se llamaba Epidamnos, pero los romanos cambiaron su nombre, pues les pareció un augurio de que iba a servir de desgracia para los que llegaran.
Un último detalle. Como los romanos consideraban que la mera mención de una desgracia podía causar que ésta ocurriera, usan frecuentemente una fórmula lingüística y retórica, que llamamos aversio, para prevenir ese cumplimento (por tanto, con un carácter apotropaico, para alejar la desgracia). La fórmula básica es quod di omen avertant (“ojalá los dioses alejen tal agüero”), aunque puede presentar variantes (cf. Oxford Latin Dictionary s.v. omen, 2b). Por ejemplo, Cicerón en su cuarta Filípica menciona la intención de Marco Antonio de conquistar militarmente Roma y repartirse el botín entre sus secuaces. Para evitar que alcance cumplimiento lo que se enuncia como posibilidad, Cicerón añade la correspondiente fórmula de aversio:

Quibus M. Antonius –o di inmortales, avertite et detestamini, quaeso, hoc omen!- urbem se divisurum esse promisit. (Cic. Phil. 4.9)

A éstos Marco Antonio -¡oh dioses inmortales, alejad y aborreced, os lo ruego, este augurio!- ha prometido que ha de repartirles Roma.

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27.3.05

(Más) de los nombres de los días

Aunque creo que no he incurrido en errores factuales de bulto en mi anterior post, sobre los nombres de los días, sí me he deslizado en algunas imprecisiones, así que no está de más añadir algunos complementos y precisiones sobre algunos aspectos.

1) Digo "La semana de siete días (y no de ocho) se implantó en la Europa Occidental en la alta Edad Media, y precisamente por influencia cristiana: se rememoraba el hecho de que Dios hubiera creado el mundo en siete “días”, según el relato bíblico de la creación (Génesis 1,1-2,4)."

Más concretamente: la semana de siete días se implantó en el Imperio Romano antes, en el 321 d.C., por decreto del emperador Constantino I el Grande. Lo que se estaba adaptando, obviamente, era la semana judía, "lunar", esto es, de siete días. También la semana egipcia era lunar, de siete días. La semana de siete días se llama lunar porque viene a coincidir con una fase de la luna; y cuatro semanas equivalen a un ciclo lunar completo. Lo que Constantino I el Grande innovó es cuándo empezaba la semana y qué día era fiesta. En la semana judía era festivo el día séptimo, el sábado. La semana "cristiana" de Constantino empieza el lunes; y el día festivo es el séptimo, el domingo. Se escogió el domingo como día festivo porque se consideraba que fue el día en que resucitó Cristo; según los evangelios, Cristo murió el sexto día de la semana judía, víspera del sábado (Luc 24, 54), y resucitó al tercer día (Luc 24, 6), esto es, el domingo, con cómputo inclusivo.

2) Obviamente "domingo" procede de (dies) dominicus (sintagma usado por Martín de Braga) o, mejor, del acusativo (diem) dominicum. Pero esa etimología requiere que dies fuera de género masculino en el latín tardío y vulgar de Hispania, lo que explica las derivaciones del español, gallego y portugués "domingo". En cambio, en otras regiones del Imperio Romano Occidental dies es femenino: y, así, (dies) dominica da "doménica" en italiano; "dimanche" en francés; y "diumenge" en catalán.

3) Dios no creó, según el Génesis bíblico, propiamente el mundo en siete días, sino más bien en seis (Gen 1), y el séptimo descansó (Gen 2, 1).

4) Martín de Braga es santo para los cristianos; su onomástica se celebró muy recientemente, el 20 de marzo.

5) El título del post, "De los nombres de los días", obviamente evocaba el título De los nombres de Cristo de un ensayo de Fray Luis de León, con uso latinizante y arcaico de la preposición "de" (= "sobre", "regarding").

6) Agradezco cordialmente las palabras de aprecio sobre mi post (y sobre el blog) de Dennis Magan, creador del interesante blog sobre filosofía, política y literatura Mangans' Miscellany. Tomo nota también del tironcillo de orejas.

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24.3.05

De los nombres de los días

Ya que estamos en la semana por excelencia del año, en la Semana con mayúsculas, la Semana Santa, quizá no esté de más presentar una breve discusión sobre los nombres de los días de la semana en español.

Los nombres de los siete días de la semana en español son (aquí parece que estoy dando una lección de Barrio Sésamo para niños de cuatro años): lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. En su nomenclatura se documenta la combinación de dos tradiciones contrapuestas: la clásico-pagana y la cristiana.

Para empezar, el concepto mismo de “semana”, entendido como ciclo de 7 días, no es romano, sino cristiano. En la Roma clásica no existía una semana de siete días, sino un ciclo de ocho días, llamado NVNDINAE. En el primer día de cada NVNDINAE se celebraba el mercado fuera de las murallas de Roma. La semana de siete días (y no de ocho) se implantó en la Europa Occidental en la alta Edad Media, y precisamente por influencia cristiana: se rememoraba el hecho de que Dios hubiera creado el mundo en siete “días”, según el relato bíblico de la creación (Génesis 1,1-2,4).

Durante la Antigüedad tardía y la alta Edad Media los siete días de la semana se consagraban a dioses paganos, de donde tomaron su nombre:

- el lunes a Diana (la divinización de la luna),
- el martes a Marte,
- el miércoles a Mercurio,
- el jueves a Júpiter,
- el viernes a Venus,
- el sábado a Saturno,
- y el domingo a Apolo (divinización del sol).

Estas advocaciones paganas de los días perviven en la nomenclatura actual en español de los cinco días “laborables” (esto es, de lunes a viernes). Así:

(dies) Lunae > lune[s]
(dies) Martis > martes
(dies) Mercurialis > miércoles
(dies) Iovis > jueves
(dies) Veneris > viernes

Algunas observaciones sobre la anterior lista:

1) Los nombres de los días proceden de un sintagma constituido por el sustantivo dies (que acabó por elidirse, al sobreentenderse), más otro sustantivo en genitivo que designaba al dios (Lunae, Martis, Iovis, Veneris). En un caso no se usa un sustantivo en genitivo para designar al dios en cuestión, sino un adjetivo (Mercurialis).

2) La denominación del primer día de la semana debió ser “lune” en lugar de “lunes”, pero la “-s” final se añadió por obvia analogía con el resto de los días de la semana.

3) La denominación pagana de estos cinco días se mantiene en prácticamente todas las lenguas románicas occidentales: italiano, francés, catalán.

En cambio, los dos días más “festivos” de la semana, el sábado y el domingo, no mantuvieron el nombre clásico-pagano, sino que recibieron denominaciones religiosas:

- el sábado procede del sabat, el día festivo de los judíos;
- y el domingo de (dies) dominicus, “el día del Señor”.

Por tanto, la consagración del sábado a Saturno y del domingo a Apolo-sol desapareció en español y en todas las lenguas románicas (pero pervive, por ejemplo, en inglés: Saturday, Sunday).

Es curioso que en el Siglo VI d. C. el monje e intelectual Martín de Braga (520-580 d. C.) rechazara estas adscripciones paganas de los siete días de la semana, en su tratado contra las superticiones de los hombres rurales titulado De correctione rusticorum. He aquí los pasajes relevantes:


deum habent iratum et non ex toto corde in fide Christi credunt, sed sunt dubii in tantum ut nomina ipsa daemoniorum in singulos dies nominent, et appellent diem Martis et Mercurii et Iovis et Veneris et Saturni, qui nullum diem fecerunt, sed fuerunt homines pessimi et scelerati in gente Graecorum. [...] (8) Qualis ergo amentia est ut homo baptizatus in fide Christi diem dominicum, in quo Christus resurrexit, non colat et dicat se diem Iovis colere et Mercurii et Veneris et Saturni, qui nullum diem habent, sed fuerunt adulteri et magi et iniqui et male mortui in provincia sua! (9)

[Los campesinos] tienen enfadado a Dios y no creen de todo corazón en la fe de Cristo, sino que están indecisos, hasta el punto de que denominan cada uno de los días con nombres de demonios y, así, hablan del día de Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno, quienes no crearon día alguno, sino que fueron personas malvadas y criminales de la raza de los griegos. [...] Por tanto, ¡qué locura tan grande es que un hombre bautizado en la fe de Cristo no venere el día del Señor, en el que Cristo resucitó, sino que diga que él venera el día de Júpiter, de Mercurio, de Venus y de Saturno, quienes no poseen ningún día, sino que fueron adúlteros, brujos y malvados, ajusticiados vergonzantemente en su tierra!
Martín, obispo de Braga, no consiguió completamente derrotar esta superstición en Hispania, pues en español los nombres nombres paganos perviven en cinco días de la semana. Pero, curiosamente, sí lo logró en su mayor ámbito de influencia, en la Galicia sueva, como sugiere el hecho de que en las denominaciones de los días en portugués no quede rastro de las advocaciones a dioses paganos. En portugués, los días de la semana (empezando por el lunes) son: segunda-feira, terca-feira, quarta-feira, quinta-feira, sexta-feira, sábado, domingo.

La denominación de los días laborables en portugués es un hecho insólito y excepcional en el panorama de las lenguas romances, y posiblemente Martín de Braga no fuera ajeno a su origen.

Somos fruto de la historia. Conocer mejor nuestra historia es conocernos mejor a nosotros mismos. Los dos pilares básicos de la historia de Europa Occidental son la civilización clásica y el cristianismo. No sé si por ese orden y en la proporción 5-2.

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6.3.05

Tío

En castellano actual, el lexema tío, tía tiene dos acepciones principales, distintas y algo incompatibles entre sí:

a) Tío designa a un pariente, el hermano del padre o de la madre (= ing. uncle, lat. patruus [“tío paterno”], auunculus [“tío materno”]. Ejemplo de uso: “Mi tío fue mi padrino de boda”.

b) Tío es también un término coloquial y un tanto despectivo para designar un hombre o persona cualquiera, con un sentido análogo a “individuo, tipo” (= ingl. old fellow, fellow, chap, guy; lat. quidam). Ejemplo de uso: “¿Pero qué se habrá creído ese tío?”.

La etimología del término es muy curiosa. Tío deriva del griego theios, que significa primariamente “divino”, pero que también podía usarse como título honorífico, con el sentido casi de “respetable, venerable, señor”.

Theios, ya con pronunciación itacista thios, debió de introducirse como t(h)ius en el léxico del latín vulgar de algunos reinos románicos occidentales, evolucionando luego ya en las lenguas romances: a tío en español, zio en italiano. [La aspiración se pierde en español, y se mantiene, aunque alterada, en italiano]. Una fecha probable para esta introducción del término griego en el latín vulgar pudo ser el siglo VI d. C., momento en que ya estaba generalizada la pronunciación itacista del griego. Entonces, además, el Imperio Bizantino, bajo el mando del emperador Justiniano, intentaba reconquistar y recomponer el Imperio Romano en toda la cuenca del mediterráneo. Lo consiguió parcialmente, en tiempo y espacio: logró apoderarse de toda Italia y de una franja costera de Hispania (arrebatando, en el caso español, el territorio al Reino de los Visigodos). Estas cosas no se recuerdan, pero lo cierto es que un trozo de Hispania fue territorio bizantino (es decir, griego), durante tres cuartos de siglo, aproximadamente desde el 552 al 625. He aquí un mapa de la Hispania del siglo VI, donde se marca en color naranja oscuro la ocupación bizantina:

Hispania en el siglo VI

En español el término tío era primariamente un tratamiento de respeto, aunque usado en contextos familiares o rurales, que designaba una categoría inferior a los títulos de “Señor” o de “Don”. Esta acepción antigua derivaría de la connotación respetuosa que hemos visto para el griego theios. Con esa acepción se documenta, por ejemplo, en el Lazarillo de Tormes (1554). El joven lazarillo se dirige con este título al viejo ciego:

“- No diréis, tío, que os lo bebo yo, –decía-, pues no le quitáis de la mano”.

Portada del Lazarillo, 1554

Creo que ya desde tempranamente tío se usó también en la acepción a), para aludir al pariente hermano del padre o de la madre. Pero lo importante es que el lexema, con la acepción del tratamiento de respeto que acabamos de ver, se fue desgastando, adquiriendo una connotación un tanto despectiva e imprecisa (que es lo que hemos llamado acepción b). Este proceso de desgaste pudo culminar en el siglo XIX. Y desde entonces se produce la fricción e incompatibilidad entre las acepciones a) y b) que hemos distinguido arriba.

De hecho, por culpa de la acepción despectiva b), el término tío puede resultar tabú con la acepción a). Es el mismo funcionamiento lingüístico que ya vimos en este blog sobre el lexema polvo en este post y en éste. De ahí que, con la acepción a), tío sea sustituido a veces, especialmente en el lenguaje infantil, por el diminutivo hipocorístico tito.

Y todo esto fue causado, quizá, por la conquista bizantina de Hispania, allá por el siglo VI después de Cristo.

Nota: La portada del Lazarillo reproducida arriba es la de la edición de Medina del Campo (1554), una edición desconocida hasta que se descubrió un ejemplar escondido en una casa de Barcarrota (Badajoz, España), a finales de 1995. Dicho ejemplar fue editado en edición facsímil: Lazarillo de Tormes [Medina del Campo, 1554], Mérida: Editora Regional de Extremadura, 1996.

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17.2.05

Zapatero, a tus zapatos / The cobbler should stick to his last

Aviso que el título de este post no tiene relación alguna con el actual presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.

"Zapatero, a tus zapatos" es una frase proverbial española, con la que se busca criticar la actitud de quienes pretenden opinar sobre materias de las que no entienden. Una actitud, por cierto, muy habitual. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que alguien empieza una alocución: "yo de eso no entiendo, pero opino que..."? ¿Cómo se puede opinar de lo que no se entiende?

Según indica mi diccionario Collins Español-Inglés (y viceversa), en inglés una frase proverbial equivalente (que yo no conocía hasta consultar el diccionario) sería "The cobbler should stick to his last".

Pues bien, el origen de esta frase está también en el pasaje de Plinio el Viejo que cité en mi nota anterior, sobre el proverbio Nulla dies sine linea. Dejamos a Plinio hablando sobre el pintor Apeles, y continúa:

idem perfecta opera proponebat in pergula transeuntibus atque, ipse post tabulam latens, vitia quae notarentur auscultabat, vulgum diligentiorem iudicem quam se praeferens; feruntque reprehensum a sutore, quod in crepidis una pauciores intus fecisset ansas, eodem postero die superbo emendatione pristinae admonitionis cavillante circa crus, indignatum prospexisse denuntiantem, ne supra crepidam sutor iudicaret, quod et ipsum in proverbium abiit. (Naturalis Historia 35.84-85)

[Éste mismo exponía sus obras acabadas en un tenderete a los transeúntes y, ocultándose él mismo tras un cuadro, escuchaba los defectos que eran criticados, prefiriendo al pueblo, como si fuera un juez más exacto que él mismo. Cuentan que una vez fue reprendido por un zapatero, porque hubiera pintado en unas sandalias pocas tiras, y que, al día siguiente, cuando el mismo zapatero, enorgullecido por la corrección de la crítica anterior, empezó a pontificar sobre la pierna, lo miró indignado, avisándole de que, como zapatero que era, se abstuviera de juzgar por encima de la sandalia. Y esto igualmente quedó como proverbio.]
Haré ahora una concesión a los recuerdos personales. Recuerdo que cuando yo tenía 12 o 13 años, Televisión Española (la única cadena de entonces) emitía cada semana un programa cultural, llamado "La bolsa de los refranes". En cada emisión se proponía un refrán, para que los espectadores enviaran reflexiones en prosa o poemas, comentándolo o glosándolo. Y se escogía un ganador. Yo participé varias veces en el concurso, y nunca gané (con razón). En una ocasión, el refrán que había que glosar era precisamente este de "Zapatero, a tus zapatos". Escribí un soneto alusivo, que aún recuerdo, y que paso a transcribir aquí para tortura de mis lectores:

Cuentan las lenguas que en tiempo añejo
el rey de un pais una fiesta dio,
y sobre el calzado que en ella lució
a un zapatero pidióle consejo.

Le instruyó el zapatero sabiamente,
haciendo gala de su profesión,
encontrando en la fiesta admiración
el monarca, que le atendió obediente.

Mas por inercia ya le asesoraba
de hacienda, religión, guerra o estado,
y al rey más y más cansaba.

Pasaba aconsejando luengos ratos
y al final gritó el rey, ya exasperado:
"Zapatero, a tus zapatos".

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15.2.05

Nulla dies sine linea

[The idea of writing about this Latin motto was suggested to me by the note Nulla dies sine Blogposta, by Bill Vallicella, included in his blog Maverick Philosopher.]

We take the Latin phrase Nulla dies sine linea to mean "No day [should go by] without [reading / writing at least] a line". I would like to point out two remarks about this famous saying:

  1. The phrase is not documented verbatim (as is) in Classical Latin. It seems that it was forged in the Middle Ages. But a proverb with the same sense did exist in ancient Rome, although we ignore its exact wording. Pliny the Elder transmits an interesting story about the famous Greek painter Apelles of Colophon (fourth century B.C.). (By the way, it was told that Alexander the Great allowed no other painter to paint him.) Pliny writes:


  2. Apelli fuit alioqui perpetua consuetudo numquam tam occupatum diem agendi, ut non lineam ducendo exerceret artem, quod ab eo in proverbium venit. (Naturalis Historia 35.84)

    [Apelles had furthermore the systematic habit of not letting any day go by, no matter how busy it could be, without practising his art by tracing a line at least (and as a result his attitude became a proverbial saying).

  3. Curiously enough, linea can not mean "line (of text)" in Classical Latin, but "a string, cord" (Oxford Latin Dictionary, s.v. 1 and 2), or "a line traced on a surface by a pen or other instrument" (OLD s.v. 3). It was therefore a technical term, belonging to the field of painting or drawing, not literature. The word might have taken the sense of "line (of text)" in medieval Latin.

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10.2.05

Lo que hiere, cura / What hurts, heals

La medicina homeopática es un saber mítico, pre-científico, super-sticioso. Que conste, para no suscitar polémicas, que no entro en la cuestión de si cura o no. ¿Cura la homeopatía, cura la imposición de manos por sanadores, cura la acupuntura, curan los votos religiosos o las rogativas dirigidas a las vírgenes de Lourdes y Fátima? Allá cada cual con sus creencias y experiencias.

Pero a lo que iba. El principio básico del arte homeopático es el de similia similibus curentur ("lo semejante ha de curarse con lo semejante"): esto es, las mismas sustancias que producen un mal, una enfermedad, un trastorno, pueden curar esas afecciones si se administran en el momento oportuno y en dosis pequeñísimas. Lo que daña, cura. No hay mejor cuña que la de la misma madera. En cambio, la medicina occidental oficial, quimioterápica, se basa en el principio opuesto: contraria contraribus curentur.

Esta creencia (lo que daña, cura) se documenta prácticamente como apotegma en el mundo clásico grecolatino. Y está en el origen de un episodio mitológico: el de Télefo.

Télefo era originario de Grecia, hijo de Heracles y de Auge (princesa de Tegea), pero llegó a ser rey de Misia (en Asia Menor, cerca de Troya). Como rey de Misia repelió una primera expedición de los griegos, pero resultó herido en la pierna por la lanza de Aquiles. La herida no sanaba, y un oráculo vaticinó que sólo podía curarle el mismo objeto que le había infligido la herida. Tanto Sófocles como Eurípides dedicaron sendas tragedias (hoy perdidas) al tema, y se ha conservado un fragmento de la tragedia de Eurípides con la palabras literales del oráculo: ho trósas iásetai, "quien hirió, curará". Finalmente, Télefo ofreció guiar a los griegos en una segunda expedición contra Troya, a cambio de su curación. Y Aquiles aplicó herrumbre de su lanza sobre la herida, que resultó curada.

Propercio alude al episodio con estas palabras (2.1.63-64):

Mysus et Haemonia iuvenis qua cuspide vulnus
senserat, hac ipsa cuspide sensit opem.

[También el héroe misio, con la misma punta de la que sufrió la herida,
con esa misma punta experimentó su curación.]
Otros pasajes paralelos son: Ovidio, Pónticas 2.2.26, Amores 2.9.7-8, Remedia amoris 94.

El tópico reaparece en la literatura occidental. En el Lazarillo de Tormes, cuando el viejo ciego rompe a Lázaro los dientes con el jarro de vino, luego lo cura con vino, y le comenta jocosamente (Tractado primero):

Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego; y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía:

–¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud; y otros donaires que a mi gusto no lo eran.
También Juan de la Cruz (1542-1591), en su emotivo poema "Cántico espiritual", trata el tópico. La Amada afirma que sólo el Amado puede curarle su herida de amor:

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura,
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura
.
En la ópera Dido and Aeneas, de Henry Purcell (1659-1695), en el acto I, el coro comenta igualmente sobre el poder del amor:

Cupid only throws the dart
that's dreadful to a warrior's heart.
And she that wounds can only cure the smart.
Y modernamente, en la letra de una canción de Dary Hall y John Oates, titulada "Love hurts (love heals)", documentamos el desarrollo del mismo tópico, también aplicado al amor:

You can say that I lied a lot
you can throw up your hands
Pardon me, if the man you got
wasn't part of the plan
I'll confess, if I'm wrong or not so
you'll know where you stand
Love's a test and you've got to find out
if you're stronger
Then I am
Love Hurts
Love Heals

And it's
the only thing that will keep us together.

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8.2.05

Más sobre polvos y pollas

A mi anterior nota, titulada "Origen de la expresión echar un polvo", envía un amable comentario el amigo Arp (creador de la bitácora hermana Compostela). Llama la atención Arp sobre un artículo (o, más bien, capítulo o colaboración en libro colectivo) de Francisco Rico, del 2001, a propósito de la expresión "echar un polvo". He tenido ocasión de leerlo y, como hay materia para rato, he preferido redactar un nuevo post. El artículo en cuestión es:

Francisco Rico, "Polvos y pajas", en J.-F. Botrel et alii (edd.), Prosa y poesía. Homenaje a Gonzalo Sobejano, Madrid: Gredos, 2001, pp. 311-322.
Yo había investigado previamente el tema, en un artículo publicado en el 2000. Mi post no era más que un resumen de la sección final de este artículo:

""En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada": historia de un tópico literario (II)", Anuario de Estudios Filológicos 23 (2000), 243-254.
Pues bien, el estudio de F. Rico viene a decir lo que ya apuntaba yo en mi artículo y en mi post: que la acepción obscena del modismo "echar un polvo" y del lexema "polvo" no se documenta en los Siglos de Oro. Dicha acepción debió de nacer en el siglo XIX, según acepta el propio Rico en la p. 313 (también ésta era mi hipótesis). Rico copia en su artículo un montón de pasajes poéticos del Siglo de Oro, donde documenta la expresión "echar un polvillo / polvo" (en el sentido de "tomar un trago"), así como el término "polvo", pero sin acepción obscena. Y concluye de su investigación: "No he llegado a averiguar cuándo ni por qué la cobró [la acepción obscena]" (p. 313).

Es imposible investigar la poesía española de los Siglos de Oro sin consideración de sus fuentes clásicas, porque los poetas renacentistas optaron por la imitación literaria como pauta de poética. [En otro post pondré algún ejemplo más de esto]. Por ello, es imprescindible hacer crítica de fuentes (Quellenforschung) como primer paso de una crítica literaria cabal sobre poesía española aurisecular. Fue el difunto Fernando Lázaro Carreter quien escribió esto muy claro, precisamente en la misma revista donde yo he publicado mi artículo, pero veinte años antes:

"Esa fue, pues, la doctrina común en todas partes donde triunfó el Renacimiento, y una comprensión profunda de nuestra lírica áurea -ideal aún remoto- sólo podrá alcanzarse a partir de un estudio filológico que restaure el prestigio de la investigación de fuentes." ["Imitación compuesta y diseño retórico en la Oda a Juan de Grial", Anuario de Estudios Filológicos 2 (1979), 89-119; cita en p.98)].
Algunos aspectos del artículo de Rico suponen una aportación interesante. Por ejemplo, argumenta que si polvo hubiera tenido la menor implicación obscena en los Siglos de Oro, no habría aparecido en ciertos contextos, donde habría resultado equívoco o risible. Quevedo, por ejemplo, no habría podido escribir "polvo enamorado", como yo argumentaba igualmente en mi post. En cambio, hoy por hoy la expresión quevedesca sí resulta chusca. Y, claro, se presta a chistes fáciles. Como ejemplo de esto, Francisco Rico aduce la ocurrencia de Gabriel Ferrater sobre el final de este soneto: "Le hace daño la tautología del final: ¡todos los polvos son enamorados!".

Rico explica también que un cambio semántico comparable ha experimentado el lexema polla. Ahora ya no puede usarse en la acepción original de "gallina joven", que tuvo hasta el siglo XIX al menos. En esa acepción, añado yo, el término es sustituido por el galicismo pularda (especialmente en contextos gastronómicos, es decir, para diferenciar frases como "comerse una pularda" y "comerse una polla", que, aunque suenan parecidas, no son lo mismo).

Sigo, pues, convencido de que la explicación sobre el origen de la acepción obscena de polvo que propuse en mi artículo y en mi post es plausible. Y quiero añadir un paralelo más. Consiste en el juego semántico que se establece para el término tierra (lexema casi sinónimo de polvo) en un soneto erótico del Siglo XVI, anónimo. Ahí se usa tierra en dos sentidos: 1) como "suelo"; y 2) como salvonor = "culo". Creo que el origen del juego semántico pudo estar igualmente en la fórmula litúrgica Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris, o, más bien, en el propio versículo del Génesis (3, 19), donde se documenta el término terram: donec revertaris in terram de qua sumptus es. He aquí el soneto:

Dentro de un santo templo un hombre honrado
con gran devoción rezando estaba;
los ojos hechos fuentes, enviaba
mil sospiros del pecho apasionado.

Después que por gran rato hubo rezado
las religiosas cuentas que llevaba,
con ellas el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.

Creció la devoción, y pretendiendo
besar el suelo, porque pretendía
que la humildad mayor aquí se encierra,

lugar pidió a una vieja. Ella, volviendo,
el salvonor le muestra, y le decía
"Besad aquí, señor, que todo es tierra".

[Recogido por P. Alzieu et al., Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro, Toulouse: France-Ibérie Recherche, 1975, 43-44.]

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6.2.05

Origen de la expresión "echar un polvo"

En español de España (ignoro si también en el de Hispanoamérica; creo que no) se usa la expresión vulgar echar un polvo para "realizar el acto sexual", y el lexema polvo para "coito". ¿Cuál es el origen de esta rara acepción?

Como paso previo, cabría plantear cuándo empezó a usarse. No la he encontrado documentada todavía en el siglo XVI (no está en el Tesoro de Covarrubias, de 1611), ni en el siglo XVII (véase lo que diré abajo, sobre Quevedo), ni en el Siglo XVIII (no está en el Diccionario de Autoridades, de 1737). Ya viene recogida la acepción en la Enciclopedia Espasa, en su edición de 1922; y, antes, en el diccionario de léxico malsonante de L. Besses, Diccionario de argot español, Barcelona: Sucesores de Manuel Soler, 1905. Dejando como margen el tiempo prudencial que los diccionarios, siempre conservadores y morosos, suelen tardar en incorporar el léxico de la calle, no resulta descabellado suponer que la expresión se generalizara con esa acepción obscena a mediados del siglo XIX.

Pero, ¿cuál pudo ser su origen? Los diccionarios y léxicos al uso (tanto generalistas como especializados en léxico obsceno) no ofrecen demasiada ayuda. En alguna ocasión incluso despistan y desbarran estrepitosamente, como en la explicación descabellada que se da en J. Sanmartín Sáez, Diccionario de argot, Madrid: Espasa, 1998, p. 693, s.v. "polvo" (énfasis mío):

"Polvo. 1. m. Cópula sexual. El hablante crea en el argot voces con sentido figurado, pero en muchos casos sin una motivación evidente. ¿Qué relación guarda realizar la cópula sexual con el polvo? Aparentemente ninguna. Quizá el color blanquecino del polvo y del semen. Es una acepción muy usada y, por ello, incorporada al DRAE como coloquial y vulgar. * El primer POLVO de mi vida fue con mi antigua novia."
Mi hipótesis es que el origen de la expresión está en la conocida fórmula litúrgica Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris, "Recuerda, hombre, que eres polvo, y que al polvo regresarás". El sacerdote católico pronuncia(ba) esta fórmula cuando impone ceniza sobre los fieles, el llamado Miércoles de Ceniza (primer día de la Cuaresma). La fórmula adapta a su vez un versículo del Génesis (3, 19), que en la versión latina de la Biblia Vulgata dice: In sudore vultus tui vesceris pane, donec revertaris in terram de qua sumptus es: quia pulvis es et in pulverem reverteris, "con el sudor de tu rostro te alimentarás de pan, hasta que regreses a la tierra de la que fuiste formado: porque eres polvo y al polvo regresarás".

También en la literatura clásica grecolatina encontramos numerosas alusiones al polvo, a la ceniza y a la tierra para ponderar el carácter efímero de la vida humana. El pasaje más famoso y nítido pertenece a la Oda 4.7 de Horacio, composición a la que A. E. Housman (1859-1936) consideró "el poema más hermoso de la literatura antigua". Dice Horacio ahí, en los versos 13-16:

damna tamen celeres reparant caelestia lunae:
nos ubi decidimus
quo pius Aeneas, quo dives Tullus et Ancus,
pulvis et umbra sumus.

Los daños del cielo los reparan las lunas en rápida sucesión:
pero nosotros, cuando caemos
a donde cayeron el piadoso Eneas, y los ricos Tulo y Anco,
sólo somos polvo y sombra.
Para volver a lo nuestro. La fórmula litúrgica antes mencionada es parafraseada frecuentemente como "Polvo somos, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos". En ese contexto, era fácil reinterpretar la frase "del polvo venimos" con el sentido de "procedemos de una cópula" (esto es, "la vida humana se origina en un acto sexual"). A partir de ahí, la equivalencia polvo = "coito" está servida.

Como consecuencia de esta acepción obscena del término polvo, resulta complicado usar el término con su acepción no obscena, pues la palabra se presta muy fácilmente a equívocos, malentendidos y chistes fáciles. He aquí un par de ejemplos de chistes fáciles, donde se juega con la bisemia (doble sentido) del lexema polvo:

1) Decir "mi mujer es alérgica al polvo doméstico".
2) El chiste: "¿Qué diría el epitafio de una solterona?:... AL FIN, POLVO."
Así, en español actual, el término polvo resulta un tanto tabú y peligroso de usar. Le ocurre lo mismo al inglés cock, término que, contaminado por la acepción obscena de "pene", ya no se puede usar con el sentido original de "gallo", siendo sustituido en esta acepción de "gallo" por los eufemismos cockerel y rooster. Exactamente igual le ocurre al español polla, que ya no puede usarse más que en sentido obsceno, habiendo perdido su acepción original de "gallina joven".

Y ahora voy a Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645). Este poeta escribió un maravilloso soneto, "Amor constante más allá de la muerte", quizá el más hermoso de toda la literatura española, en que usa la expresión "polvo enamorado". Este soneto se publicó póstumamente en el libro El Parnaso Español, en 1648, lo que demuestra inequívocamente que, cuando se compuso el poema y cuando se publicó, la acepción obscena de "polvo" no existía, pues, de existir, el sintagma "polvo enamorado" resultaría equívoco o francamente ridículo. [Por cierto, este soneto de Quevedo es una elaborada imitación literaria de la elegía 1.19 de Propercio, pero eso es ya otra historia.]

[Amor constante más allá de la muerte]

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Actualización (4-09-2006)

Este artículo es quizá, de todos los del blog, el más leído y el que ha tenido mayor impacto y repercusión en la red. Por ejemplo, si se busca "echar un polvo" en Google, es el primer hit que aparece. Igualmente, ha sido reproducido (aunque no muy bien editado, por cierto) en la revista on-line El grito (ISSN: 1696-9413), editada por la editorial Ceyla.

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18.12.04

Quiero ser un viejo verde

He leído recientemente la novela de Gabriel García Márquez Memoria de mis putas tristes (Barcelona: Mondadori, 2004). Me ha gustado, y algún otro día volveré en este foro sobre ella, para comentar alguna de las muchas alusiones a la cultura clásica que contiene. Para empezar, el nonagenario protagonista se gana la vida como “maestro de gramática castellana y latín” (p. 12). Pero ahora voy a otra cosa.

portadalibro

La novela cuenta la historia de un sujeto que ha sido muy putero durante toda su vida. Y, cuando cumple noventa años, decide regalarse una noche de amor loco con una muchacha virgen. Por tanto, el protagonista es lo que en español castizo se llamaría un “viejo verde” (en latín, un senex amator, y no un senex viridis, que significaría otra cosa). Querría detenerme hoy en la historia del sintagma “viejo verde”, en el que el adjetivo “verde” tiene el significado de “libidinoso, lascivo”. ¿Cuál es el origen de esta curiosa acepción?

En latín clásico ya se documenta el adjetivo viridis para calificar a la vejez o a los viejos, con el sentido de “juvenil, lozano”: esto es, se aplica a un sujeto que, aunque anciano, tiene un espíritu juvenil o un estado físico sano. Veáse el Oxford Latin Dictionary, s. v. viridis, 5b. Virgilio parece que fue pionero en el uso de esta combinación, aparentemente contradictoria, “vejez” + “verde”, al calificar de "verde" la ancianidad de Caronte, el barquero infernal: iam senior, sed cruda deo viridisque senectus (“ya era bastante viejo, pero era la vejez del dios fresca y verde”) (Eneida VI 304). Séneca considera a su anciano amigo Clarano non... senem, sed mehercules viridem animo ac vigentem (Epístolas LXVI 1) (“no viejo... sino, por Hércules, verde y vigoroso de espíritu”).

En castellano, el adjetivo “verde” aplicado a la vejez tuvo todavía un sentido similar al latino hasta el siglo XVII. Un viejo verde era, simplemente, un anciano de aspecto lozano o de talante juvenil. Pero a partir de ahí el adjetivo empezó a incorporar una connotación de lascivia. Como se consideraba que el amor y el sexo eran actividades propias de la juventud, pasó a llamarse viejo verde, esto es, viejo con actitudes juveniles (in malam partem), al anciano que manifestaba excesivas proclividades lúbricas, especialmente con respecto a jovencitas. En el Diccionario de Autoridades de 1739 ya se sugiere esta acepción: “Viejo verde llaman al que mantiene o ejecuta algunos modelos y acciones de joven, impropios de su edad” (cursiva mía).

Tengo la impresión de que esta acepción de “verde” se está perdiendo en la lengua de nuestros jóvenes. Por eso he decidido que, al menos para que el idioma castellano no se empobrezca de sus locuciones tan sugerentes, yo, de mayor, quiero ser un viejo verde.

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