Supongo que todos lo hemos experimentado alguna vez. Se ha roto una relación amorosa. No importa por qué motivo ni a instancias de qué parte. Se decide, por mutuo acuerdo (o no), guardar la distancia y dejar pasar el tiempo. Se instaura, en definitiva, la
Retórica del silencio. Se proscriben las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes al móvil; tampoco habrá más contactos por mensajería instantánea. Todos los canales de comunicación han quedado clausurados y congelados por decreto.
Sin embargo, quizá uno de los miembros de la pareja (o los dos) aún siente en su corazón los rescoldos de la vieja llama (
veteris vestigia flammae). Y espera, aunque no lo quiera o desee, aunque no considere que sea lo más adecuado, alguna iniciativa de comunicación por parte del otro. Descuelga el teléfono cien veces al día para cerciorarse de que la línea sigue incólume; revisa compulsivamente la bandeja de entrada del correo electrónico; comprueba el móvil cada cinco minutos para ver si hay aviso de nuevos sms; vigila la pantalla principal del Messenger con ojo más avizor que como el
monstruo Argo vigilaba a Ío. Pero nada. Ninguna comunicación. Se sufre entonces la retórica más elocuente y más devastadora que existe: la Retórica del silencio.
Me gustaría aducir aquí dos ejemplos literarios de esta Retórica tácita, uno antiguo y otro moderno. El ejemplo antiguo se documenta en la historia de Eneas y Dido, tal como
Virgilio nos la cuenta en la
Eneida (especialmente, en el libro IV). El príncipe troyano Eneas, tras haber mantenido un romance en Cartago con la reina Dido (de origen fenicio), por imposición del destino y de los dioses debe abandonar a la enamorada reina, y zarpar en busca de un lugar de destino, Italia, donde fundar el germen del futuro estado de Roma. Dido encaja muy mal el abandono, y se suicida. Tiempo después (ya en el libro VI de la
Eneida), Eneas desciende a los Infiernos, donde se encuentra con el espíritu de Dido. Le dirige a ella una larga alocución, intentando disculparse. Y ella, por toda respuesta, le contesta muy
elocuentemente con la Retórica del silencio. He aquí el emotivo pasaje (
Eneida 4.450-476):
inter quas Phoenissa recens a vulnere Dido
errabat silva in magna; quam Troius heros
ut primum iuxta stetit agnovitque per umbras
obscuram, qualem primo qui surgere mense
aut videt aut vidisse putat per nubila lunam,
demisit lacrimas dulcique adfatus amore est:
«infelix Dido, verus mihi nuntius ergo
venerat exstinctam ferroque extrema secutam?
funeris heu tibi causa fui? per sidera iuro,
per superos et si qua fides tellure sub ima est,
invitus, regina, tuo de litore cessi.
sed me iussa deum, quae nunc has ire per umbras,
per loca senta situ cogunt noctemque profundam,
imperiis egere suis; nec credere quivi
hunc tantum tibi me discessu ferre dolorem.
siste gradum teque aspectu ne subtrahe nostro.
quem fugis? extremum fato quod te adloquor hoc est.»
talibus Aeneas ardentem et torva tuentem
lenibat dictis animum lacrimasque ciebat.
illa solo fixos oculos aversa tenebat
nec magis incepto vultum sermone movetur
quam si dura silex aut stet Marpesia cautes.
tandem corripuit sese atque inimica refugit
in nemus umbriferum, coniunx ubi pristinus illi
respondet curis aequatque Sychaeus amorem.
nec minus Aeneas casu percussus iniquo
prosequitur lacrimis longe et miseratur euntem.
nec minus Aeneas casu percussus iniquo
prosequitur lacrimis longe et miseratur euntem.
Entre ellas, la fenicia Dido, abatida por herida reciente,
erraba en el inmenso bosque; tan pronto el héroe troyano
se plantó junto a ella y la reconoció, oscura, entre las sombras,
como la luna que, al principio del mes,
alguien percibe o cree haber percibido que aparece entre nubes,
estalló en llanto y le habló con dulce amor:
"¡Desdichada Dido!, ¿así que era verdad la noticia
que me había llegado: que habías alcanzado tu postrer destino,
apagada a hierro? ¡Ay, fui yo causa de tu muerte? Juro por las estrellas,
por los dioses y por cuanta lealtad exista bajo las entrañas de la tierra,
que contra mi voluntad, reina, partí de tu costa.
Pero a mí las órdenes de los dioses, que ahora me fuerzan a avanzar entre sombras,
por parajes erizados de podredumbre, por la noche profunda,
me empujaron con sus dictámenes; y no pude imaginar
que con mi partida yo te deparara tamaño dolor.
Detén tu paso y no te robes a mi mirada.
¿A quién huyes? Por culpa del destino, ésta es la última palabra que te dirijo."
Con tales palabras Eneas intentaba consolar a un espíritu que
ardía y miraba torvamente, mientras derramaba lágrimas.
Ella mantenía sus ojos clavados en el suelo, sin mirarlo,
y su rostro no se conmueve más, por la alocución emitida,
que está fijo el duro pedernal o la roca marpesia.
Al fin, se recogió y con expresión hostil escapó
a un húmedo bosque, donde su anterior esposo,
Siqueo, atiende a sus penas y le corresponde en amor.
Y Eneas, no menos conmovido por el injusto azar,
la acompaña desde lejos con sus lágrimas y la compadece mientras ella se va.
Nótese que Virgilio dedica 16 versos a presentar la escena. De ellos, el discurso de Eneas ocupa 11 versos. La respuesta de Dido, ninguno. Eneas llora tres veces, al principio, a la mitad y al final de la escena.
De la poesía moderna, el texto que más me ha conmovido, como reflejo de la retórica del silencio, es un conocido poema del poeta francés
Jacques Prévert (1900-1977), titulado "Déjeuner du matin"("Desayuno") y perteneciente a libro recopilatorio
Paroles (1945). Se titula así, porque justamente describe eso, un desayuno, pero también podría titularse con una frase que se repite algunas veces en el poema, “Sans me parler” (“Sin hablarme”), porque el texto refleja muy plásticamente la Retórica del silencio que sufre el sujeto:
Déjeuner du matinIl a mis le café
Dans la tasse
Il a mis le lait
Dans la tasse de café
Il a mis le sucre
Dans le café au lait
Avec la petite cuiller
Il a tourné
Il a bu le café au lait
Et il a reposé la tasse
Sans me parler
Il a allumé
Une cigarette
Il a fait des ronds
Avec la fumée
Il a mis les cendres
Dans le cendrier
Sans me parler
Sans me regarder
Il s'est levé
Il a mis
Son chapeau sur sa tête
Il a mis
son manteau de pluie
Parce qu'il pleuvait
Et il est parti
Sous la pluie
Sans une parole
Sans me regarder
Et moi j'ai pris
Ma tête
dans ma main
Et j'ai pleuré.
He aquí una traducción (mía) al castellano, meramente utilitaria:
DesayunoElla echó café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Removió
Bebió el café con leche
Y dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo volutas
Con el humo
Echó las cenizas
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme
Se puso
El sombrero en la cabeza
Se puso
Su impermeable
Porque llovía
Y se marchó
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme
Y yo cubrí
Mi cabeza con las manos
Y lloré.
Hay varias coincidencias entre ambos textos. Los dos sujetos líricos contemplan a sus amadas, y éstas mantienen silencio absoluto. Las dos amadas desvían su mirada, y escapan al final. Y los dos sujetos lloran. Por la Retórica del silencio.
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