30.8.06

Apaga y vámonos

Mañana acabamos las vacaciones. Dejamos la playa y volvemos a la ciudad de interior. Qué pereza empacar el equipaje, realizar el viaje de regreso, retomar la vida "normal". Mañana apagaremos la luz, cerraremos la puerta y hasta otro año, si el hado y los dioses así lo disponen. Así que... apaga y vámonos.

Dejo, como recuerdo para mis lectores, un "souvenir" de aquí, una foto que he tomado de la playa atardecida:



Como consuelo, siempre cabe pensar que, si estamos sometidos al ciclo de las estaciones (verano, invierno...), es en definitiva porque estamos vivos. Para los humanos, las fases de las estaciones constituyen un segmento de repetición limitada; en cambio, para la naturaleza es un ciclo infinito (o casi). Como le oía cantar de niño a mi bisabuela, "mamá Loles":

La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.
Algo similar había dicho Horacio (Odas 4.7.4-16), y antes Catulo (poema 5):

Vivamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum severiorum
omnes unius aestimemus assis.
soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.

da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut nequis malus invidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.

Vivamos, Lesbia mía, y amémonos,
y las críticas de los viejos gruñones,
al cuerno todas, al cuerno.
Los soles pueden, sí, ocultarse y nacer:
pero tan pronto se extingue nuestra breve luz,
hemos de dormir una noche eterna.

Dame mil besos, luego ciento,
luego otros mil, luego otros cien,
luego, cuando hayamos alcanzado muchos miles,
embrollaremos la cifra, hasta perder la cuenta,
y ningún malvado pueda aojarnos,
al conocer la cifra exacta de besos.
Besos, latín y vida para todos. Y feliz regreso de las vacaciones.

(Más detalles sobre este tópico literario del ciclo de la naturaleza, frente al ciclo humano, en este artículo).

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24.8.06

Omnes feriunt, ultima necat

Visita nostálgica y ya vespertina a la Playa del Palmar, cerca de Conil (Cádiz, España). Por qué nostágica: recuerdos personales, que me reservo. Martes, 22 de Agosto del 2006. Son las siete y media de la tarde, pero aún queda tiempo (tiempo, tiempo, tiempo) para una zambullida en las aguas cristalinas, mientras el sol busca también sumergirse en el mar, allá en lontananza:



Antes contemplo un reloj de sol, ya sin sombras proyectadas por el gnomon (como dice un lema latino, también aplicado a los relojes solares: absque sole, absque usu, “sin sol, sin utilidad”). Una inscripción latina corona la esfera:

OMNES FERIVNT VLTIMA NECAT




El sujeto de las dos oraciones está elidido. Debe ser las “horas”. Por tanto, la inscripción, en traducción castellana, dice:

Todas (las horas) hieren, la última mata

El tiempo (su transcurso, su aprovechamiento, su fugacidad, su pérdida) es el factor que otorga y a la vez quita todo su sentido a la vida humana. Así que el paso del tiempo ha sido contemplado tradicionalmente en la literatura y en la poesía desde una doble perspectiva: como factor negativo (el transcurso del tiempo acaba finalmente con nosotros; es el concepto que el lema del reloj recoge); y también como factor positivo: hay que aprovechar el tiempo, como si el momento presente fuera el último que nos tocara vivir. Esta segunda reflexión sobre el tiempo constituye todo un tópico literario que se viene denominando con la etiqueta CARPE DIEM, según feliz denominación de Horacio (en Odas 1.11.8; enseguida cito el texto).

No he podido documentar la sentencia del reloj, ni similar, en la literatura latina clásica. Debe ser una frase de acuñación neolatina (quizá de época medieval o renacentista). Pero sí encontramos en la poesía latina alusiones a la “última hora / estación / tiempo / día”, en contextos de desarrollo del motivo del carpe diem. Traigo aquí a colación dos pasajes de Horacio, ayudándome del repertorio de citas latinas sobre el tema que nos regala el blog Laudator temporis acti:

1) Horacio, Odas 1.11:

Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi
finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios
temptaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati.
seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum: sapias, vina liques, et spatio brevi
spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem quam minimum credula postero.

Tú no pretendas sonsacar, Leuconoe, qué fin a mí o qué fin a ti
los dioses nos han deparado, ni practiques las cábalas
babilonias. ¡Cuánto mejor es soportar lo que venga,
tanto si Júpiter nos ha concedido más inviernos, como si es éste
el último que enerva al Mar Tirreno, con el parapeto de rocas!
Sé sabia, filtra el vino y, dada la brevedad de nuestro camino,
no abrigues largas esperanzas. Mientras hablamos, habrá huido
el envidioso tiempo. Cosecha la flor del día, sin fiarte lo más mínimo del mañana.
2) Horacio, Epístolas 1.4.11-14.

inter spem curamque, timores inter et iras
omnem crede diem tibi diluxisse supremum:
grata superveniet quae non sperabitur hora.

Entre la esperanza y la ansiedad, entre miedos y enfados,
considera que todo día que alborea para ti es el postrero:
grata vendrá por añadidura la hora que no se espere.
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17.8.06

La Retórica del silencio

Supongo que todos lo hemos experimentado alguna vez. Se ha roto una relación amorosa. No importa por qué motivo ni a instancias de qué parte. Se decide, por mutuo acuerdo (o no), guardar la distancia y dejar pasar el tiempo. Se instaura, en definitiva, la Retórica del silencio. Se proscriben las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, los mensajes al móvil; tampoco habrá más contactos por mensajería instantánea. Todos los canales de comunicación han quedado clausurados y congelados por decreto.

Sin embargo, quizá uno de los miembros de la pareja (o los dos) aún siente en su corazón los rescoldos de la vieja llama (veteris vestigia flammae). Y espera, aunque no lo quiera o desee, aunque no considere que sea lo más adecuado, alguna iniciativa de comunicación por parte del otro. Descuelga el teléfono cien veces al día para cerciorarse de que la línea sigue incólume; revisa compulsivamente la bandeja de entrada del correo electrónico; comprueba el móvil cada cinco minutos para ver si hay aviso de nuevos sms; vigila la pantalla principal del Messenger con ojo más avizor que como el monstruo Argo vigilaba a Ío. Pero nada. Ninguna comunicación. Se sufre entonces la retórica más elocuente y más devastadora que existe: la Retórica del silencio.

Me gustaría aducir aquí dos ejemplos literarios de esta Retórica tácita, uno antiguo y otro moderno. El ejemplo antiguo se documenta en la historia de Eneas y Dido, tal como Virgilio nos la cuenta en la Eneida (especialmente, en el libro IV). El príncipe troyano Eneas, tras haber mantenido un romance en Cartago con la reina Dido (de origen fenicio), por imposición del destino y de los dioses debe abandonar a la enamorada reina, y zarpar en busca de un lugar de destino, Italia, donde fundar el germen del futuro estado de Roma. Dido encaja muy mal el abandono, y se suicida. Tiempo después (ya en el libro VI de la Eneida), Eneas desciende a los Infiernos, donde se encuentra con el espíritu de Dido. Le dirige a ella una larga alocución, intentando disculparse. Y ella, por toda respuesta, le contesta muy elocuentemente con la Retórica del silencio. He aquí el emotivo pasaje (Eneida 4.450-476):



inter quas Phoenissa recens a vulnere Dido
errabat silva in magna; quam Troius heros
ut primum iuxta stetit agnovitque per umbras
obscuram, qualem primo qui surgere mense
aut videt aut vidisse putat per nubila lunam,
demisit lacrimas dulcique adfatus amore est:
«infelix Dido, verus mihi nuntius ergo
venerat exstinctam ferroque extrema secutam?
funeris heu tibi causa fui? per sidera iuro,
per superos et si qua fides tellure sub ima est,
invitus, regina, tuo de litore cessi.
sed me iussa deum, quae nunc has ire per umbras,
per loca senta situ cogunt noctemque profundam,
imperiis egere suis; nec credere quivi
hunc tantum tibi me discessu ferre dolorem.
siste gradum teque aspectu ne subtrahe nostro.
quem fugis? extremum fato quod te adloquor hoc est.»
talibus Aeneas ardentem et torva tuentem
lenibat dictis animum lacrimasque ciebat.
illa solo fixos oculos aversa tenebat
nec magis incepto vultum sermone movetur
quam si dura silex aut stet Marpesia cautes.
tandem corripuit sese atque inimica refugit
in nemus umbriferum, coniunx ubi pristinus illi
respondet curis aequatque Sychaeus amorem.
nec minus Aeneas casu percussus iniquo
prosequitur lacrimis longe et miseratur euntem.
nec minus Aeneas casu percussus iniquo
prosequitur lacrimis longe et miseratur euntem.

Entre ellas, la fenicia Dido, abatida por herida reciente,
erraba en el inmenso bosque; tan pronto el héroe troyano
se plantó junto a ella y la reconoció, oscura, entre las sombras,
como la luna que, al principio del mes,
alguien percibe o cree haber percibido que aparece entre nubes,
estalló en llanto y le habló con dulce amor:
"¡Desdichada Dido!, ¿así que era verdad la noticia
que me había llegado: que habías alcanzado tu postrer destino,
apagada a hierro? ¡Ay, fui yo causa de tu muerte? Juro por las estrellas,
por los dioses y por cuanta lealtad exista bajo las entrañas de la tierra,
que contra mi voluntad, reina, partí de tu costa.
Pero a mí las órdenes de los dioses, que ahora me fuerzan a avanzar entre sombras,
por parajes erizados de podredumbre, por la noche profunda,
me empujaron con sus dictámenes; y no pude imaginar
que con mi partida yo te deparara tamaño dolor.
Detén tu paso y no te robes a mi mirada.
¿A quién huyes? Por culpa del destino, ésta es la última palabra que te dirijo."
Con tales palabras Eneas intentaba consolar a un espíritu que
ardía y miraba torvamente, mientras derramaba lágrimas.
Ella mantenía sus ojos clavados en el suelo, sin mirarlo,
y su rostro no se conmueve más, por la alocución emitida,
que está fijo el duro pedernal o la roca marpesia.
Al fin, se recogió y con expresión hostil escapó
a un húmedo bosque, donde su anterior esposo,
Siqueo, atiende a sus penas y le corresponde en amor.
Y Eneas, no menos conmovido por el injusto azar,
la acompaña desde lejos con sus lágrimas y la compadece mientras ella se va.

Nótese que Virgilio dedica 16 versos a presentar la escena. De ellos, el discurso de Eneas ocupa 11 versos. La respuesta de Dido, ninguno. Eneas llora tres veces, al principio, a la mitad y al final de la escena.

De la poesía moderna, el texto que más me ha conmovido, como reflejo de la retórica del silencio, es un conocido poema del poeta francés Jacques Prévert (1900-1977), titulado "Déjeuner du matin"("Desayuno") y perteneciente a libro recopilatorio Paroles (1945). Se titula así, porque justamente describe eso, un desayuno, pero también podría titularse con una frase que se repite algunas veces en el poema, “Sans me parler” (“Sin hablarme”), porque el texto refleja muy plásticamente la Retórica del silencio que sufre el sujeto:




Déjeuner du matin

Il a mis le café
Dans la tasse
Il a mis le lait
Dans la tasse de café
Il a mis le sucre
Dans le café au lait
Avec la petite cuiller
Il a tourné
Il a bu le café au lait
Et il a reposé la tasse
Sans me parler

Il a allumé
Une cigarette
Il a fait des ronds
Avec la fumée
Il a mis les cendres
Dans le cendrier
Sans me parler
Sans me regarder

Il s'est levé
Il a mis
Son chapeau sur sa tête
Il a mis
son manteau de pluie
Parce qu'il pleuvait
Et il est parti
Sous la pluie
Sans une parole
Sans me regarder

Et moi j'ai pris
Ma tête
dans ma main
Et j'ai pleuré.


He aquí una traducción (mía) al castellano, meramente utilitaria:

Desayuno

Ella echó café
En la taza
Echó leche
En la taza de café
Echó azúcar
En el café con leche
Con la cucharilla
Removió
Bebió el café con leche
Y dejó la taza
Sin hablarme
Encendió
Un cigarrillo
Hizo volutas
Con el humo
Echó las cenizas
En el cenicero
Sin hablarme
Sin mirarme

Se puso
El sombrero en la cabeza
Se puso
Su impermeable
Porque llovía
Y se marchó
Bajo la lluvia
Sin una palabra
Sin mirarme

Y yo cubrí
Mi cabeza con las manos
Y lloré.

Hay varias coincidencias entre ambos textos. Los dos sujetos líricos contemplan a sus amadas, y éstas mantienen silencio absoluto. Las dos amadas desvían su mirada, y escapan al final. Y los dos sujetos lloran. Por la Retórica del silencio.

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1.8.06

Contigo amaría vivir

En la Oda 3.9 de Horacio (65-8 a.C.) encontramos un diálogo entre el sujeto lírico (más o menos identificable con el propio poeta) y una antigua novia, llamada Lidia. Se trata de un diálogo amebeo, consistente en que ambos interlocutores se van respondiendo con igual número de versos y similar contenido en sus intervenciones. La técnica es más propia del género bucólico y aparece únicamente aquí en la obra de Horacio. [Para los especialistas, cabría precisar que Horacio se inspiró muy probablemente en una composición de Catulo, la 45, donde aparece un contenido comparable y también una especie de diálogo entre dos amantes].

Pues bien, en la primera intervención, Horacio y Lidia rememoran su amor dichoso; en la segunda intervención, ambos comentan que en la actualidad tienen nuevos amantes (él, a Cloe; ella, a Cálais); finalmente, en la tercera intervención el sujeto masculino propone retomar el amor, y ella acepta.

He aquí el texto latino:

Donec gratus eram tibi
nec quisquam potior bracchia candidae
cervici iuvenis dabat,
Persarum vigui rege beatior.

«donec non alia magis
arsisti neque erat Lydia post Chloen,
multi Lydia nominis
Romana vigui clarior Ilia.»

me nunc Thressa Chloe regit,
dulcis docta modos et citharae sciens,
pro qua non metuam mori,
si parcent animae fata superstiti.

«me torret face mutua
Thurini Calais filius Ornyti,
pro quo bis patiar mori,
si parcent puero fata superstiti.»

quid si prisca redit Venus
diductosque iugo cogit aeneo,
si flava excutitur Chloe
reiectaeque patet ianua Lydiae?

«quamquam sidere pulcrior
ille est, tu levior cortice et inprobo
iracundior Hadria,
tecum vivere amem, tecum obeam lubens.»
Fray Luis de León (1527-1591), eximio poeta tanto en sus composiciones originales como en sus traducciones de los clásicos, vertió la Oda horaciana con gran elegancia y exactitud:

HORACIO: Mientras que te agradava,
y mientras que ninguno, más dichoso,
los braços añudava
al blanco cuello hermoso,
más que el persiano rey fui venturoso.

LYDIA: Y yo, mientras no amaste
a otra más que a mí, ni desdichada,
por Cloe me dexaste,
de todos alabada,
y más fui que la Ilia celebrada.

HOR. A mí manda agora
la Cloe, que canta y toca dulcemente
la vigüela sonora;
y porque se acreciente
su vida, moriré yo alegremente.

LY. Y yo con inflamado
amor a Calais quiero, y soy querida;
y si el benigno hado
le da más larga vida,
la mía daré yo por bien perdida.

HOR. Mas, ¿qué, si torna al juego
Amor, y se torna a dar firme laçada;
si de mi puerta luego
la rubia Cloe apartada,
a Lydia queda abierta y libre entrada?

LY. Aunque Calais hermoso
es más que el sol, y tú más bravo y fiero
que mar tempestuoso,
más que pluma ligero,
vivir quiero contigo y morir quiero.
Por fin, como tercer estadio de la evolución poética del poema, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), de quien ya cité otro poema en este blog, compuso una “variación” o versión libre del poema de Horacio, con un estilo más sintético:

SOBRE UNA ODA DE HORACIO

- Mientras yo te gustaba
y no había rival que rodease
tu cuello con sus brazos,
fui feliz.

- Cuando tú me querías
y no tenías ojos para otra,
y eras mi fiel esclavo,
fui feliz.

- Es ahora mi dueña
una mujer más guapa y más simpática
que tú. Y tiene dinero.
Soy feliz.

- No puede compararse
contigo el hombre con quien salgo ahora.
Joven, rico, apacible.
Soy feliz.

- ¿Qué si yo te dijera:
ven, amor, torna al yugo que rompimos,
deja al imbécil ese,
vuelve a mí?

- Aunque él es más hermoso
que el sol, y tú la sombra de una sombra,
a tu lado, mi vida, he
de morir.
Yo estimo que no hay declaración de amor más plena y hermosa que la que dirige Lidia a Horacio en el último verso de la oda latina:

tecum vivere amem, tecum obeam lubens
("contigo amaría vivir, contigo moriría gustosa.")

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