No me decepciones (Don’t let me down)
Desde nuestro nacimiento, y a lo largo de nuestra vida, las personas somos motivo de esperanza y expectativa para los que nos rodean. Somos una continua promesa. Cuando nacemos, nuestros progenitores abrigan la esperanza de que seremos hijos obedientes y afectuosos, estudiantes aplicados, ejemplares profesionales y ciudadanos, y, finalmente, un báculo para su vejez: en suma, hijos de los que sentirse orgullosos. Nuestros hermanos confían en que seremos compañeros de juegos, cómplices, bastiones fraternales. Según vamos creciendo, nuestros amigos esperarán de nosotros lealtad, ayuda mutua, amistad. Nuestros colegas confían en que podrán contar con nuestra colaboración diligente. Nuestra pareja espera amor, soporte mutuo, fidelidad, comprensión. Nuestros hijos esperan ávidamente recabar de nosotros cariño, educación equilibrada, dedicación generosa, protección. Y así en todos los ámbitos de las relaciones humanas.
Sin embargo, conforme crecemos y vivimos, vamos defraudando esas esperanzas; decepcionamos las expectativas e incumplimos las promesas que hicimos implícitamente por el mero hecho de existir. Esta decepción que suscitamos a nuestro paso tiene una vertiente positiva y otra negativa, como casi todo en la vida. La faceta negativa es el malestar que sentimos por el hecho de no estar a la altura de lo que esperaban y esperan los demás de nosotros. La parte positiva es que, al fin y al cabo, puesto que decepcionar es algo inherente al proceso mismo de vivir, si decepcionamos es porque estamos viviendo, porque seguimos vivos.
Yo al menos, que he alcanzado una mediana edad (a la que se podría calificar como verde madurez o madura juventud), a estas alturas de mi vida he tenido tiempo y ocasión para haber decepcionado ya a mis padres (a ellos, los primeros), a mis hermanos, a mis amigos, a mis antiguas novias, a mi mujer (especialmente a ella), a mis hijos (especialmente a ellos), a mis colegas y a mis alumnos; y ahora, como autor de este blog, supongo que también a mis lectores, de palabra, obra u omisión.
Consideremos un caso particular: la decepción que se infligen mutuamente los miembros de una pareja. Cuando se conocen, todo es expectativa de felicidad. Pero el paso del tiempo y la convivencia (la con-vivencia: la vida-en-común, el acto-de-vivir-juntos) hacen que afloren los defectos de carácter y de actitud que antes se mantenían ocultos o se disimulaban. Entonces se van erosionando las expectativas y esperanzas que se alentaban en los comienzos. Y cada uno de los miembros de la pareja empieza a decepcionar al otro (o visto al revés: cada uno empieza a sentirse decepcionado por la otra parte). Si la decepción se hace crítica, entonces caben dos opciones: o el conformismo y la adaptación; o la ruptura. En el fondo, siempre una ruptura se produce porque sentimos que nuestra pareja ha decepcionado las esperanzas que habíamos depositado en ella.
Curiosa pero comprensiblemente, el ser humano es mucho más proclive a acusar la decepción causada por los demás en sí mismo, que a reconocer la decepción que él mismo causa en los demás. En el caso de la ruptura de una pareja, cada uno de los miembros suele recordar mucho más la decepción sufrida que la decepción causada. Pero aduciré aquí ejemplos literarios de ambas posibilidades. El poeta latino Catulo decide poner fin a su relación con su amada Lesbia (poema 76). Se trata de un poema que englobamos en el género de la renuntiatio amoris (renuncia al amor, ruptura amorosa). Ahora bien, Catulo considera que su actitud ha sido impecable hacia Lesbia en todos los sentidos, y que ha sido ella la que, por deslealtad, ha defraudado las expectativas que él tenía sobre ella:
Si qua recordanti benefacta priora voluptasEn cambio, documentamos la visión contraria (lo que es mucho más infrecuente) en un poema moderno de Felipe Benítez Reyes: aquí, el sujeto lírico argumenta que, cuando se produce una ruptura amorosa, uno debe recapacitar sobre la decepción que ha causado en su pareja. Esta decepción ha sido la causa de la ruptura o del abandono:
est homini, cum se cogitat esse pium
nec sanctam violasse fidem, nec foedere nullo
divum ad fallendos numine abusum homines:
multa parata manent in longa aetate, Catulle,
ex hoc ingrato gaudia amore tibi.
nam quaecumque homines bene cuiquam aut dicere possunt
aut facere, haec a te dictaque factaque sunt:
omnia quae ingratae perierunt credita menti.
quare cur te iam amplius excrucies?
quin tu animo offirmas atque istinc teque reducis,
et dis invitis desinis esse miser?
difficilest longum subito deponere amorem,
difficilest, verum hoc, qua lubet, efficias:
una salus haec est, hoc est tibi pervincendum,
hoc facias, sive id non pote sive pote. -
o di, si vestrumst misereri, aut si quibus umquam
extremo, iam ipsa in morte, tulistis opem,
me miserum aspicite et, si vitam puriter egi,
eripite hanc pestem perniciemque mihi!
hei mihi, subrepens imos ut torpor in artus
expulit ex omni pectore laetitias.
non iam illud quaero, contra me ut diligat illa,
aut, quod non potis est, esse pudica velit:
ipse valere opto et taetrum hunc deponere morbum.
o di, reddite mi hoc pro pietate mea!
Si algún placer obtiene un hombre de recordar sus buenas
acciones, cuando rememora que ha sido leal,
que no ha transgredido la sagrada lealtad ni ha abusado en pacto alguno
de la santidad de los dioses para defraudar a las personas,
te aguardan muchas alegrías, Catulo, durante una larga vida,
a raíz de este amor que no ha correspondido.
Pues cuanto los hombres pueden hacer o decir bien,
todo eso ha sido dicho y hecho por ti.
todo lo cual cayó en saco roto, confiado a un corazón desleal:
por tanto, ¿por qué vas a atormentarte más,
por qué no cobras fuerzas y vuelves en ti,
y dejas de ser desdichado, contra la voluntad de los dioses?
Ardua tarea es deponer de pronto un largo amor,
ardua, pero hazlo a toda costa:
esa es la única salvación, eso debes superar,
eso debes hacer, tanto si es posible como si no.
¡Oh, dioses, si es propio de vosotros la compasión, si alguna vez a algunos
ofrecisteis ayuda ya en la misma muerte,
contempladme a mí, desdichado, y, si he vivido honradamente,
arrancadme esta enfermedad y esta perdición,
que, infiltrándose como una parálisis en mis médulas,
me ha arrancado de todo el pecho la alegría de vivir!
No pretendo ya esto, que me corresponda en amor,
o, lo que es imposible, que quiera ser honesta.
Deseo reponerme yo y curarme de esta penosa enfermedad:
oh, dioses, devolvedme esto a cambio de mi lealtad.
ADVERTENCIA
Si alguna vez sufres -y lo harás-
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.
Así que cuando sufras -y lo harás-
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.
(Del libro Los vanos mundos, 1985)
Labels: tópicos literarios